El 3 de octubre de 1963 se publica en Buenos Aires Rayuela, escrito por Julio Cortázar. Bajo la etiqueta de antinovela o, como el propio autor prefería llamarla, contranovela, la primera página de Rayuela recibe al lector con un tablero de dirección, que permite leer el libro de dos maneras distintas: comenzando por el primer capítulo y leyendo los siguientes sucesivamente hasta llegar al número 56 o empezando por el capítulo 73 y siguiendo el orden en apariencia aleatorio del tablero. Ni que decir tiene que Cortázar recomienda la segunda opción. Una propuesta narrativa innovadora que hacía merecedor al libro del calificativo de antinovela.
Sin embargo, un año antes el periodista, escritor y crítico literario Marc Saporta llevó a cabo un experimento todavía más chiflado: una novela compuesta por páginas sueltas, sin encuadernar y sin numerar, colocadas al azar dentro de una caja, para que el lector las baraje como si fueran cartas y sea la casualidad la que decida el orden de los acontecimientos en la trama. Publicado en Francia en 1962 bajo el insípido y misterioso título de Composición nº1, la novela fue traducida el inglés por Richard Howard y publicada al año siguiente en Estados Unidos. Aunque tuvo una recepción desigual por parte de la crítica, la singularidad del planteamiento hizo que la obra adquiriera una especie de estatus místico.
Dice el propio autor en el prólogo: «Se ruega que el lector disponga de estas páginas como de una baraja de cartas (…) Del encadenamiento de las circunstancias depende que la historia acabe bien o mal. Una vida se compone de elementos múltiples. Pero el número de composiciones posibles es infinito». Y aunque Saporta quizá exagera con lo de infinito, casi da en el clavo. Un año antes el patafísico Raymond Queneau había publicado un libro con diez sonetos que permitía acoplar al azar sus versos permitiendo mil millones de combinaciones. ¿Qué no podría conseguir entonces Saporta con su novela? Probablemente serían necesarios varios millones de años de lectura constante para acercarse a leer todas las combinaciones posibles y aún así no agotarlas. Hay que aclarar, por cierto, que Saporta no pertenecía al movimiento OuLiPo.
Sin embargo, queda una cuestión decisiva en el aire: ¿cómo funciona el azar en la trama y en la percepción que el lector tiene de la historia? O dicho con otras palabras: ¿es Composición nº1 una novela con un mínimo de calidad o son un montón de fragmentos deslavazados y sin ninguna continuidad ni sentido? Por fuerza la técnica experimental de la novela tiene que afectar a la historia, desarrollada durante el París de la ocupación nazi, ya que fuerza al lector a conectar los distintos fragmentos y a imponer linealidad a la trama, dotándolo de un papel plenamente activo dentro del proceso de lectura. Una experiencia única solo por la cual ya merece la pena darle una oportunidad a este artefacto.
Por suerte Composición nº1 ha sido traducida y publicada al castellano. Pocas editoriales asumirían el riesgo de publicar semejante extravagancia, pero Capitán Swing es sin duda una de ellas. Por otra parte, aunque parezca que esta novela sea más bien una obra de arte irreproducible digitalmente Visual Editions, que había publicado una edición en 2011, se ha atrevido a sacar una versión para iPad que baraja las páginas de forma automática. Aunque en este caso, ya puestos a hacer excentricidades, mejor reivindicar el papel.
Autor del artículo: Alejandro Gamero
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