En este brillante ejemplo de periodismo narrativo, Siddharth Kara denuncia el trabajo precario sobre el que se construyen muchas de nuestras fantasías innovadoras occidentales
Alejandro Fernández Diego
Hace unos días leíamos la noticia de que ya consumimos más coches eléctricos que diésel. Según los datos de la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA), el 46,7 % de los vehículos que se vendieron en Europa el año pasado fueron eléctricos o híbridos. Y la mayoría de los medios han recogido este dato con optimismo climático. Sin embargo, detrás de este entusiasmo occidental por alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), nos encontramos con una trastienda industrial profundamente distinta.
¿Conocen Kolwezi? Es una ciudad del sur de la República Democrática del Congo que me ha descubierto el profesor e investigador Siddharth Kara (Knoxville,1974) a través del libro que motiva esta crítica: Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes. En dicha ciudad, y en la región del “Cinturón del Cobre” del África Central, se encuentran los principales yacimientos de cobalto rojo del mundo, un componente imprescindible en la construcción de las baterías de iones de litio que se usan en todos los coches enchufables. Y que, en buena medida, se extrae a mano en explotaciones mineras en las que trabajan niños, mujeres embarazadas y donde las medidas de seguridad son espeluznantes.
Desgraciadamente, el relato que nos ofrece Kara a través de su libro hace incómodo leer sobre esta realidad. Conrad y la historia de los caucheros de Leopoldo II narrada en El corazón de las tinieblas resuenan a través de estas páginas. A cambio, el autor, que es un especialista en las cadenas de explotación sexual y en la esclavitud moderna, despliega un texto maduro, sobriamente planteado y dotado de una narración poderosa. Kara avanza en el libro entreverando las entrevistas personales que ha realizado, contextualizando la historia de la República Democrática del Congo y aportando el testimonio de sus viajes a esta región
No obstante, si bien el principio ético con el que aborda esta narración es bienintencionado, y dado el éxito obtenido por esta obra, no le han faltado críticas por ofrecer una dosis extra de sensacionalismo y, quizás, por perpetuar de alguna forma esa ética colonialista que criticaba Arundhati Roy en La ONGización de la resistencia. “Otro indio desnutrido, otro etíope hambriento… necesitados de la ayuda del hombre blanco”. No tengo herramientas de juicio para valorarlo. Sólo puedo decir que aquí tenemos un gran ejemplo de periodismo narrativo que denuncia el cheap labor sobre el que se construyen muchas de nuestras fantasías innovadoras occidentales.
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