El periodista polaco Witold Szablowski (Ostrów Mazowiecka, 1980) aún recuerda con nitidez aquel día de 1989 en el que todo se transformó. Hasta entonces, dice, había crecido un país en el que “no había plátanos en los supermercados ni ropas de colores en las tiendas”. Pero eso cambió de un día para otro. Cayó el muro de Berlín, el bloque soviético se derrumbó y los países al otro lado del telón de acero comenzaron a celebrar, uno tras otro, elecciones libres.
Pero, ¿fue un proceso tan fácil e indoloro como parece? ¿La llegada del capitalismo se asumió en la sociedad sin costes, sin peajes de ningún tipo? Y la incógnita más importante: si lo que vino después -el libre mercado, la libertad de prensa y de opinión, el sistema de partidos- aumentó las posibilidades de prosperar, las perspectivas de futuro de la gente, ¿cómo es posible que tantos ciudadanos del este aún recuerden con nostalgia los años bajo un régimen comunista al servicio de Moscú?
Esta última pregunta recorre Los osos que bailan. Historias reales de gente que añora vivir bajo la tiranía(Capitán Swing). Szablowski procede al modo de Svetlana Aleksiévich. Recoge testimonios de personas cuya nostalgia estaría de algún modo justificada, pues entonces, con el comunismo, les iba mucho mejor. Y comienza con la historia de los trágicos osos danzantes, verdadero hilo conductor del ensayo. En algunos lugares del este de Europa, los osos eran el modo de vida de los gitanos. Los domesticaban, les enseñaban a bailar y salían con ellos de gira, conduciéndoles con una cuerda que iba atada a un anillo colgado de la nariz del animal.
El comunismo toleró esta práctica, pero con la apertura de las fronteras y la llegada de la democracia, se consideró una costumbre bárbara que debía desaparecer. Szablowski narra el momento en el que el último oso fue arrebatado en Bulgaria a sus dueños. Se formó un circo mediático que atrajo a periodistas de toda Europa. “De repente los osos eran libres -recuerda el periodista-, y fueron enviados a un lugar donde tenían que comenzar a usar esa libertad. Pero ni siquiera sabían cómo alimentarse o cómo copular”.
Entonces se le ocurrió la idea del libro: la libertad recién adquirida de aquellos osos era, metafóricamente, la libertad recién adquirida en los países del este. Un bien muy valioso, pero que llegó de forma demasiado repentina. “La lucha de los osos por la libertad es nuestra lucha por la libertad”, dice el periodista. Y añade: “Hay una parte muy triste en el libro: los osos fueron liberados pero más tarde, a partir de cierto punto, volvieron a bailar. Cuando uno observa cómo en tantos países del este de Europa se están eligiendo a hombres fuertes en los gobiernos, es inevitable pensar en esos osos que echan de menos una mano firme que los guíe”.Según el autor, no hay nadie en el libro que añore la tiranía, sino otros aspectos del comunismo que para ellos son importantes, como la seguridad laboral
Nostalgia en el ADN
La comparación, sin embargo, está cogida por los pelos, ya que hoy no sólo en el este de Europa se observan esas tendencias. “Es verdad que es una cuestión más complicada -reconoce el escritor-. Hace unos años le habría dicho que hay algo en nuestro ADN, en nuestra historia, que hace que echemos de menos a esos hombres autoritarios en el Gobierno. Pero ahora vemos esas opciones políticas en Francia, en Alemania, en Italia”. En opinión del periodista de la Gazeta Wyborcza, “tiene más que ver con que vivimos en un mundo que cambia muy rápido y la gente tiene la sensación de que necesita a alguien que los guíe en ese terreno de incertidumbre y turbulencias globales”.
Hay representantes de otros colectivos sociales que hablan con Szablowski y le aseguran que fueron abandonados a su suerte con la llegada del capitalismo. Como los gitanos. Los políticos comunistas no podían permitir que los gitanos vivieran fuera de la sociedad y tuvieran un rol totalmente apolítico. “Lo que hicieron -cuenta Szablowski- fue darles trabajo y obligarles de algún modo a establecerse y a integrarse en la sociedad, todo lo cual terminó con la llegada del capitalismo”. Otros vieron de repente cómo la sociedad dejaba de necesitarlos. Ocurrió con la minería en Polonia. “Los mineros eran una clase privilegiada con el comunismo, tenían catorce pagas, trabajaban con materias primas que eran exportadas y que traían beneficio al país, por lo que eran reconocidos y tenían un orgullo de clase”, explica el periodista. “De repente, en un par de años, les dijeron que lo suyo ya no era importante y perdieron todo: su empleo, sus privilegios, su reconocimiento, su estabilidad. Así que tienen mucho que lamentar”.
Que echen de menos el comunismo, dice Szablowski, “no quiere decir que la gente sea estúpida”. No hay nadie en el libro que añore la tiranía, sino otros aspectos del comunismo que para ellos son positivos, como la estabilidad y la seguridad laboral. Para Szablowski es importante también terminar con la visión monolítica de aquellos regímenes. El comunismo, dice, tuvo diferentes caras: “En los años cincuenta, durante el estalinismo, fue el infierno en la tierra, pero después vino un proceso de estabilización”. El escritor pone el ejemplo de su familia, a la que el comunismo benefició. “Mis bisabuelos eran pequeños granjeros con un minúsculo terreno. Si el comunismo no hubiera llegado a Polonia yo no hubiera podido escribir este libro, no hubiera podido llegar a ser escritor. O me hubiera costado un increíble esfuerzo conseguirlo. Pero el comunismo llegó, mis abuelos pudieron estudiar, convertirse en profesores, mis padres pudieron igualmente estudiar en la universidad y yo también. Es decir, aunque el comunismo desapareció, de la posibilidad de que todos pudieran estudiar me sigo beneficiando yo hoy en día”.
Diferencias por países
El libro también intenta establecer diferencias en lo que, a menudo, desde Occidente, es tratado como un solo bloque homogéneo. La misma nostalgia del comunismo es distinta en cada país, dice Szablowski. En Bielorrusia se está viviendo una suerte de reencarnación de la URSS, ya que el presidente ha entendido que es eso lo que quiere el pueblo. En Polonia esa nostalgia se podría resumir en un deseo de volver a la estabilidad perdida. Y en Albania, que padeció durante décadas a un horrible dictador, Enver Hoxha, que la aisló por completo, ha tomado el poder la mafia, que es ahora la que dirige el país. “No soy capaz de ver -concluye- a ningún país que haya conseguido lidiar perfectamente con su pasado”.
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