La conmemoración del Mayo francés ha generado un alud de libros, nuevos o recuperados, que conviene revisar antes de que caduque el interés del cincuentenario. ¿Qué fue en realidad? ¿Rebeldía estudiantil o revolución?
En Mayo del 68 la realidad era el mensaje. Al igual que en otras ocasiones de la historia, la imaginación revolucionaria se apoderó de miles de personas que salieron a las calles de París para exigir cambios en la sociedad mediante pintadas imaginativas que iluminaban el futuro de una generación de jóvenes que tomaba distancia del mundo de sus padres: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”; “se decreta el estado de felicidad permanente”; “las barricadas cortan la calle, pero abren el camino”; y la más celebrada y menos vista “la belleza está en la calle”, litografía hecha por el colectivo de la Escuela de Bellas Artes. Hoy, cincuenta años después, se ven los acontecimientos de esa primavera como una suerte de revancha contra la burguesía que había forjado la V República y que puso al frente de ella al general De Gaulle; e incluso se piensa que fue un momento memorable, pues en esos días de la primavera parisina el sentido de la historia viró hacia una alegría permitida.
“El movimiento estudiantil fue espontáneo desde el principio hasta el final”
¿Cómo discutir el deseo de igualdad basado en la justicia social? Tal vez ese sea el sueño de la revolución de los años sesenta tantas veces evocado, tantas veces frustrado. Al fin y al cabo lo que condujo a los muchachos a las barricadas fue la convicción de que era posible una sociedad mejor, aunque descuidaron el poder de la realpolitik de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Todo se podía hacer menos quebrar el orden internacional surgido de los acuerdos de Yalta. Aquí está el nudo de la cuestión ahora, en el 2018, que por efecto de la conmemoración se han publicado un par de decenas de buenos libros.
Algunos siguen los pasos a los testimonios de los participantes, como el de Nicolas Daum, que parte de una premisa discutible: “El movimiento estudiantil fue espontáneo desde el principio hasta el final”; otros fantasean sobre la manera de ser de los participantes en los acontecimientos, como Michèle Bernstein en una novela de culto; hay los que presentan un análisis basado en documentos de archivos, excelente el de Ludivine Bantigny, o se permiten la visualización por medio de viñetas, magníficas las de Alexandre Franc y Arnaud Bureau; algunos analizan las ideas, Michael Seidman lo hace con un título de lo más evocador, La revolución imaginaria; otros recuperan figuras estelares de la filosofía de aquel entonces, Cornelius Castoriadis, con su severo diagnóstico: “Las interpretaciones del 68 como una preparación (o aceleración) del individualismo contemporáneo constituyen uno de los ejemplos extremos que conozco de reescribir en contra de toda credibilidad la historia que la mayoría de nosotros vivimos, y de cambiar el significado de los hechos, pese a lo frescos que los tenemos en la memoria”.
“Más allá de las percepciones frívolas, que en muchos casos están justificadas, 1968 constituye una irrupción precedida de una larga tradición intelectual y seguida de un desarrollo ideológico serio, aunque absolutamente desconectado de la realidad”
Porque, en definitiva, se lee en el libro de González Férriz sobre el nacimiento de un mundo nuevo: “Más allá de las percepciones frívolas, que en muchos casos están justificadas, 1968 constituye una irrupción precedida de una larga tradición intelectual y seguida de un desarrollo ideológico serio, aunque absolutamente desconectado de la realidad”. Conclusión bastante exacta, aunque desalentadora, sobre la ilusión colectiva que atrapó por igual a trotskistas, maoístas, estalinistas, anarquistas, todos soixante-huitards (sesentayochistas) debatiendo sobre el marxismo como idea eje para cambiar el mundo. Si se intenta llegar al Mayo del 68 tras saber como sucedió, en qué orden y con qué resultados, nos damos cuenta del fuerte contraste entre la visión forjada en las barricadas de las relaciones ideológicas de producción y el hecho constituido por un conflicto de universitarios contra las élites con poca relación con la clase obrera pese a la huelga general y con el partido comunista, que sospechaba que la revuelta estudiantil era un movimiento gauchista ajeno a la lucha de clases.
La secuencia de los acontecimientos es torrencial: la gente se echa a la calle para crear las condiciones de una eventual revolución con la mirada puesta en las jornadas de julio de 1830 (“parece un cuadro de Delacroix” se oía decir entre la gente de la orilla derecha, que miraba lo que sucedía al otro lado del Sena, en la rive gauche) o en la Comuna de 1871 como se decía en el teatro Odéon ocupado desde la mañana hasta la noche: la gente se echa a la calle llevando la situación al límite para que caiga De Gaulle. La historia hay que hacerla deprisa antes de que se escabulla como ocurrió en 1848 con la llegada al poder de Luis Napoleón. Hay que tomar el Barrio Latino, aunque las “manifestaciones” se inicien en Denfert-Rochereau para bajar por el Boulevard Aragon.
¿Revolución? ¿Quién sabe?
