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Comiendo en Hungría

Por El Cultural (El Mundo)  ·  13.12.2010

Dos escritores americanos, gordos, sibaritas y comunistas se sientan a la mesa en Hungría bajo el añejo techo del restaurante Alabárdos. Todavía no tienen el Nobel, pero lo huelen, y bromean sobre ello. Fuera arrecia la guerra fría. Van con hambre y buen paladar a disfrutar de los placeres de Buda y de Pest y a descubrir a sus lectores los secretos de su cocina convertidos en gourmets literarios. Lo deciden tras una charla ese mismo día, al borde del Danubio, y tiempo después ve la luz el libro escondido Comiendo en Hungría, que acaba de recuperar Capitán Swing para los lectores españoles en una edición ilustrada por Marta Gómez-Pintado. Está de moda comer, exclama Neruda en el prólogo, así que zampan, repasan anécdotas (un Alberti recordando a Pablo, en París, que el tiempo de los poetas gordos ha llegado) y escriben, incluso Asturias se arranca con poemas. Un libro muy rico para quienes admiran a estas dos figuras de la literatura del siglo XX y también para quienes gustan de los placeres de la comida, sobre todo la “absolutamente húngara”.

¡Está de moda comer!

(prólogo de Pablo Neruda)

Con piedra y palo, cuchillo y cimitarra, con fuego y tambor avanzan los pueblos a la mesa. Los grandes continentes desnutridos en mil banderas, en mil independencias, y todo va a la mesa: el guerrero y la guerrera. Sobre la mesa del mundo, con todo el mundo a la mesa, volarán las palomas.

Busquemos en el mundo la mesa feliz.

Busquemos la mesa donde aprenda a comer el mundo. ¡Donde aprenda a comer, a beber, a cantar! La mesa feliz.

Hungría nos gustó y la gustamos. Somos golosos venidos de allá lejos, de tierras calientes que siguen ardiendo y tierras frías que viven con la nieve. Teníamos hambre ancestral, siglos de hambre maya, edades de guerra y hambres de Arauco, hambrunas de Castilla que empujó a América la soldadesca imperial.

Estas hambres caminan en nuestra sangre y nos dotaron de una curiosidad infinita por cuanto se come.

Estas hambres reunidas nos dieron un apetito devorador.

Miramos con hambre a Hungría. ¡Tierra de carne asada al atardecer, con humo de mil cocinas en la llanura, y algunas campanas de iglesia que llamaban a la cena!

Y luego Budapest con su color de racimo y su alma de pan, su luz de panadería. Sobre el Danubio se ciernen vapores de platinada cacerola. Por las colinas el aire impregnado por las flores se modifica bienhechoramente y reparte aromas de manteca y paprika, de orégano y laurel.

La tarde budapestina con sus puentes como parrillas sacrosantas y las faldas neogóticas del Parlamento, torta sublime que miramos como los niños miran las maravillas. Budapest es maravillosa y comestible.

Salve, vino de Hungría!, exclamamos, levantando las copas de cristal reciente en las mismas colinas de Buda donde nacieron sus viñas. Vino de siete venas amarillas, de siete ramas de ámbar, de siete azafranes pálidos y ardientes.

Del “Monje Gris” hasta el “Tokay” recomendamos la escala de sus valores, desde la seca transparencia hasta la delirante dulzura.

Y los vinos tintos, enrojecidos por la historia, fruto rojo de los oscuros combates de la tierra húngara. Siete colores del rubí, sangre de toro, sangre de venado, sangre de león…

Todo este manantial cristalino y purpúreo nos atrajo, a nosotros, sedientos de América, veneradores de la vid, sostenedores de copas en la altura más fragante de la primavera. Vinimos aquí a comer. Y nos dirán: ¿y por qué no a pensar, a filosofar, a estudiar? Todo eso lo hacemos y lo hicimos. Pero lo callamos. Cuanto comimos con gloria, se lo decimos en este pequeño libro al mundo. Es una tarea de amor y de alegría. Queremos compartirla. Sentémonos juntos todos los hombres del mundo alrededor de la mesa, de la mesa feliz, de la mesa de Hungría.

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