Prologado por uno de los autores que más y mejor han abordado entre nosotros la figura del dandi, Luis Antonio de Villena, a quien debemos títulos tan sugestivos como -la expresión es de Balzac- Corsarios de guante amarillo (1983), Prodigiosos mirmidones -la imagen se debe a Baudelaire- reúne un puñado de aproximaciones al dandismo seleccionadas e introducidas por Leticia García y Carlos Primo, en un valioso volumen acompañado de divertidas ilustraciones de Marina Domínguez Garachana. La antología es excelente y la Apología que firman los compiladores, bastante recomendable, aunque tal vez fuercen más de la cuenta los argumentos para incluir a personajes actuales. Dicho con otras palabras, es arriesgado -ellos mismos lo reconocen- relacionar a Oscar Wilde con Porrina de Badajoz.
Estaría uno dispuesto a conceder que artistas maravillosos como David Bowie encarnan las aspiraciones del dandismo, pero le resulta bastante más difícil afirmar algo parecido de Michael Jackson o de Karl Lagerfeld, a los que también mencionan de pasada, dado que la distinción no equivale a mera extravagancia. Un chiste sobre el uso de la ropa deportiva -“Cuando pierdes el control sobre tu vida, te compras un chándal”, dice el modisto- no basta para construir una teoría de la transgresión y, por otra parte, se hace imposible imaginar a Brummell emulando a Peter Pan o deambulando por el horror acartonado de Disneylandia.
Por lo que se refiere a la selección, el conjunto reúne textos o fragmentos canónicos de Disraeli (Vivian Grey), Balzac (Tratado de la vida elegante), Carlyle (La secta de los dandis), Baudelaire (El dandi), Huysmans (Al revés), Lorrain (El señor de Phocas) o Camus (La rebelión de los dandis), además de otros inéditos como el interesantísimo Del esnobismo de Robert de Montesquiou. Los autores de lengua castellana están representados por el cubano Julián del Casal (Ezequiel García) y los españoles Zamacois (El fantasma), Retana (El encanto fatal), Hoyos (La hora violeta) y Umbral (Larra: anatomía de un dandi), que no sólo reflexionó con lucidez a propósito de dandis y malditos sino que encarnó, hasta cierto punto, la figura.