Poco nos pasa. Ésta es una historia real que comienza con, lo siento, la caca. Imaginen que viven hacinados en espacios pequeños, sin apenas luz, ventilación ni medidas de higiene. Imaginen que comen en la misma superficie donde hacen sus necesidades, y que entre cucharada y cucharada de cereales, de vez en cuando se les cuela un resto de caca. La caca, ya saben, es una barra libre de virus y bacterias, el sistema que utiliza la biología para excretar desechos y sustancias tóxicas. Imaginen que, debido a dicha confusión gastronómica, su cuerpo reacciona intentando expulsar cualquier elemento tóxico con una diarrea. Recuerden, viven hacinados, a oscuras y sin ventilación. Ahora, dejen de imaginar. Y piensen en los centenares de millones de pollos y de cerdos que (mal)viven en dichas condiciones en las granjas de todo el mundo. Piensen en ese pollo o cerdo enfermo que mandan al matadero y acaba despiezado en la bandeja forrada en plástico de un supermercado. Y un cliente lo compra, lo cocina y se lo comen él y su familia. Esa comida de mierda (literalmente). Y no pasa nada. Esa vez.
Ahora multipliquen esa situación por las 124 millones de toneladas de carne de pollo y las 120 millones de toneladas de carne de cerdo que, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), se produjeron en 2018 en todo el mundo. No todas, pero sí muchas, de esas toneladas se produjeron en ese tipo de explotaciones agrarias verticales. “Nuestro mundo está rodeado de ciudades de millones de cerdos y aves de corral de monocultivo apretujados unos contra otros: una ecología casi perfecta para la evolución de múltiples cepas virulentas de gripe”, escribió en un informe de 2010 Rob Wallace, biólogo y filogeógrafo de salud pública –su trabajo consiste en rastrear por el mundo las mutaciones y los contagios de virus como la gripe–, autor de ‘Grandes granjas, grandes gripes: agroindustria y enfermedades infecciosas’, que recoge más de una treintena de artículos publicados en revistas de divulgación científica sobre la estrecha relación entre las formas intensivas de producción de la industria agroalimentaria y las pandemias. Y ahora Capitán Swing edita este ensayo profético en español, en medio de una epidemia de causada por el virus SARS-CoV-2.
Wallace, que ha sido consultor de la FAO y del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), perteneciente al Departamento de Salud del Gobierno de Estados Unidos, y lleva tiempo avisando de la tormenta perfecta de la que intentamos refugiarnos ahora. “El coronavirus constituye solo una de toda una serie de nuevas cepas patógenas que han aparecido o reaparecido súbitamente como amenazas para el ser humano en este siglo”, como la gripe aviar, la porcina, el Ébola Makona, la Fiebre q o el Zika. De las aguas de la deforestación la sobreexplotación agraria, la ganadería vertical, el comercio expansivo y los programas de austeridad en saneamiento ambiental y sanidad pública vienen estos lodos. A lo que hay que añadir el comercio globalizado y la democratización del viaje, el trasfondo socioecológico moderno que ha propiciado el caldo de cultivo ideal para la propagación de los virus.PUBLICIDADAds by Teads
Diciembre de 2007. Wallace publica: “Es posible que el tren de la gripe aviar haya salido ya de la estación epidemiológica y que una pandemia sea ahora casi inevitable. Con ello podrían morir millones de personas en lo que sería un fracaso catastrófico de los gobiernos y los ministerios de Salud de todo el mundo”.
Abril de 2009. Wallace publica: “La transmisión incontrolada en zonas vulnerables estimula la variación genética, con la que el nuevo H1N1 puede desarrollar características que aceleren la transmisión y aumenten la virulencia”.
Octubre de 2010. Wallace publica: “Las pandemias anteriores nos enseñan que la opción prudente es prepararse para lo peor. La alternativa es tomar medidas únicamente frente a una pandemia verdaderamente mortal. El coste de pensar que no es posible la inminencia de una pandemia es catastróficamente mayor que el de equivocarse al pensar que se acerca una pandemia que no llegará a producirse”.
Esperemos que no pase nada, vienen a desear los gobiernos. Porque la actuación de los virus en el cuerpo humano es muy variable. “La pandemia de 1918 resultó ser leve en su encarnación primaveral y apocalíptica en el otoño siguiente. Pero, incluso entonces, los efectos del patógeno siguieron siendo muy variados entre la población: algunas personas expuestas no se infectaron, otras se infectaron pero padecieron una simple gripe estacional, y luego, por supuesto, estuvieron todas aquellas cuyas vísceras se deshicieron. Una tasa de mortalidad que sólo llegó al 5% –una cifra que sirve de consuelo para los más perversos de los escépticos– y que mató de 50 a 100 millones de personas en todo el mundo”, recuerda. “La vida moderna es un zoológico de subtipos de gripe que han demostrado poder contagiar al ser humano: H5N1, H7N1, H7N3, H7N7, H9N2, H5N2 con toda probabilidad y tal vez algunos de la serie H6”.Desde que comenzó a investigar los últimos conatos de epidemia mundial que se vienen sucediendo desde los años 90, el autor afirma que “ha conocido las artes oscuras de la economía política en la investigación pandémica. En nombre de la población a la que dicen servir, empresas y gobiernos están dispuestos a poner en peligro la supervivencia de la humanidad tal y como la conocemos”. Pero no se limita a lanzar teorías al aire, sino que en su libro desglosa las actuaciones de los gobiernos, de organizaciones como la OMS, las declaraciones de los líderes mundiales, los datos de los estudios científicos y de los informes socioeconómicos en tiempos de los distintos brotes que no llegaron a propagarse a nivel del coronavirus.
