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Cuestión de academias (La Academia Canaria de la Lengua en su vigésimo aniversario)

Por eldia.es  ·  22.03.2019

Aunque son muy diversos los fines de las instituciones culturales o educativas denominadas academias, en un sentido más particular y casi antonomástico suelen reconocerse como tales a aquellas que tienen como objetivo principal la normalización de una lengua. Así, por ejemplo, son instituciones de este tipo la Accademia della Crusca (creada en 1583 y restablecida en 1809), que se ocupa de la “conservación y la puridad de la lengua italiana”; la Académie française (1634), creada con el fin de normalizar la lengua francesa, y la Real Academia Española (1713), cuya misión principal es la de “velar por la unidad de la lengua española, procurando que los cambios que experimente en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el mundo hispánico”, según reza en el artículo 1 de sus Estatutos.

Tras la independencia americana y promovidas por la Real Academia Española (RAE), se van creando sedes (las academias correspondientes) en cada uno de los países donde se habla español; hoy, las veintidós que se han constituido más la Española, conforman la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), en cuyos estatutos se reitera la idea primigenia de “trabajar a favor de la unidad, integridad y crecimiento de la lengua española” (art. 7). Finalidad loable y necesaria, que habrá que hacer compatible con el precepto constitucional según el cual las distintas modalidades lingüísticas constituyen también “un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección” (Constitución Española, art. 3.3). La ASALE, con una política panhispánica dirigida desde Madrid por la RAE, da prioridad a criterios de política lingüística, como parece desprenderse del hecho de que estas academias representan países hispanohablantes más que modalidades lingüísticas. Nos encontramos, así, con que en un territorio como Centroamérica, que abarca una sola área dialectal, existe media docena de academias asociadas, frente a la ausencia de academias de la ASALE que se ocupen de las tres grandes modalidades bien diferenciadas del español europeo: el canario, el andaluz y el castellano.

Conviene recordar, acaso, que una lengua es una integración de dialectos con el mismo nivel jerárquico, y la defensa, promoción y estudio de cada modalidad dialectal debe constituir una prioridad de la comunidad o comunidades correspondientes, por razones sociales y culturales: “la mayor riqueza del español -en palabras de Rosa Montero, que comparto- no reside en su enorme implantación, sino en su diversidad, en sus muchas versiones y matices. En este mundo crispado, sectario y excluyente, emociona poder celebrar una lengua común llena de diferencias que no solo no desunen, sino que potencian” (PalomearEl País, 22/10/2013). Y no es la variación dialectal y su consideración como riqueza cultural una peculiaridad exclusiva del español. Kory Stamper, lexicógrafa y editora de la familia de diccionarios Merrian-Webster, ha escrito, recientemente, una reflexión semejante para la lengua inglesa: “el inglés estándar es un dialecto basado en un ideal escrito que aprendemos con la educación formal. [?]. El hecho de que debemos aprender inglés estándar demuestra que no es nuestro dialecto nativo. Pero no pasa nada: en la práctica, los hablantes nativos de inglés hablan muchos dialectos de inglés y en general saltan de uno a otro según las circunstancias. ¡Los dialectos son geniales!” (Palabra por palabra, Madrid, Capitán Swing, 2018).

Claro que sí. Los dialectos son geniales -también lo creo yo-, y no deja de ser una fortuna reconocerse hablante de una modalidad que se identifica con una determinada comunidad, con unas costumbres, un folclore, una cultura, en fin. Yo, desde luego, lo prefiero, y renuncio a tener que acudir a la fría asepsia o a la falsa pureza de un inexistente español neutro (todas las lenguas son producto de mestizaje), que, por otra parte, muchos, erróneamente, suelen identificar con el que es en realidad uno de sus dialectos: el español septentrional o castellano. Escribía Fernando Lázaro en relación con la lengua oral, donde de forma más clara se manifiesta la variación dialectal, lo siguiente: “Pretender unificar la [lengua] oral sería proceder contra natura, ya que tan importantes como los anhelos unitarios, más fuertes aún, son los que tienden a preservar lo individual, lo propio, aquello que nos vincula a la tierra nuestra y a nuestra gente” (Responsabilidad e irresponsabilidad en el uso del idioma», en Revista de Bachillerato, nº 9, 1982).

La unidad y la diversidad son perspectivas complementarias, siempre que entendamos la primera como todo aquello que constituye lo común y general a todas las modalidades, unidad que, en el caso del español, es la que garantiza y asegura la intercomunicación entre todos los hispanohablantes; lo peculiar de cada modalidad es lo diverso. Lo general y lo particular, por tanto, conforman la integridad del dialecto: tan propias del español de Canarias son madre, cielo, pensar y flor, como guagua, maresía, alongarse y magua.

La Real Academia Española se ocupará, pues, de lo general, lo común, que constituye su objetivo principal (“velar por la unidad del idioma”). De las peculiaridades dialectales, insertas en la lengua general, que añaden riqueza a lo general y conforman cada modalidad, deberían ocuparse instituciones con estos fines específicos, pues si legítimo y conveniente es defender la pluralidad lingüística mundial por las enormes ventajas de la multiculturalidad, igualmente lo es procurar mantener y promover la diversidad dialectal por las mismas razones de índole cultural. Si no hay lengua pequeña, como afirma George Steiner, tampoco habrá dialecto menor, opino yo.

