Anna Freixas, la escritora que lidera la reivindicación de los años de la madurez y la vejez como años de buen vivir para las mujeres, lo tiene claro: el relato general sobre la menopausia «se concentra en un cúmulo de problemas y amenazas que van del infarto a la depresión, de la frigidez a la osteoporosis, de la tristeza al envejecer», en lo que denomina «un discurso oficial negativo y atemorizante». Tiene razón: la perspectiva de llegar a los 50 años y comenzar el proceso de la menopausia provoca temor. Tanto, que estamos dispuestas a lo que sea para luchar contra sus ‘terribles’ efectos colaterales.
Freixas señala algo obvio que casi siempre se nos escapa: «Existe un mutismo sospechoso acerca de las posibles bondades de la menopausia». Parece que esta fase de la vida de las mujeres debe apagarse al precio que sea, no vaya a ser «que pueda producirse un entusiasmo colectivo y contagioso por parte de las mujeres ‘afortunadamente sin regla’. Una rebelión de mujeres mayores, sabias y libres». Tiene sentido: justo cuando las mujeres nos liberamos de tantas imposiciones sociales, se nos vuelve a encerrar en los mitos tristes de la menopausia. Con el agravante de que tenemos por delante casi la mitad de una vida.
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«¿Vamos a vivir estas cuatro décadas posteriores a la menopausia deprimidas, enfadadas con nuestro cuerpo, supeditadas a la fertilidad como seña de identidad del ser mujer?», nos pregunta Anna Freixas, autora de ‘Yo, vieja’ y ‘Nuestra menopausia’ (ambos en la editorial Capitán Swing). «El diseño cultural de la menopausia como un hecho deprimente que debe ser ocultado refleja la idea social de que la identidad central de la mujer reside en la reproducción y, por añadidura, en su calidad de objeto para la satisfacción sexual del varón». ¿Qué podemos negar de ese diseño cultural? La autora pone en primer plano algunos mitos falsos.
La menopausia NO es igual para todas
Los estudios demuestran que no existe una experiencia universal de la menopausia: hay mujeres que no tienen ningún síntoma y otras que los viven severamente. Sorprende, sin embargo, la distribución espacial de esta distinción. Las mujeres japonesas presentan mínimos signos y las mujeres mexicanas mayas no tienen ninguno, mientras que el 80% de las mujeres occidentales experimentan sofocos y calores nocturnos ¿Por qué? Freixas lo explica con claridad: «En las sociedades donde la menopausia supone una mejora en la posición social y personal de la mujer se detecta una disminución, y en numerosos casos casi la ausencia, de signos en este periodo».
La menopausia NO es una enfermedad
«La idea de que las mujeres necesitamos tomar hormonas para mantenernos sanas equivale a decir que nuestros cuerpos son imperfectos, que la naturaleza debe ser corregida», explica Anna Freixas, quien denuncia la medicalización general de la experiencia corporal de las mujeres, de la menstruación al parto o la lactancia. «Esto ha minado nuestra confianza para recorrer la experiencia de la menopausia con la misma naturalidad con que afrontamos cualquier otra transición anterior y nos impide confiar en que se trata de un proceso natural y saludable y, sobre todo, ha exacerbado el miedo a envejecer».
Freixas cita un estudio de la antropóloga Mari Luz Esteban para explicar que las mujeres menos implicadas en la aproximación médica a la menopausia, las mujeres más mayores, presentan muchos menos signos de la misma, probablemente debido a que no aprendieron a vivirla como una enfermedad. «En sus tiempos, la consideración de la menopausia como una enfermedad no era el mensaje corriente. Ellas la pasaron y santas pascuas».
Cuando la retórica publicitaria del tratamiento hormonal promete «permanecer femeninas para siempre» o «vivir de una manera más sabia», se construye la menopausia como una deficiencia y una enfermedad que debe corregirse, no como un proceso natural e inscrito en nuestro ADN. «No hay ninguna razón para asumir que una mujer deba tener los mismos niveles hormonales durante y después de sus años reproductivos».
La menopauisa NO es una crisis de la vida
Freixas examina los signos (que no síntomas) principales de la menopausia (hemorragias irregulares, irritabilidad y cambios de humor, cansancio, dolor de cabeza, pérdida de concentración, pérdida de deseo sexual, insomnio y aumento de peso) y concluye lo imposible de defender un solo tratamiento para toda esta sintomatología. Más aún: «El invento de las hormonas ha venido a ser la panacea universal que, como una bella capa, todo lo tapa, y resulta una auténtica ganancia de pescadores». En otras palabras: atribuimos a la menopausia y a su solución medicalizada síntomas que corresponden a otros motivos. Sobre todo, «a las circunstancias agotadoras que constituyen la vida de las mujeres en la mediana edad».
«Entre las más frecuentes destacaría el exceso de trabajo en malas condiciones, con falta de reconocimiento y motivación; unas relaciones de pareja poco satisfactorias, monótonas, sin reciprocidad; el agotamiento por la responsabilidad de los cuidados, por la carga afectiva familiar; la falta de tiempo para el ocio y la distracción, para pensar en sí misma; la alienación del propio cuerpo, sin deseos en el horizonte, atiborradas de pastillas, con una alimentación errática con adicciones diversas —al tabaco, al amor, al trabajo, a las pastillas para dormir, al alcohol—; y una vida sedentaria».
La menopausia NO conlleva disminución de la vida sexual
Uno de los mitos más extendidos sobre la menopausia es el de la disminución de la libido. Parece que cuando las mujeres dejan de cumplir el ideal de la belleza femenina, con la delgadez, la juventud y la docilidad obligatoria, cierto diseño cultural las descarta como sujetos sexuales. La realidad, sin embargo, es otra. «Frente a la creencia social de que el deseo se desvanece con la edad, la evidencia científica muestra que, de hecho, la libido femenina no solo no disminuye, sino que puede aumentar, siempre que se den determinadas circunstancias», explica Anna Freixas.
¿Qué consigue que el mito de la ausencia de deseo sexual en las mujeres maduras se imponga? «Que estas no hablen sobre sus deseos ni en público ni en privado y que, por tanto, no se interesen por él ni tengan una actitud activa al respecto», responde Freixas. En el libro ‘Nuestra menopausia’, desgrana el abanico de posibilidades que las mujeres maduras tienen a su disposición cuando menos atadas a los convencionalismos sociales y sexuales se sienten, desde liberarse del sexo si este no ha sido disfrutado y se ha vivido como una imposición, hasta ajustar prácticas al disfrute del propio cuerpo, y no al deseo ajeno.
«El cerebro es un potente órgano sexual que nos puede permitir vivir la sexualidad de diversas formas, más allá de la conocida genitalidad», señala Anna Freixas, quien apunta que muchas mujeres cambian de pareja o exploran más allá de la orientación sexual primera para buscar mejor acomodo a sus deseos, en una etapa en la que el erotismo se vuelve más complejo y menos atado al guión heterosexual convencional. «Se enfatiza el valor de la imaginación, la fantasía, la búsqueda de nuevos placeres, como antídoto contra la rutina y la monotonía de la erótica mantenida con una misma pareja a lo largo de los años», explica.
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