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Cory Doctorow: «Internet ya se ha convertido en el sistema nervioso de nuestra sociedad»

Por ABC  ·  17.10.2022

Explica Cory Doctorow (Toronto, 1971) que escribir le sirve, entre muchas otras cosas, para purgar miedos y aliviar angustias propias del momento que le ha tocado vivir, así que nadie se extraña demasiado cuando asegura que tiene hasta ocho libros entre manos. A grandes males, ya se sabe, tecleo compulsivo y paletadas de ciencia ficción, literatura distópica y ensayos críticos con el regreso de la cultura del monopolio. «Es que me funciona. Tengo amigos que se ponen tristes; yo, en cambio, escribo. La ciencia ficción es como mi válvula de escape», relativiza Doctorow desde el otro lado de la pantalla. ‘Black Mirror’ y vistazo de reojo al futuro para charlar con uno de los grandes visionarios de la ciencia ficción contemporánea.

Un creador inquieto e hiperactivo que reparte su tiempo entre las novelas, el activismo tecnológico, la órbita académica (es doctor honoris causa en Informática por la Open University e investigador afiliado al MIT Media Lab) y la defensa del software de código abierto. Múltiples frentes para (casi) un único objetivo: las derivadas ideológicas del progreso tecnológico. «Lo que me interesa no es lo que hace una tecnología, sino a quién se lo hace y para quién»’, aclara. Ese es precisamente uno de los ejes temáticos de ‘Radicalizado’ (Capitán Swing), colección de cuatro novelas cortas (o relatos largos, tanto monta) con los que el autor de ‘Pequeño hermano’ aplica el molde distópico para mostrar los efectos de la tecnología en la sociedad contemporánea. «La individualidad hace que la vida sea miserable», desliza.

En ‘Pan no autorizado’, por ejemplo, la tecnología funciona como implacable estratificador social y, al mismo tiempo, como germen una suerte de revuelta comunitaria: a cambio de poder acceder a determinadas viviendas de protección oficial, los inquilinos han de aceptar utilizar electrodomésticos que únicamente funcionan con productos de una marca determinada. Sólo productos ‘autorizados’ y claro, también más caros. «No tiene nada de distópico hablar de cambios climáticos graves, de pandemias o de cómo se deshacen los casquetes polares. Lo que tenemos que hacer es ayudar a entender el futuro», apunta Doctorow cuando se le pregunta si el género que define el siglo XXI es la distopía. «Simplemente utilizamos las herramientas del presente para comprender lo que ocurre. Mary Shelley, por ejemplo, no quiso anticipar nada con ‘Frankenstein’, sino que volcó ahí sus miedos y preocupaciones», añade.

En ‘Radicalizado’, el relato que da títudel ruso que Miquel Cabal Guarro tituló ‘Manyaga’. El personaje que encarna Benito aparece a media luz: la tonalidad macilenta con las arcadas góticas de la Biblioteca de Catalunya realza la atmósfera del confesionario.

La confesión: haber llegado tarde a expresar sus sentimientos a una mujer que le podría haber amado. Regente de una casa de empeños, la conoció entre su triste clientela –ella necesitaba dinero para huir de una familia que la esclavizaba– y se casó con ella.

Todo podría haber ido bien si él no se hubiera encastillado en el orgullo: si las palabras afectuosas se hubieran impuesto a la estúpida exhibición de la autoridad que le otorgaba haber librado del arroyo a su joven esposa. Pero las palabras cálidas no llegaron y la relación se fue tornando gélida por su pertinaz silencio hacia aquella mujer que de vez en cuando, como de forma clandestina, susurraba una canción que, de buen seguro, ya no debía ser para él. lo al libro, Doctorow se sumerge en la ‘deep web’ para enmarcar una violenta revuelta protagonizada por familiares de enfermos de cáncer a los que sus compañías de seguros se niegan a tratar. «No creo que seamos canarios en la mina. Más bien

¿sabes una tabla de ouija? Pues nosotros colocamos letras y símbolos y luego es el lector el que le da sentido moviéndose por la tabla», apunta el escritor.

Se le recuerda al canadiense que hace ‘Orgull’ condensa en una hora todas las obsesiones del autor de ‘Crimen y castigo’. Y en esa hora Andreu Benito metaboliza cada momento de la aciaga vivencia de ese personaje que pudo ser feliz, se resistió a la felicidad y cuando quiso enmendar su error ya era demasiado tarde.

En la butaca sobre el suelo terroso, con una mesa y unas sillas distanciadas en un amplio espacio escénico que acentúa la soledad y propicia la descarnada introspección, el protagonista narra cómo resistió los embates de la miseria

Pero lo que ese orgullo de la supervivencia a la adversidad podría atesorar como cualidad deviene en una incomunicación que coarta la posibilidad de amar: esa caricia, la palabra afectuosa que nunca se pronunció.

Un texto duro y necesario. ‘Orgull’ confronta al espectador con sus más íntimas frustraciones sentimentales. Como si Dostoievski nos hablara desde el diván de un psicoanalista. unos años, a su paso por el CCCB, ya aseguró en una entrevista que en dos décadas casi todos los problemas estarían relacionados con Internet. Sin duda, reconoce, se quedó corto. «En los últimos años se ha acelerado todo una barbaridad. Internet ya se ha convertido en el sistema nervioso de nuestra sociedad. En Estados Unidos, por ejemplo, jugó un papel muy importante durante la pandemia, pero también es un caldo de cultivo para lo peor. Por eso es necesario un sistema de código abierto que permita evitar la censura y el abuso», explica un autor que, puestos a elegir el vehículo que mejor le funciona, aboga por un híbrido entre novela y ensayo. O algo parecido.

«La no ficción puede ser más explícita y abstracta. La ficción, en cambio, permite ser muy concreto y a la vez muy impreciso sobre algo. En realidad, en mi caso creo que funciona como una soldadura: dos partes que por separado no sirven para mucho pero que dan forma a algo separado cuando se unen», concluye.

DAVID MORÁN BARCELONA

Anticipadores y visionarios

Doctorow, uno de los grandes visionarios de la ciencia ficción, pasa revista a los efectos de la tecnología en la vida contemporánea

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