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Cory Doctorow, la ciencia ficción como arma frente al metaverso: “No somos libres y no lo sabemos”

Por El País  ·  21.06.2023

Escribe en un garaje. Quiere estar a salvo de todas las miradas. También de las virtuales. Cory Doctorow (Toronto, 51 años), escritor de ciencia ficción, zuckervegan y activista en favor de los derechos digitales, no puede creerse que el resto del mundo viva como si no fuera una colección de datos que está siendo comprada y vendida a sus espaldas todo el tiempo. “No somos libres y no lo sabemos”, sentencia el escritor, para quien Mark Zuckerberg y su conglomerado virtual —su metaverso en ciernes— a la cabeza pisotea sin descanso un nuevo tipo de derechos humanos de los que no se habla lo suficiente. “Puede haber cambios en el mundo, pero, de fondo, hay una corriente que no controlamos, que está imponiendo una realidad por defecto, que intenta reimponer aquello contra lo que se está luchando mientras nos mantiene entretenidos”, dice.MÁS INFORMACIÓN

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Si el nombre de su hija —Poesy Emmeline Fibonacci Nautilus Taylor Doctorow— es casi tan interminable como el del protagonista de su última novela, la poderosa y distópica Walkaway (Capitán Swing), un jugoso cruce entre Bret Easton Ellis, Douglas Coupland y Dave Eggers, es porque quiere poder despistar a los coleccionistas de datos tanto como le sea posible. “Cuánto más largo es tu nombre, más irrastreable te vuelves. De alguna forma, con un nombre así, estás hackeando el sistema. Estás complicándole las cosas a todos esos hombres blancos, heterosexuales, ricos, las élites de siempre, que siguen detrás de todo aquello que hoy consideramos el mundo”, dice Doctorow, quien recuerda —desde su casa en Los Ángeles, a través de una videollamada— que son los mecanismos del sistema los que acaban decidiendo, por ejemplo, qué es y qué no es una familia “cuando solo tienen en cuenta a aquellas que ellos consideran como tal”.

Así, explica, cuando el Foro DVD —una organización fundada en 1995 que incluía a empresas de hardwaresoftware, medios de comunicación y el mismísimo Hollywood— decidió en qué televisiones se instalaban las placas “espía” para descubrir qué contenidos debían favorecerse, priorizó o “directamente solo incluyó familias de al menos cuatro miembros, que vivían en, por ejemplo, Londres, y podían permitirse una pantalla en el coche”. “Si has nacido en Manila y tienes un hijo construyendo un estadio en Qatar, lo que ves en televisión no importa lo más mínimo para ellos, porque no te consideran una familia”, añade. “Hay gente decidiendo qué es y qué no es cierto en nuestra vida a partir de datos que extraen de forma ilícita, y que refuerzan una idea del mundo que va en sentido contrario a la que se intenta construir”, dice también.

Por eso es tan importante tomar conciencia, asegura. En Walkaway ocurre que Hubert Vernon Rudolph Clayton Irving Wilson —y así hasta completar los 21 nombres que tiene el protagonista de la historia, más conocido como Etcétera precisamente por eso— y su mejor amigo, Seth, deciden unirse a Natalie, una rica heredera inevitablemente rebelde —se conocen en una fiesta comunista, porque eso es lo único que queda del comunismo en ese futuro aparentemente perfecto: fiestas pretendidamente solidarias—, y abandonar lo que se conoce como “la sociedad por defecto”. El mundo que imagina Doctorow es tan parecido al nuestro que podría no ser otro, o ser el mismo, pero sutilmente sofisticado. Es decir, los restaurantes adaptan automáticamente sus cartas al gusto del cliente, y todo se “imprime”, no se “fabrica”: las impresoras 3D hacen todo el trabajo.

Las impresoras están, por supuesto, teledirigidas por una inteligencia artificial que, si es capaz de radiografiar a sus clientes, es porque no es más que una de esas colecciones de datos. Salir de una sociedad así solo puede hacerse si se empieza a caminar y alejarse de los centros de poder —y de todo aquello que te ata al sistema—, si te conviertes en lo que se ha dado en llamar andantes, suerte de beatniks, o supervivientes de una realidad distópica que niega la propia realidad: lejos de esas pobladas y controladas urbes hay un desierto, en el que, las consecuencias devastadoras del cambio climático, impiden que crezca nada. Pero donde todo lo que existe es real, como solía serlo. Y es aquí donde la obra de Doctorow apunta y dispara en la misma dirección y con el mismo efecto que lo hicieron en su momento los clásicos de Aldous Huxley y Ursula K. Le Guin.

“Se me acusa de ludita, y a los luditas se les acusaba de algo que nada tenía que ver con ellos. No es que estuvieran en contra de los avances tecnológicos, estaban en contra del uso que se hacía de ellos. De que pudiera eliminarse la infancia, como se hizo, porque se podía poner a trabajar a niños, gracias a las máquinas. No estoy en contra de la tecnología. Cuando recuerdo cuánto tardaba en empapelar el barrio de octavillas para luchar a favor de algo cuando era joven, no puedo creerme que baste con un clic hoy en día para que el mundo entero pueda enterarse de lo que has puesto en marcha. Pero necesitamos un equilibrio. Los cambios solo serán reales si actuamos de forma analógica. Es decir, el mundo digital debe ser un mundo de encuentro, pero debemos seguir en la calle. Es lo analógico lo que produce el cambio”, expone.

Pese a su zuckerveganismo —esto es, no usa ninguna tecnología que pertenezca al creador de Facebook porque Mark Zuckerberg, dice, “no respeta nuestros derechos digitales”—, se confiesa adicto a Twitter. “Es un error no tener en cuenta las relaciones virtuales. ¡Nos salvaron durante la pandemia! No podemos negar que han hecho nuestra vida más fácil. Mi mujer y yo nos conocimos cuando ella vivía aún en Londres y yo ya estaba en Canadá. Parte de nuestra relación, al principio, se desarrolló de forma virtual. La tecnología tiene un potencial enorme, es la forma en que estamos siendo usados mientras la utilizamos lo que no está bien. ¿O no tiene sentido que estemos ahorrando combustible porque ya no tenemos que reunirnos físicamente en ningún lugar? Deberíamos tomar conciencia, eso es todo”, insiste.

Devoto de Judith Merril, la escritora de ciencia ficción que le hizo amar el género — un auténtico huracán creativo, impulsora de publicaciones y talleres literarios en su Toronto natal—, Doctorow considera que “la única forma de ganar una batalla ideológica es extinguiendo la imaginación, y eso es lo que está intentando el neoliberalismo a través de la tecnología”. “Si he querido ser escritor de ciencia ficción desde el principio es porque creo que el género presenta alternativas, y es el único que lo hace, al mundo en el que vivimos. Nos dice que las cosas podrían ser de otra forma”, dice. Y pese a todo, se muestra optimista. “Mi hija de 15 años sabe que el sistema no puede ofrecerle nada y, como ella, lo saben el resto de los chavales. Ninguno de ellos tiene futuro en el sistema de hoy, y esto es lo que las élites no han entendido aún y lo que puede derrotarles”, concluye, esperanzado.

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