Miguel de Unamuno se encontraba solo en su despacho aquel 31 de diciembre de 1936 en Salamanca, sus hijos y nietos habían salido a hacer actividades típicas de Navidad, y Aurelia, la sirvienta, se encontraba en la cocina preparando la cena de Fin de Año. Esa misma mañana le habían anunciado que, en torno a las 16:00 horas, iba a recibir la visita de un joven falangista recién llegado de Huelva llamado Bartolomé Aragón.
Hacía casi cinco meses desde que había estallado la Guerra Civil en España y el escritor llevaba al menos dos encerrado en casa. Tras producirse su disputa con Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad, aunque no había orden oficial de mantenerle preso, en la puerta había siempre guardias que controlaban sus salidas y entradas y que le acompañaban en todos sus paseos y visitas. “Ser un español desterrado en España”, decía. Cuando Aragón entró en la sala, mantuvieron una conversación que solo ellos dos conocen, pero debió de ser algo incómoda, ya que Aurelia recuerda gritos por parte del señor, aunque luego se calmaron.
Minutos más tarde, como una bocanada de aire gélido que reverbera por toda la vivienda, Aragón rompió el silencio a gritos: “¡Yo no le he hecho nada! ¡Yo no le he matado!”. Aurelia acudió inmediatamente al despacho y se encontró a Unamuno muerto sobre el diván, Aragón fuera de sí y una pantufla del señor quemándose en la chimenea. Pero, ¿qué era lo que había pasado en esas cuatro paredes? ¿Cómo don Miguel pudo sufrir una muerte tan repentina el mismo día que había dicho sentirse “mejor que nunca”? ¿Quién era aquel Bartolomé Aragón y por qué decían que era “su discípulo” si apenas habían cruzado dos palabras antes de ese encuentro?
“Tras cumplirse 85 años de su muerte, la práctica totalidad de los biógrafos y estudiosos de Unamuno se atiene a la versión oficial dada por los falangistas. Es un relato que está construido de tal manera que se ha acabado imponiendo y ha sido imposible desmontarlo… hasta ahora”, expresa el director de cine y guionista Manuel Menchón, uno de los autores de ‘La doble muerte de Unamuno’ (Capitán Swing). Su compañero, el profesor de Literatura Española de la Universidad de Salamanca, Luis García Jambrina, con quien ha escrito este relato que está a caballo entre el ensayo, la crónica y la reflexión, señala que plantearse que la muerte de Unamuno no fue como lo quisieron contar “es una versión tan fuerte que puede ser un poco disruptiva para cierta gente”. “La historia se construye sobre documentos de vencedores… Pero hay que investigar todo y verlo con otros ojos”, insiste y agrega: “El objetivo de la obra es intentar desenterrar y recuperar la memoria de la muerte de don Miguel hasta donde sea posible”.
Minutos después del desvanecimiento de Unamuno, va a la casa su médico de confianza, quien certifica su muerte, pero no se le realiza autopsia y en el acta de defunción se pone como causa del fallecimiento una hemorragia bulbar. Sin embargo, el certificado médico desaparece. Aragón sale atropelladamente de la casa y se encierra en su habitación de hotel y dice no querer hablar con nadie. Los autores cuentan que ese mismo día, horas después de la muerte, Millán Astray, que había sido designado jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda, da orden de que no paren las máquinas de escribir para que al día siguiente salga la muerte en los periódicos, así como de que construya un relato también a través de la radio.
El 1 de enero salen publicados varios artículos sobre el fallecimiento, el cual, acompañado de un relato ambiguo, blanqueado, narra que el escritor, justo antes de morir, se reconcilió con Dios y con la Falange, asumiendo así su ideario y confiando en que saldrían vencedores. De ahí sus famosas últimas palabras: “¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!“. Pero el único testigo fue Bartolomé Aragón, y Menchón y Jambrina apuntan a que “casualmente o no” esas mismas palabras son el encabezado que aparecía en cada edición del periódico que dirigía Aragón en Huelva como jefe de propaganda y prensa de la zona. “Es totalmente imposible que Unamuno dijera eso. Él era profundamente crítico con todo lo que estaba pasando, sus máximas eran igualdad, libertad, fraternidad y antimilitarismo y la Falange llevaba desde 1933 intentando que se posicionara con ellos, cosa que nunca consiguieron”.
