Hábil oportunismo el de la editorial Capitan Swing al publicar Tiro de larga distancia, de Craig Hodges, justo después del éxito masivo de The Last Dance, el documental seriado que recorre la trayectoria deportiva de Michael Jordan. Hodges fue compañero de Air en los Bulls entre 1988 y 1992, por lo que ganó dos anillos a su lado. Pero a pesar de esa cercanía y del valioso testimonio que podía prestar sobre la personalidad de Jordan, sobre todo en lo atinente a su materialismo comercial, no aparece entre el coro de entrevistados. Es una pieza que le falta al puzle, y se entiende por qué: agrietaría el retrato, rayano en lo hagiográfico. Sus memorias permiten conocer mejor los verdaderos motivos por los que Jordan solía mirar para otro lado cuando la comunidad negra esperaba de él un paso adelante en la defensa de la igualdad de derechos. Hodges, muy implicado desde la niñez en esa causa, se desesperaba frente a la aparente indiferencia del 23 cada vez que le proponía alguna acción reivindicativa.
Hay una escena que evidencia y resume la falta de sintonía entre ambos jugadores. Tenemos retroceder en el tiempo hasta el primer partido de la final de la NBA de 1991. Han pasado tres meses desde la brutal paliza recibida por Rodney King a manos de cuatro policías blancos en Los Ángeles. Quedan pocos minutos para que comience el encuentro pero Hodges maniobra para que el árbitro no dé el pitido inicial. Junta a los capitanes de ambos equipos, nada menos que Magic Johnson y Michael Jordan. Y les pide boicotear el ansiado duelo en protesta por lo ocurrido a King. Magic, sorprendido, le dice que una acción así le parece «demasiado extrema». Jordan se limita a espetarle que está loco. Los Lakers ganan esa velada por dos puntos, aunque luego acabarán claudicando en los siguientes envites. Hodges intenta centrarse en lo que ocurre exclusivamente en la cancha pero es imposible. No puede dejar de lamentar la oportunidad perdida, otra más: esa final era un escaparate internacional. Su carrera como baloncestista está jalonada por una sucesión de rechazos. Pero no terminaba de asimilarlos. Le choca porque, como apunta en el libro, casi el 80% de los jugadores de la NBA eran negros y, en cambio, apenas nadie se movía para mejorar la situación de su comunidad racial.
Aquel escenario de inmovilismo contrasta con lo ocurrido hace escasos días atrás en la burbuja de Orlando, donde la NBA, mediante el aislamiento de las escuadras finalistas, intenta rematar una temporada complejísima por el coronavirus, que ha golpeado particularmente los Estados Unidos. Allí el plante de los Bucks a cuenta del tiroteo por la espalda de Jakob Blake (un policía blanco apretó el gatillo) desencadenó un efecto dominó que terminó con varios playoffs suspendidos. Curiosamente, Jordan jugó un papel crucial para desatascar esta situación que ponía en peligro el desenlace de la competición. Como propietario de los Charlotte Hornets (único negro con ese rango en toda la NBA, por cierto), medió entre los otros dueños de las franquicias y los jugadores, que tenían como líder a Lebron James, de los Lakers, empecinado en dar prioridad a la reivindicación por la justicia social sobre los resultados deportivos. Al final le convencieron para volver a la pista, tras arrancarle a los jerifes del baloncesto yanqui el compromiso de que aprovecharían su enorme influencia para ir acabando con los capítulos de violencia policial, aparte de hacer lo posible para mejorar las condiciones materiales en las que viven los negros de los Estados Unidos, sobre las cuales Hodges, criado en el suburbio de Chicago Heights, da detallada cuenta en su libro: casas que se caen a pedazos en las que se hacinan familias numerosas debidamente segregadas, hipotecas leoninas, bandas armadas hasta los dientes, canchas de basket en las que no es raro que acontezca un tiroteo, altos niveles de desempleo, drogas por doquier… Es un descenso a los infiernos el que realizamos de su mano. Tal radiografía sociológica es otro de los puntos fuertes del libro.
