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Cory Doctorow: “La ciencia ficción debe entenderse como alegoría y no como predicción”

Por El Mundo  ·  10.04.2023

La conversación con Cory Doctorow, el entrevistado en Canadá y el entrevistador en Madrid, iba a tener lugar inicialmente por los cauces habituales en estos tiempos de banda ancha universal, especialmente tras la pandemia: la consabida videoconferencia. Pero este escritor, bloguero y activista digital prefirió finalmente mantenerla por teléfono, en coherencia con su cruzada extrema contra el capitalismo de la vigilancia y por proteger la privacidad de sus datos. Ni Zoom, ni Whatsapp, ni siquiera Facetime.

Por algo este miembro destacado de la tribu de tecnólogos que abogan por la vuelta a un internet más abierto y horizontal se dice “zuckervegano”: asegura haber renunciado a todos los servicios de los monopolios digitales.

Rumorosa y metálica, la vieja conferencia intercontinental parece sonar peor que nunca, pero entre ruidos e interrupciones conseguimos entendernos, aun a duras penas. Pocos meses después de publicar en España el libro de relatos RadicalizadoCapitán Swing acaba de editar una novela anterior, Walkaway, en la que Doctorow imagina un futuro lo suficientemente inmediato para ser reconocible, y también lo suficientemente desfigurado por las consecuencias del cambio climático y la codicia desbocada de las élites como para dar miedo al mismo tiempo que deleita y divierte.

Rebelados contra el distópico statu quo consolidado, un grupo creciente de inadaptados, los llamados andantes, ha decidido abandonar las comodidades mínimas que garantiza el mundo “por defecto”. Se echan a andar extramuros sin nada a cuestas, y aprovechan la chatarra del mundo y la tecnología de código abierto para crear un germen de civilización alternativa que pronto se verá amenazado por las diversas fuerzas del orden que han dejado atrás.

“Es necesario distinguir entre una distopía y un mundo con ingredientes distópicos”, comienza explicando Doctorow. “En las distopías, pienso en libros como 1984, de George Orwell, o La carretera, de Cormac McCarthy, el mundo va mal y no hay esperanzas de cambiarlo. Es un escenario de fin de la Historia, y por eso creo que el fin de la Historia es la peor pesadilla que podemos imaginar. Sin embargo, en un mundo con ingredientes distópicos las cosas van mal pero podemos cambiarlas“. Es el caso del mundo de Walkaway y, por extensión, del nuestro.

La ciencia ficción es un modo de explorar a través de relatos fantásticos nuestros miedos y nuestras esperanzas sobre la tecnología y las construcciones sociales que la rodean

Doctorow no pretende, pues, que Walkaway funcione como profecía, sino como una fantasía, además de disfrutable, aleccionadora. “La ciencia ficción debe entenderse como alegoría y no como predicción. Pensar que se puede anticipar el futuro equivale a decir que está predeterminado, que da igual lo que hagamos y que las personas no importan. La ciencia ficción es un modo de explorar a través de relatos fantásticos nuestros miedos y nuestras esperanzas sobre la tecnología y las construcciones sociales que la rodean. La distancia narrativa y la empatía hacia los personajes que propicia la literatura nos permite reflexionar sobre temas demasiado grandes y cercanos para entenderlos y manejarlos”, aclara.

En la página de agradecimientos, Doctorow afirma que nunca hubiera podido escribir esta novela sin la influencia de Un paraíso en el infierno, el libro de Rebecca Solnit sobre historias extraordinarias de ingenio y altruismo en medio de crisis y desastres, y las obras de análisis crítico de la economía y el capitalismo de David Graeber y Thomas Piketty. Un curioso anclaje ensayístico tratándose de ciencia ficción.

“Estos escritores analizan el presente, escriben acerca de los problemas y las amenazas del mundo, sus esperanzas y sus soluciones. He intentado partir de su trabajo para entender el presente con más claridad. Las parábolas futuristas utilizan los acontecimientos e intentan simular en parte la claridad que se obtiene después de que estos han tenido lugar. Imaginar que hoy es ayer, hacerlo a través de la lente del futuro historiador pensando hacia atrás en quiénes somos ahora, es muy liberador y clarificador”, asegura.

