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Cuando fuimos peces

Por El País Semanal  ·  14.12.2015

Mirar las estrellas, afirmaba Carl Sagan, es contemplar un pasado antiquísimo. Su luz inició su viaje hacia nosotros hace infinidad de tiempo, mucho antes de que se formara nuestro mundo. Mirar a los seres humanos se parece mucho a escudriñar las estrellas, afirma el paleontólogo Neil Shubin. Nuestro cuerpo es una cápsula del tiempo que, al abrirse, nos habla de momentos fundamentales de la historia de la Tierra y de un pasado muy remoto en los océanos, arroyos y bosques de la antigüedad. Esa historia es nuestra herencia, una herencia que moldea nuestra vida.

La paleontología y la genética están cambiando la forma de concebir al ser humano. Yo no sé nada de paleontología y aún menos de genética y, sin embargo, he leído el ensayo Tu pez interior (Capitán Swing), de Shubin, con la fascinación de quien escucha una parte desconocida y esencial de su propia vida. Hace 375 millones de años, los peces invadieron la tierra. Uno de esos peces fue descubierto en 2004 por Shubin y su equipo en la isla de Ellesmere, en Canadá, a 1.600 kilómetros del polo norte. Lo llamaron Tiktaalik. A partir del fósil de aquel pez, tan distante y distinto a nosotros, Shubin inicia el relato de nuestra personal odisea, que comienza en el mar.

“No soy capaz de imaginar muchas cosas más hermosas o intelectualmente más profundas que buscar el fundamento de nuestra condición humana y los remedios para muchas de las enfermedades que padecemos, y verlas agazapadas en el interior de algunas de las criaturas más humildes que han habitado el planeta”.

Ver el Tiktaalik, afirma Shubin, es ver nuestra historia como peces. Al leer su ensayo, algo se remueve en el interior del lector, el recuerdo intuitivo de otro tiempo: nuestro inicio en la vida, inmersos en el cálido líquido amniótico de la placenta materna. En aquel espacio, leve y denso al mismo tiempo, fuimos peces durante nueve meses antes de salir al exterior y llorar por lo perdido, doloridos por la aspereza del aire y el frío. El olvido que acompaña el nacimiento no nos abandonará y, sin embargo, es imposible leer a Shubin sin una sensación de déjà vu.

Autora del artículo: Nuria Barros

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