Jordan, por otro lado, anunció la donación de nada menos que 100 millones de dólares a instituciones que luchen contra el racismo. Algunos, sin embargo, le reprochan que llega tarde a esta lucha. Cuando atacaron a Rodney King, y los medios le pusieron la alcachofa, se limitó a decir que prefería no opinar porque no conocía a fondo la historia. Fue muy frustante para su gente. Hodges cuenta también otra anécdota reveladora. Recuerda cuando recibió el sobre con el cheque por importe de 20.000 dólares con el que le premiaron por ganar su tercer campeonato de triples del All Star (igualando así al mítico Larry Bird). Estaba en el vestuario, rodeado del resto de la plantilla. Lo sostuvo en sus manos unos segundos hasta que, de repente, se levantó como un resorte de su cómodo sillón en el Chicago Stadium y les informó a sus compañeros que ponía ese dinero en un bote común para impulsar la creación de empleo en los guetos negros de Chicago. “¿Quién está conmigo?”, preguntó acto seguido.
Era un primer paso ejemplar que esperaba que fuera secundado por los demás. Pero nada. Lo máximo a lo que se comprometieron los demás fue a hablar con sus contables y asesores para ver cómo podían encajar en sus copiosas finanzas una potencial donación. “¿Por qué teníamos ese mecanismo reflejo de pedir permiso?”, cuestiona Hodges. “Había aprendido en los libros y de mi experiencia que los negros, especialmente los más ricos, nos hemos visto condicionados a esperar la autorización del hombre blanco en todos nuestros movimientos”, añade descorazonado.
La mención a los libros no es baladí. La formación de Hodges estaba muy por encima de la media en su entorno. Desde muy joven se sorbía los volúmenes de historia de los afroamericanos en los Estados Unidos, una costumbre que le inocularon su tía y su madre. Ambas, cuando solo era un niño, ya le llevaban a las manifestaciones acaudilladas por Luther King. Otro de sus esfuerzos baldíos fue transmitir ese deseo de aprender a su alrededor, consciente de que ahí estribaba la clave para despertar las conciencias. Una tarde, en el autobús del equipo, camino de Milwaukee para jugar contra los Bucks, Pippen, ante su exaltación de la educación, respondió: “¿Para qué necesito la educación? Mi sueldo es de seis cifras”. A Hodges se le caían los palos del sombrajo. De hecho, afirma que Jordan no es mala persona pero que no se pronunciaba acerca de los conflictos de su tiempo porque, en realidad, no tenía nada interesante que aportar debido a su ignorancia. De la cual, por otro lado, le exonera, porque esta es una deficiencia estructural de los desclasados potenciada, con toda intención, desde arriba. Sin estos cimientos era difícil esperar de Air un discurso crítico, más cuando su popularidad le convirtió en un hombre anuncio.
En cualquier caso, no hay que olvidar que Jordan plantó en 1991 a George Bush en la tradicional recepción del presidente a los campeones de la NBA. Poco antes de rematar a los Lakers para hacerse acreedor del primer anillo de su carrera les advirtió a sus compañeros: “No voy a ir a la Casa Blanca. Que le den por culo a Bush. Yo no lo voté”. Y lo cumplió. No apareció por la residencia presidencial, donde Hodges, por cierto, osó personarse ataviado con un dashiki, prenda típica africana. La publicidad, sin embargo, fue limando la rebeldía y las aristas de la gran estrella del momento. No es fácil renunciar a un chorro de millones. Desde fuera, es fácil juzgarlo, y condenarlo. Pero habría que ver cómo hubieran actuado muchos de los que le afean que no arriesgara su fortuna mediante declaraciones y gestos de protesta. Jordan prefirió el perfil bajo. Cuando le invitaban a una ofrenda floral para homenajear a Luther King, le decía Hodges que fuera él en su lugar. Por eso mismo no será nunca un mito más allá de la cancha, como sí lo son otros deportistas negros: Muhammad Ali (que también era bastante bocazas, hay que decir), Oscar Robertson, Kareem Abdul-Jabar, Bill Russell, Tommie Smith, John Carlos… Pero tampoco creo que sea justo considerarle un miserable, sino simplemente un tipo que comulgó con las reglas no escritas.
Hodges no lo hizo y esa determinación le costó cara. Salió de los Bulls por la puerta falsa tras criticar en el New York Times a Jordan por no adoptar una actitud más contestaria. Lo mismo le había pasado antes en los Bucks, de los que fue ‘fumigado’ por su cercanía a Louis Farrakhan, líder de la Nación del Islam (señala que no es musulmán pero que colaboró con esta organización porque era la única con verdadera capacidad de movilización entre los negros). Con 32 años, y siendo vigente campeón del concurso de triples, se quedó en paro. Ningún equipo de la NBA quiso contar con su excelso tiro de larga distancia. Él se malicia que por no someterse. La suya es una vieja y triste historia: quien incomoda al poder lo paga.
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