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Cómo la Iglesia cambió la faz del mundo prohibiendo el matrimonio entre primos

Por El Cultural  ·  03.01.2023

Según copias de copias de fragmentos de textos antiguos, en el año 500 a.C. Pitágoras exhortaba a sus seguidores a no comer judías. Nadie sabe por qué dictó esta prohibición, pero no importa, porque no cuajó. Según Joseph Henrich (Norristown, Pensilvania, 1968), unos primitivos padres de la Iglesia de identidad desconocida promulgaron un edicto prohibiendo el matrimonio entre primos. Tampoco está claro por qué lo hicieron, pero, si Henrich está en lo cierto –y hay que decir que desarrolla una argumentación apasionante con profusión de pruebas–, esta prohibición cambió la faz del mundo al acabar creando sociedades y personas WEIRD [raras], siglas en inglés de occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas.

Las personas más raras del mundo

Joseph Henrich
Traducción de Jesús Negro. Capitán Swing, 2022. 799 páginas. 28,50 euros.

De acuerdo con lo expuesto en este entretenido libro, de meticulosa argumentación, esta simple norma desencadenó una cascada de cambios que dio lugar a la sustitución de las tribus por los Estados, la sabiduría popular por la ciencia, y las costumbres por las leyes. Si usted está leyendo esta reseña, muy probablemente sea usted raro, y también lo sean casi todos sus amigos y las personas con las que se relaciona. Ahora bien, nuestra condición atípica se manifiesta en muchos parámetros psicológicos.

El mundo actual está habitado por miles de millones de personas cuyas mentes son asombrosamente diferentes de la nuestra. A grandes rasgos, los raros somos individualistas, pensamos de manera analítica, creemos en el libre albedrío, asumimos la responsabilidad personal, nos sentimos culpables cuando nos portamos mal y creemos que el nepotismo debe desincentivarse, si no prohibirse, ¿a que sí? Ellos (la mayoría no rara) se identifican con la familia, la tribu y el grupo étnico, se sienten avergonzados –no culpables– cuando se portan mal, y piensan que el nepotismo es un deber natural.

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Estas diferencias, y otras más, quedan de manifiesto en las encuestas sobre actitudes, y de manera más llamativa en cientos de experimentos psicológicos, pero la línea entre raros y no raros, como todas las líneas de la evolución, no es nítida. Existe toda clase de híbridos, casos intermedios y variaciones inclasificables, pero también existen fuerzas que han tendido a clasificar a los humanos del presente en estas dos categorías, indistinguibles desde el punto de vista genético pero profundamente diferentes desde el psicológico.

Las personas raras son el desarrollo más reciente, surgido de la innovación que supuso la agricultura hace 10.000 años y del nacimiento de los Estados y las religiones organizadas hace unos 3.000 años. Luego se convirtieron en “protorraras” a lo largo de los últimos 1.500 años (debido a la prohibición del matrimonio entre primos), hasta que el proceso culminó en la llegada repentina –desde el punto de vista biológico– de la ciencia, la industria y el mundo “moderno” durante los últimos 500 años, más o menos. Las mentes raras evolucionaron por selección natural, pero no por selección genética sino por la selección natural de las prácticas culturales.

Henrich es antropólogo en Harvard. Él y sus compañeros definieron por primera vez la mente rara en una crítica a todos los trabajos de psicología humana (y de ciencias sociales en general) realizada con sujetos experimentales, en su inmensa mayoría estudiantes universitarios o hijos de profesores de universidad. Casi todos los investigadores dieron por sentado que los resultados obtenidos a partir de este conjunto de individuos “normales” constituían características universales de la naturaleza, el cerebro y el sistema emocional humanos.

Pero al intentar reproducir el experimento con personas de otros países, no solo cazadores-recolectores analfabetos o agricultores de subsistencia, sino, por ejemplo, élites de los países asiáticos, quedó de manifiesto que la muestra del trabajo original llevaba consigo un enorme sesgo de partida. Una de las enseñanzas que debemos extraer de este importante libro es que la mente rara es real. Toda investigación futura sobre la “naturaleza humana” tendrá que complicarse echando una red más ancha para captar sus sujetos. También debemos dejar de dar por cierto que nuestra forma de ser es “universal”. Todos tendremos que cambiar nuestra perspectiva.