Tal vez, en su afán de evitar la diversificación ante el riesgo de fragmentación del idioma -riesgo que ya no existe, pero que fue una gran preocupación en épocas pasadas-, la Real Academia ha mantenido una política lingüística tan férrea en favor de la unidad de la que parece no haberse liberado, y que ha generado cierto rechazo en algunas comunidades hispanohablantes porque se percibe como un intento de mantener su secular hegemonía. Y la situación debe reconducirse para evitar que se sigan asentando falsos prejuicios difíciles de erradicar: un solo español, una única modalidad estandarizada, un único diccionario en el que se encuentran todas las palabras existentes y correctas: “si una palabra no está en el diccionario o es incorrecta o no existe”, siguen creyendo algunos. Revela esta actitud una cierta ignorancia acerca de los diccionarios (que son obras incompletas y temporales), y una excesiva reverencia hacia la Real Academia, a la que se le otorga una autoridad que no le corresponde. Así, por ejemplo, diccionario de la Academia en mano, habría que concluir que palabras como fogalera, goro, jeito o tajinaste son incorrectas o no existen, pues no están en el repertorio “¿oficial?”; como tampoco existirían gentrificación (“proceso de transformación de un espacio urbano deteriorado para obtener mayores beneficios en los alquileres”), finde (“fin de semana”) o petar con el sentido de “llenar, abarrotar”; ni el adverbio hondo (“respirar hondo”). Las primeras, porque son voces propias del español de Canarias; el otro grupo, porque se trata de neologismos aún no incorporados al diccionario, y hondo, en su valor adverbial, porque? ¿se habrán olvidado de incluirlo?

¡Cuántas noticias habría que volver a redactar si elimináramos el sustantivo gentrificación de tantos titulares de prensa últimos! No podríamos despedirnos, en tono coloquial, de nuestros compañeros de trabajo, sin incurrir en grave atentado académico, deseándoles un buen finde, y ¿quién se atrevería a corregir a su médico cuando en el proceso de auscultación le pide que respire hondo? Mudos hubiéramos permanecido los canarios sin poder decir gofiobaifo o perenquén, porque por ser canarismos no las registraba el diccionario.

Prueba de la generalización de estas erradas actitudes ha sido el hecho de que se percibiera cierto grado de complacencia cuando en la prensa se nos informó de que la Real Academia Española había certificado la existencia de guanchismos: “Los guanchismos entran a la RAE”, “La Real Academia reconoce el léxico canario: el guanchismo”; “La RAE adopta el guanchismo“, fueron titulares que pudimos leer tras la presentación de un Diccionario de toponimia de Canarias que registra un buen número de nombres de lugar de las Islas de posible origen prehispánico. ¡Ya podíamos decir, y escribir, por fin, gofiobaifo y perenquén, porque la Real Academia lo había autorizado!

No posee la Real Academia Española esa atribución, pues “ninguna persona o corporación tiene autoridad para legislar sobre la lengua -afirma Manuel Seco-. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que esta comunidad acepta lo que de verdad existe, y es lo que el uso da por bueno lo único que en definitiva es correcto” (en su Gramática esencial del español). En cualquier caso, no correspondería a esa institución registrar el léxico diferencial, por más que, con criterio desigual, en su Diccionario de la Lengua Españolasuele dar cabida a dialectalismos de diferentes modalidades, en un afán de presentarse como un diccionario total, exhaustivo o integral del español. Los dialectalismos tienen un lugar más adecuado en los diccionarios dialectales, sean diferenciales (los que solo registran lo diferencial del dialecto) o integrales (registran lo común y lo diferencial).

Mejor, sin duda, es que esta función de estudiar, promover y hasta defender los aspectos lingüísticos peculiares de una modalidad los lleve a cabo una institución más próxima geográfica y culturalmente a cada realidad. En el caso de la modalidad lingüística canaria, ya contamos con la Academia Canaria de la Lengua (que no forma parte de la ASALE, pues no representa a ningún país), creada por decisión unánime del Parlamento de Canarias en el año 1999, específicamente con esas funciones: defender, fomentar y estimular el estudio y conocimiento del español de Canarias, colaborar con entidades educativas y aconsejar a profesores, y a todo el que lo solicite, sobre cuantas dudas se susciten en relación con aspectos lingüísticos relacionados con nuestra modalidad. Siempre reconociendo y aceptando que para el español común o general conviene atenerse a las sugerencias, propuestas, reglas incluso, sobre todo en el nivel ortográfico, dadas por la Real Academia Española.

Este año, precisamente, la Academia Canaria de la Lengua celebra su vigésimo aniversario con un bagaje de actividades y publicaciones que respaldan la efectividad y el rigor de sus actuaciones (www.academiacanarialengua.org). Año en el que empieza su andadura un recién reformado Estatuto de Autonomía de Canarias (noviembre de 2018) que por primera vez sitúa en el lugar que le corresponde a la modalidad lingüística canaria, pues se la reconoce como patrimonio cultural de la Comunidad (art.137.1), cuya defensa, promoción y estudio habrán de asumir los poderes públicos canarios como uno de los principios rectores de su política (art. 37.7), puesto que su conocimiento es un valor, un legado, al que tendrán acceso todos los canarios como un derecho en el ámbito cultural (art. 27.4).

Este reconocimiento estatutario es en gran medida coincidente con los fines fundacionales de la Academia Canaria de la Lengua, institución que con el oportuno respaldo podría contribuir a su consecución, como ya lo viene haciendo, por el bien de la cultura, conocimiento y difusión del patrimonio lingüístico de todos los canarios.

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