Imaginar que hoy es ayer, hacerlo a través de la lente del futuro historiador pensando hacia atrás en quiénes somos ahora, es muy liberador y clarificador

El de Walkaway es un mundo dominado desde arriba por las ciudadelas de los ricos, donde ya no hay empleos, sino sólo ingeniería financiera y política. La gente corriente vive en un estado de posescasez con una renta garantizada a cambio de su dócil asentimiento. Todo parece haber cambiado según patrones de innovación tecnológica y de adaptación a la debacle climática, pero el marco de capitalismo y desigualdad permanece llamativamente inalterado.

Doctorow confirma la intención y el reflejo de nuestro tiempo y nuestras preocupaciones: “Vivimos una época marcada por la emergencia climática y la desigualdad, y ambos problemas están conectados por los grandes monopolios. Los ricos consiguen poder político y lo usan para crear poder comercial, y a través de los monopolios consiguen controlar la política. Por eso nuestros políticos están paralizados aunque el mundo esté en llamas”.

El escritor canadiense, que ha formado parte del núcleo duro de publicaciones como Wired o Boing Boing y hoy sigue escrutando la realidad desde su blog pluralistic.net, utiliza la gráfica metáfora de un autobús dirigiéndose a toda velocidad hacia un precipicio para ilustrar el rumbo de nuestra civilización.

“Durante décadas, los pasajeros de primera clase, los que controlan el vehículo, nos han dicho que el precipicio no existía, o que encontraríamos el modo de fabricar unas alas antes de llegar, o que al llegar iríamos lo suficientemente rápido para saltarlo”, asegura, “ahora que nos acercamos al borde, los de primera clase han cambiado de discurso, pero dicen que es muy tarde para parar”.

Walkaway es una historia de personas que tienen los mismos problemas que nosotros, pero nosotros tenemos la posibilidad de coger los mandos del autobús y cambiar de rumbo”, explica, “no va a ser agradable, un volantazo a 200 por hora no puede serlo, pero es mejor que seguir hacia el precipicio. La idea de que podemos mejorar nuestras circunstancias, al menos un poco, y entonces encontrar otro modo de mejorarlas otro poco y de que, ya sabes, poco a poco [en español], podamos encontrar nuestro camino hacia un futuro mejor, es fructífero y esperanzador porque se basa en la idea de la capacidad humana para actuar y cambiar las cosas, y ahí reside la diferencia entre la distopía y la utopía”.

¿Le preocupa ser tachado de pesimista respecto al futuro?Imaginar una situación de emergencia no te convierte en pesimista, sino en alguien responsable, siempre y cuando pienses y hagas algo al respecto. Si has diseñado el Titanic e insistes en que el buque no se puede hundir y que por ello no hacen falta botes salvavidas, eso no te convierte en un optimista, sino en un asesino.Su paisano McLuhan dijo que modelamos las herramientas que luego nos modelarán a nosotros mismos. ¿El mundo digital ha hecho realidad definitivamente esta observación?Estamos modelados por nuestras herramientas, pero no caigamos en un determinismo excesivo. Eso no nos convierte automáticamente en sus prisioneros. La herramienta más importante que tenemos a nuestro alcance, la meta herramienta, no es el Meta de Zuckerberg, sino la computadora básica, que sigue siendo la máquina de Turing universal. Es lo que significa tener un ordenador en la raíz de todos nuestros dispositivos: tenemos la capacidad de apoderarnos de ellos. Y eso quiere decir que cualquier sistema de control, vigilancia u opresión que suframos en el mundo digital es susceptible de ser intervenido y alterado por los usuarios. Lo que nos impide hacerlo no es tanto una cuestión técnica, sino que los grandes monopolios corporativos han logrado que se aprueben leyes para convertirlo en delito. Pero está latente la posibilidad de una política tecnológica que permita a las personas corrientes usar la tecnología para enfrentarse al poder, y va a ser la única manera de ganar esta batalla: siendo luditas. Lo cual no significa estar contra las máquinas. Los luditas amaban las máquinas, eran técnicos experimentados adiestrados durante años. Eran tecnólogos, no tecnófobos. Lo que demandaban era un cambio en la relación social con la máquina. Y creo que nosotros debemos entender del mismo modo la situación tecnológica actual. No somos prisioneros de unas herramientas que moldearán nuestro futuro; las herramientas tienen en estado de latencia las posibilidades tecnológicas para hacer el futuro que queremos.

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