El elemento central de la teoría de Henrich es el papel desempeñado por lo que él llama el Programa de Matrimonio y Familia de la Iglesia Católica

Henrich demuestra que muchas formas raras de pensar son consecuencia de diferencias culturales, y no genéticas. Y esta es otra lección del libro: la biología no es solo genes. El lenguaje, por ejemplo, no se inventó: evolucionó. Lo mismo ocurrió con la religión, la música, el arte, las formas de cazar y cultivar, las normas de comportamiento y las actitudes con respecto al parentesco que dejan diferencias mensurables en nuestra psicología e incluso en nuestro cerebro.

Sin embargo, el elemento central de la teoría de Henrich es el papel desempeñado por lo que él llama el Programa de Matrimonio y Familia de la Iglesia Católica Romana, que prohíbe la poligamia, el divorcio, el matrimonio entre primos hermanos, al mismo tiempo que disuade de la adopción, los matrimonios concertados y las normas de herencia predominantes en las familias extendidas, los clanes y las tribus. “La genialidad accidental del cristianismo occidental consistió en ‘descubrir’ cómo desmantelar las instituciones basadas en el parentesco y catalizar su propia difusión”.

La genialidad fue accidental, considera Henrich, porque las autoridades eclesiásticas  que dictaron esas leyes tenían poca o ninguna idea de lo que estaban desencadenando, aparte de darse cuenta de que, debilitando los lazos tradicionales de parentesco, la Iglesia se enriquecía rápidamente.

[‘Metrópolis’, de Babilonia a la urbe del siglo XXII]

Uno de los objetivos del autor del estudio es quitar valor a los vestigios residuales de la teoría del gran hombre, por lo que sería reacio a confiar en cualquier documento antiguo que saliera a la luz en el que se narraran las “verdaderas” razones de la beligerante postura de la Iglesia en estas cuestiones. Como buen evolucionista, puede afirmar que “la Iglesia no fue más que la ‘afortunada’ que tropezó con una eficaz recombinación de creencias y prácticas sobrenaturales“. Sin embargo, por qué los padres de la Iglesia hicieron cumplir esas prohibiciones sigue siendo un misterio.

Las personas más raras del mundo es una obra extraordinariamente ambiciosa, en la línea de Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond, al que hace una breve y respetuosa mención, pero que va mucho más allá y que refuerza cada punto de la argumentación con pruebas reunidas por el “laboratorio” de Henrich, con docenas de colaboradores. El libro utiliza datos concretos de los campos de la historia, la antropología, la economía, la teoría de juegos, la psicología y la biología, todo ello entretejido con “bombo estadístico”, cuando la estadística corriente no es capaz de distinguir la señal del ruido. Las notas y la bibliografía ocupan más de 150 páginas e incluyen un interesantísmo abanico de debates. También está repleto de disculpas por haberse conformado con hipótesis algo provisionales.

Durante mucho tiempo ha existido una división hostil entre los antropólogos físicos, que estudian los fósiles de los homínidos, y los antropólogos culturales, que pasan temporadas en la selva aprendiendo la lengua y las costumbres de una tribu de cazadores-recolectores, por ejemplo, o que, hoy en día, dedican temporadas a estudiar las costumbres de los corredores de bolsa o los camareros. Henrich es antropólogo cultural, pero quiere hacerlo bien, con experimentos, estadísticas y afirmaciones basadas en hechos que puedan demostrarse correctas o incorrectas.

El autor reconoce que (por ahora) su investigación pasa por alto grandes partes de la población mundial, y cuando cuenta sociedades en vez de personas para obtener su medida de lo anormales que somos los raros, cabe preguntarse qué porcentaje de la población del mundo es rara hoy en día. Los normales se están volviendo raros en masa, y casi nadie va en sentido contrario, de manera que si los raros no somos la mayoría, pronto lo seremos, ya que las sociedades con altos índices de intensidad de parentesco evolucionan o se extinguen casi tan deprisa como miles de lenguas.

El libro requiere un escrutinio respetuoso aunque despiadado, pero lo que no necesita son condenas o citas ideológicas de pasajes brillantes por parte de autoridades reverenciadas. ¿Están los historiadores, los economistas y los antropólogos a la altura? Será apasionante comprobarlo.

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