El corrido del eterno retorno
Siempre que se habla del nuevo periodismo, y su gemelo malvado, el periodismo Gonzo, salen a relucir Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y Gay Talese. Sin embargo, el movimiento involucró a otros pesos pesados, como Robert Greenfield, Paul Scanlon (y toda la plantilla de Rolling Stone, comandada por Ben Fong Torres) y Robert Sabbag.
Black Sabbath pretendía ponerle a su cuarto disco Snowblind. En referencia al apasionado romance con la cocaína por el que la banda atravesaba. En Confieso que he bebido, las memorias de Ozzy Osbourne, el cantante revela que eran de la misma DEA quienes oficiaban como dílers del grupo. Pero la disquera se opuso a que bautizaran el libro con un título tan escandaloso. Cuatro años después Robert Sabbag tendría los güevos para ponerle a su debut periodístico Snowblind.
Ciego de nieve (una breve carrera en el comercio de la cocaína) gozó de una edición en la colección Contraseñas de la editorial Anagrama en 1981. Más de tres décadas después el libro vuelve a circular en edición de Capitán Swing. Con una prosa deslumbrante, y no es una exageración, no existe calificación más precisa, Sabbag narra los high times de Zachary Swan, el hombre que introdujo una enorme cantidad de cocaína en Nueva York durante los primeros años de la década de los setenta. Historia que junto a la de George Jung, Blow: How a small-town boy made $100 million with the Medellin Cocaine Cartel and lost it all (Golpe: Cómo un muchacho de pueblo ganó 100 millones de dólares con el Cartel de la Cocaína de Medellín y perdió todo, llevada al cine y estelarizada por Johnny Depp) conforman el relato de los primeros dílers blancos del boom estadunidense de la droga.
El libro comienza con la detención de Swan por culpa de una pendejada (como siempre ocurre en estos casos). Sabbag cuenta la carrera meteórica de un hombre educado, un aristócrata, hijo de un militar, infante él mismo durante un tiempo, que se inició en la vida delictiva durante la adolescencia en las partidas de dados. Y que atraído por la norma de conseguir dinero fácil realizó una incipiente inmersión en el tráfico de mota, para cambiar de producto de la noche a la mañana. Y convertirse en una celebridad. En el primer díler estrella de rock. Uno de los primeros hombres en mostrarle al mundo el futuro: Colombia.
La fascinante vida de Swan es el pretexto de Sabbag para ofrecer una lección de periodismo. Porque más allá de lo que la escritura del libro supone: arduos años de investigación, entrevistas interminables, trabajo de campo, protección policiaca, etcétera, es ante todo una proeza del estilo. Ciego de nieve es un libro que te atrapa por su tema, pero sobre todo por cómo está contado. Algo que no pierde en su traducción, sí española, pero bastante aceptable, a cargo de J. M. Álvarez Flores y Ángela Pérez. Se trata, a su vez, de un retrato completísimo de la cultura gabacha de los años setenta. Con todos los componentes de la ciudad que se convertiría en la Atenas del Siglo XX, con un florecimiento cultural tan importante en lo social y en lo musical. Y todo, sí, giraba alrededor de la cocaína. La cultura disco, la Black culture, el lifestyle de los actores y las estrellas de rock, todo giraba alrededor de la cocaína.
Después de bañarse desnudo en la playa a las afueras de Westchester, junto a unos amigos, Swan es aprehendido. Tras registrar su casa la policía encontró 28 onzas de cocaína. Pero como jamás había sido capturado, logró salir libre del juicio. Y los dos vertiginosos años que separan su debut en el tráfico y el dictamen de su sentencia (una detención domiciliaria) son narrados por Sabbag en lo que se podría considerar el Goodfellas del nuevo periodismo (cualquiera juraría que Scorsese leyó este libro). Y justo como en Goodfellas, Swan termina viviendo como un pendejo. Retirado en una granja cultivando vegetales. No tuvo que empinar a nadie. Jamás le pudieron demostrar nada. Pero tuvo los güevos suficientes para contarle sus aventuras a Sabbag. Swan fue uno de los traficantes más elegantes de la historia. Burló la aduana gringa con la mercancía escondida en esculturas de madera. Y por mar en frascos de perfume que dejaba caer al agua antes de pasar el control. Que luego eran recogidos en lanchas. Estuvo a punto de ser secuestrado, de que le dispararan, pero él nunca empuñó un arma.
“La cocaína es el caviar del mercado de la droga” es una de las tantas verdades que arroja Sabbag a lo largo de la obra. Palabras que deberían estar grabadas en oro. Y que constituyen el eje del imperio norteamericano. Al que Swan logró burlar. Y vivió para contarlo. Y además fuera de la cárcel.
Autor del artículo: Carlos Velázquez
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