“De las 39 mutaciones documentadas de baja a alta patogenicidad de la gripe aviar desde 1959, Madhur Dhingra y otros identificaron que todas menos dos ocurrieron en instalaciones avícolas comerciales con decenas o cientos de miles de aves”, analiza Wallace en su libro. Ya en el año 2007, el biólogo señaló varias tendencias geopolíticas y económicas que podrían favorecer una epidemia inminente. En 2007 anunciaba: “A largo plazo, debemos acabar con la industria avícola tal y como la conocemos. Volver a las granjas locales y restablecer los humedales para cortafuegos de las migraciones, además de reconstruir la infraestructura de la sanidad pública mundial”.
Afirma Wallace que la probabilidad de una pandemia mundial ha ido en aumento desde que, en los años 70, el modelo productivo de las granjas de pollos y cerdos del sur de Estados Unidos se exportó al resto del mundo. Pero, ¿por qué la mayoría de brotes han tenido lugar en el Sureste Asiático? Wallace señala a la liberalización del sistema productivo de la industria agroalimentaria de países como China como factor determinante. Con la caída del maoísmo, se produjeron migraciones por motivos laborales hacia ciudades como Guangdong, que pasaron a convertirse en megalópolis. La absorción de nuevas tecnologías agrícolas y los cambios en las estructuras de la propiedad hicieron que, de pronto, en esas ciudades llenas de mano de obra barata se incorporasen al sistema granjas de cientos de millones de animales. Los trabajadores y el ganado acabaron estando en contacto estrecho. Y con la caída del sistema comunal, cientos de millones de campesinos se quedaron sin acceso a la atención médica y al seguro de enfermedad. De nuevo, la tormenta perfecta. La producción avícola en China pasó de 1,6 millones de toneladas en 1985 a 13 millones de toneladas en 2000. Hoy llega hasta los 15.8, según las previsiones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA).
Cuenta también que, con la apertura del mercado chino, muchas multinacionales quisieron meter mano y quedarse con su parte del pastel. Como en 2008 el grupo de inversión estadounidense Goldman Sachs, que decidió compensar las hipotecas de alto riesgo con la compra de granjas de pollos en Hunan y Fujian. Estas multinacionales invierten en industria agroalimentaria y, de paso, presionan a los estados para forzar cambios legislativos en su propio beneficio. ¿Les suena el término ‘dumping’? Dos países llegan a un acuerdo comercial por el cual se eliminan los aranceles y el proteccionismo a las empresas locales. Las multinacionales entran con precios ‘competitivos’, el gran eufemismo de ‘tirar los precios por el suelo’, por debajo incluso de los costes de producción, ya que pueden permitirse pérdidas al compensar sus cuentas con otras regiones, y cuando acaban con la competencia local, establecen los precios que les place “en un mercado que ya dominan”.
La OMS, en la picota
Pero, como científico, a Wallace le duele especialmente la deriva de la OMS en los últimos años, plegándose a injerencias políticas por encima del bien común. Por un lado, la industria porcina presionó a la OMS para que cambiase la nomenclatura ‘H1N1 porcina’ por ‘H1N1 estacional’, un término más ambiguo. “A la Big Food [así se refiere a las grandes multinacionales de alimentación] le gusta ganar mucho dinero y tiene el propósito de proteger un negocio que tardó mucho tiempo en acaparar”. Por su parte, el Gobierno chino presionó para que cambiase la nomenclatura del ‘H5N1 tipo Fujian’ por ‘clado 2.2.4’, un término más complicado de geolocalizar. Ni los estados ni las empresas quieren un mal marketing y, claro, tampoco quieren responsabilidades: “si una cepa de gripe aviar surge en la provincia de un determinado país, ese país es responsable de intervenir para que ese brote y sus secuelas sean controlados”.
Wallace culpa a la OMS de intentar protegerse a sí misma y de plegarse ante muchos de sus miembros que en los últimos años son origen de brotes epidémicos. Porque la OMS se financia con aportaciones de los estados miembros –¡ejem!– y, muchos de ellos, rechazan descubrimientos científicos para salvaguardar intereses nacionalistas. Se han llegado, denuncia, a manipular informaciones científicos por directrices políticas. “La perversión de la ciencia para obtener beneficios políticos es en sí misma una fase de la pandemia”, sentencia.
También critica al organismo por su sistema de vacunación, del que ya se han salido algunos países, aderezando aún más ese caldo de cultivo. Todos los países envían anualmente a la OMS las cepas que recogen. La OMS las cede a los laboratorios farmacéuticos para que elaboren las vacunas. Esos mismos laboratorios se lucran con la venta de esas vacunas a los países que pueden permitirse pagar el precio. Es decir, países industrializados. Por eso, países como Indonesia, han dejado de enviar sus muestras, poniendo en peligro a la población mundial. Porque, con la globalización, ya no hay puertas en el campo. Indonesia intentó así “forzar un cambio en el sistema que les permita proporcionar vacunas a su propia población”. Estados Unidos y la Unión Europea, los patrocinadores ricos de la OMS, bloquearon ese cambio. ¡Sorpresa!
Hoy, como apariciones marianas, esos mismos mandatarios lloran sangre por los muertos de una pandemia contra la que se podían haber tomado muchas más medidas. ‘Grandes granjas, grandes gripes’, publicado ahora, es un chute de indignación por ver cómo científicos expertos llevan avisando a la clase política inútilmente, cual síndrome de Casandra, y un ensayo interesantísimo –incluso para los profanos– sobre los peligros de primar el beneficio económico a la salud pública.
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