Al frente de ellas a veces está Daniel Cohn-Bendit. Todo un símbolo de la acción, hasta se atrevió a cercenar la bandera tricolor para elegir el rojo, desechando el azul y el blanco. Luego, la postura de Pompidou y Mendès France, la huida del general De Gaulle a Baden-Baden al amparo de Massu; rumores de paracaidistas y brigadas acorazadas merodeando la ciudad. Huelgas, dificultades de abastecimiento, más huelgas, incluso el miércoles 22, víspera de la Ascensión, fecha clave porque se reunía la Asamblea Nacional para la moción de censura, en el París católico exigiendo cordura. Pasaba el tiempo. Más miedo. Más huelgas. No hay taxis porque no hay gasolina. No hay autobuses ni metro. Sólo ciclistas y silencio. Cortes de luz. Mamporros de las CRS, las fuerzas de seguridad. Jóvenes heridos conducidos a los calabozos. Más protestas. División entre los insurgentes. Sentimientos que oscilan entre la esperanza y el furor. Nadie pega ojo. Cristales rotos por los adoquines.
¿Revolución? ¿Quién sabe? Manifestación cerca del Étoile a favor del general De Gaulle; oportuno discurso en la radio, recordando los que se hacían en la guerra llamando a resistir la ocupación nazi de París. Comparación peligrosa.
Raymond Aron reflexiona sobre los motivos del levantamiento estudiantil y los límites a los que se llevó al Estado, afirmando que en ese mayo el progreso se detuvo por el ideal de progreso. La ironía está presente, también el juicio que se haga sobre ese momento, y entre los más elaborados destaca el de Richard Vinen porque sitúa el Mayo francés en el contexto de 1968, al que califica como “el año en que el mundo pudo cambiar”. Pudo pero no lo hizo. He aquí el mensaje. En el capítulo 5, que dedica a Francia, es decir, al mayo parisino con su irónico final, el perdedor de aquellas jornadas, Mitterrand, se acercó a las ideas del PSU para alcanzar la presidencia de la República en 1981, cuando Europa (incluida por primera vez España) creía que la socialdemocracia podía ser dirigida por los partidos socialistas trufados de ideas del Mayo del 68.
El sueño socialdemócrata del Estado de bienestar había acabado de aparecer
Hubo un momento entre la asamblea de estudiantes de Nanterre el 21 de marzo y la manifestación de apoyo al general De Gaulle el 30 de mayo, en que las emociones de un cambio revolucionario se dispusieron a ocupar su lugar en un nuevo orden que apartara para siempre el orden burgués que, por una ironía de la historia, salió fortalecido por las internacionales obreras. El sueño socialdemócrata del Estado de bienestar había acabado de aparecer, ahora le aguardaban veinte años de gloria hasta el giro de 1989, ligado a la caída del muro de Berlín y al descrédito del marxismo como forma de pensar la sociedad. ¿Fin de la historia? No hay que exagerar, sólo sensaciones de fracaso colectivo por las excesivas inmolaciones del pueblo en nombre del pueblo: de las Brigadas Rojas a Pol Pot, todos enfrentados al mundo viejo por citar sus folletos oficiales.
Mayo de 1968 fue ese momento de esplendor donde se pasa de la historia a la poshistoria en el incomparable escenario de las calles de París y de las aulas de la Sorbona. Los modos de pensar y de ser de los años sesenta se convirtieron en esos días en una ansiosa exigencia revolucionaria. Es cierto que entre la guerra de Argelia y el atentado de Kennedy se dieron los primeros pasos con huelgas de metalúrgicos, luego llegaron los musicales franceses bajo la órbita del PCF que definieron la douceur de la tragedia antes y después de la revolución: pensemos en la distancia entre Los paraguas de Cherburgo (1964) y Piel de asno (1970), ambas de Jacques Demy con música de Michel Legrand. Y no tardó en desarrollar la nouvelle vague con Godard, Resnais o Truffaut para encauzar las modas, los gestos, los hábitos en el vestir y en sentarse en los cafés de París donde los chicos y las chicas debatían sobre como leer El capital tomando café. El mundo como una función de teatro: una generación llamada a imponer un nuevo orden al discurso social, un orden revolucionario.
Los modos de pensar y de ser de los años sesenta se convirtieron en esos días en una ansiosa exigencia revolucionaria
Así pues, Mayo del 68, ¿qué fue en realidad? La historia duda en su definición, rebeldía estudiantil o revolución; es el turno para la novela. Esta conmemoración ha traído consigo una excelente noticia, la publicación de Ludivine Bantigny, 1968. De grands soirs en petits matins Seuil. 464 páginas. 25 EUROS.
Richard Vinen 1968. El año en que pudo cambiar el mundo. Crítica Ramón González Férriz.
1968. El nacimiento de un mundo nuevo. Debate. 312 páginas. 18,90 EUROS.
Alexandre Franc y Arnaud Bureau.
Mayo del 68. Historia de una primavera Nórdica libros/Capitán Swing. 22,50 euros
Michel Seidman La revolución imaginaria.
París 1968 Alianza Nicolas Daum Mayo del 68: la palabra anónima Machado
Patricia Badenes Salazar Fronteras de papel.
El Mayo francés en la España del 68 Cátedra. 384 páginas. 20 euros
Pauline Dreyfus El banquete de las barricadas Anagrama. 18,90 euros
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