En la tarde de ese primer día del año de 1937 se celebra un precipitado entierro, quizás por petición familiar, para así evitar el revuelo que se podía formar, pero también quizás porque la Falange había intercedido para que se produjera ese mismo día y con ellos presentes. Menchón descubrió, cuando estaba investigando para realizar el documental ‘Palabras para un fin del mundo’, que contextualiza los primeros años de Guerra Civil y cuenta cómo fue realmente el enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray, que durante el funeral, uno de los nietos de don Miguel recuerda que el féretro es “robado” a la familia y que, de pronto, cuatro generales de la Falange, miembros además de la Oficina de Prensa y Propaganda, son los encargados de salir con el ataúd y hacer el paseo fúnebre hasta el cementerio con todos los honores de un soldado caído en combate. “Secuestran literalmente el cadáver de Unamuno. No son cuatro falangistas elegidos al tuntún, son muy reconocidos, como Miguel Fleta, y encima las fotografías estaban tomadas con intención propagandística, sin que saliera nadie de la familia”.
“No bastaba con verle muerto, sino que era importante que no se convirtiera en un mito como Lorca tras el fusilamiento”
Para Jambrina este secuestro del cuerpo simboliza también el secuestro de la memoria, de la figura y del legado de Unamuno. “No bastaba con verle muerto, sino que era importante que no se convirtiera en un mito como se había convertido Lorca tras el fusilamiento”. El profesor cuenta que le enterraron como uno de los suyos, mientras que Menchón añade que “a Lorca lo convirtieron en un mito y a Unamuno en un judas“. “Fue una manera de revertir hasta el máximo nivel el mito del padre fundador de la Segunda República”, sentencia y Jambrina concluye: “La muerte física no tiene importancia, sino como destruyeron su legado hasta reducirlo a cenizas”.
Los autores señalan que el asesinato de Lorca fue decisivo porque “fue un tremendo error por parte de los sublevados” y perdieron el apoyo internacional. “En su ánimo estaba no volver a cometer el mismo error y Unamuno era un intelectual muy reconocido“, expresa Jambrina. De hecho, la muerte del poeta le causa un gran impacto a Unamuno y siempre que escribía cartas a sus allegados o era entrevistado por prensa extranjera durante aquel mes de diciembre de 1936 recordaba lo ocurrido con Federico y creía que le iba a suceder lo mismo. “En otras circunstancias, tras lo ocurrido en el Paraninfo, podría haber sido perfectamente ejecutado por traidor, pero la Falange quiso evitar otra vez la mala prensa”, explica Jambrina y señala que don Miguel se convirtió en un verdadero problema para los sublevados.
“Era una bomba de relojería a punto de estallar y sabían que si llegaba al bando contrario o al exterior de España iba a causarles muchos problemas. Así que la solución llegó ‘fortuitamente’ ese 31 de diciembre”, afirma. Entonces se adueñan de su cuerpo, de su figura y de sus palabras y comienzan a “usarle con más descaro”, sin que él pueda oponer resistencia.
A lo largo de los años, Bartolomé Aragón va cambiando de versión, incluso desdiciéndose o adoptando detalles de otros autores, como del rector y catedrático José María Ramos Loscertales, uno de los falangistas de la Universidad de Salamanca que tras lo sucedido en el Paraninfo apoyó la destitución inmediata de Unamuno. “Encontramos lagunas en cada uno de sus relatos y sospechosas coincidencias… Todo son indicios, señales, nos indican que la cosa no está tan clara como parece y que hay que seguir trabajando”, expresa Jambrina y tanto él como Menchón se sorprenden que, con las evidencias ahí, a nadie le ha parecido importante investigarlo. “Es una historia incómoda para una parte de la izquierda y para una parte de la derecha, porque incluso la versión oficial da un relato para ambos bandos”, expresa el profesor de Literatura, ya que cree que supondría cuestionar muchas cosas que tienen que ver con la República y con cómo se ha contado la historia. “Y como decía Unamuno: ni con los hunos ni con los hotros“, sentencia.
“Encontramos lagunas en cada uno de sus relatos y sospechosas coincidencias… Todo son indicios que nos indican que la cosa no está tan clara”
Así, estos dos autores hacen un repaso por cada uno de los flecos sueltos en torno a la muerte del filósofo, no para construir un relato paralelo, sino demostrando que, como poco, hay un interés oculto en que la muerte de Unamuno sea tal y como la presenta la versión oficial, sin que nadie comience a remover. Pero para ellos es fundamental la premisa de Unamuno de “la verdad antes que la paz” y pretenden seguir hasta el final con todas las consecuencias.
El guionista considera que no es casual que todos los partidos políticos, desde Unidas Podemos hasta Vox, citen a Unamuno en el Congreso, en sus discursos o en sus mítines, porque “él representa la conciencia de un país”. “En estos tiempos de polarización, de falsedad… él fue el primero en denunciar las ‘fake news’, fue el primero en cuestionarse todo, en preguntarse todo. Antes la verdad que la paz, como decía, para así no volver al pasado“, sentencia. Jambrina puntualiza esto y aclara que hoy en día la gente prefiere la paz y que por eso no interesa seguir investigando. “Cuando remueves algo pueden volver a aflorar a saber qué cosas, pero si no lo haces, tampoco se cerrarán nunca las heridas”.
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