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Chritopher Ryan: “La vida de los cazadores-recolectores es nuestra verdadera naturaleza”

Por Bendito Atraso  ·  29.04.2020

El escritor estadounidense nos proporciona argumentos para el optimismo (cauteloso) en Civilizados hasta la muerte; el precio del progreso (Capitán Swing 2020), una dura crítica a la civilización post-agrícola a la vez que una necesaria reevaluación de las sociedades de cazadores-recolectores.

La pandemia global del Covid-19 ha acrecentado las voces apocalípticas. Mucha gente ayer esperanzada nos recuerda hoy que el hombre es un lobo para el hombre, que compartimos genética con las ratas y que una visión razonablemente optimista del porvenir incluye el viejo canibalismo. Amigos que hace tan solo un año se levantaban de la cama con un espíritu similar al de Teletubby Land, dispuestos a pasar un apacible día botando la Pelota de La-La, hoy agachan la cabeza y empiezan a barajar la parte del cuerpo necrótico de sus familiares que deglutirán cuando llegue El Fin.

Es difícil afirmar en qué punto la civilización actual pasó de canturrear el “Todo Es Fabuloso” de la Legopelícula al “Into the Void” de Black Sabbath. Qué sucedió para que el paradigma futuro aceptado por todos pasara de Winnie The Pooh a La carretera de Cormac “Soñador” McCarthy. Y a propósito de Cormac, como dijo Nick Hornby: “es importante recordar que La carretera es el producto de la imaginación de un hombre: el mundo literario tiende a creer que el mundo menos consolador siempre es La Verdad (…), pero tal vez cuando llegue el día del juicio final nos sorprendamos compartiendo los sándwiches y cantando “Puente sobre aguas turbulentas”, en lugar de sacar los cerebros de nuestros hijos con cucharas”.

Macro-LOL, y además lleva razón. Otro que también parece tenerla (o cuanto menos esgrime argumentos animosos a su favor) es el escritor estadounidense Christopher Ryan, quien en su muy didáctico y divertido Civilizados hasta la muerte; el precio del progreso plantea una reevaluación de nuestro pasado cazador-recolector que, gracias al cielo, señala el camino hacia un mundo menos infausto.

Tu libro afirma que como especie no estamos tan mal. Nos hemos juntado con malas compañías, sí, pero no somos ratas.

No querría caer en la posición rousseauniana, que propone que los humanos son buenos por naturaleza, ni en la hobbesiana, que expone lo contrario. Quienes dicen que compartimos genes con las ratas tienen razón: las ratas son muy sociales y son capaces de sobrevivir en muchos entornos distintos, como nosotros. Podemos comer de todo, igual que ellas. Por el contrario, los lobos, a los que tanta gente nos compara estos días, solo pueden comer una cosa: carne. Y un poco de hierba de vez en cuando. Los lobos no sobrevivirán, pero nosotros sí. La cosa es que, hasta la aparición de la agricultura, el sistema social más ventajoso para los humanos era el de cooperación y dependencia mutua. Podemos decir que ese sistema es bueno porque sentimos de forma innata que es bueno, y la razón por la que sentimos eso es que es profundamente humano. Cuando apareció la agricultura, de repente resultó más ventajoso acaparar propiedad y ejercer control sobre otra gente, y eso es lo que empezamos a hacer. Pero seguimos siendo el humano que se formó en un entorno cooperativo, así que el egoísmo aún nos duele. Va contra nuestra naturaleza.

Si tu libro fuese un cómic, el supervillano sería la agricultura.

En todos los lugares del globo donde ha aparecido la agricultura (y ha aparecido en siete lugares de forma independiente), se daba siempre la misma secuencia de eventos climáticos. Un incremento de la pluviosidad, incremento de la abundancia de alimento, a raíz de esto aumento de la población humana (igual que la de coyotes o conejos y el resto de animales), y de repente un cambio repentino que lleva a la disminución de la oferta de alimento. Normalmente la población humana estaría condenada a reducirse, como la del resto de animales, si no fuese porque alguien de repente se da cuenta de que existe una forma de reconducir el agua de los ríos hasta donde están los árboles. Sea un canal, o cubos, o lo que sea.

No parece una idea tan terrible.

No. En ese momento parecía buena idea. Estabas salvando las vidas de tus colegas. El problema es que, una vez nuestra especie dio ese paso, no pudo volver atrás. Pasamos por una puerta que no recordamos, y que se cerró tras de nosotros. No existió un momento de decisión o debate, nadie pensó en lo que aquello supondría para el aumento de población, por ejemplo. Yo lo comparo a la anécdota del tipo aquel que se agarró a un globo para que no escapara y el globo lo elevó y no supo encontrar el momento de soltarse, y al final no pudo aguantar más y se soltó y murió. Hay una transición demasiado rápida entre echar una mano, aferrarse a la vida y darse cuenta de que aferrarse ha sido un error fatal. Nadie te cuenta el riesgo implícito en ese movimiento, y eso es lo que sucedió con la agricultura. Se tomó una decisión lógica sin pensar en las consecuencias a muy largo plazo. Algo que, por otro lado, los humanos hacemos constantemente. Invitas a una copa a una mujer, pero no piensas que en veinte años te vas a divorciar de ella.

La revolución digital, y la forma en que nos lanzamos a ella sin pensar, recuerda a la agrícola. No existió un proceso democrático previo. Se nos vendió como el único camino.

Totalmente de acuerdo. Se parecen mucho ambas, como también se les parece la revolución industrial. A los granjeros de subsistencia no les preguntaron si preferían ir a trabajar a las fábricas.  Fueron forzados a ello.

Si la agricultura fue tan mala, en términos de nutrición, medio ambiente, etc. ¿por qué carajo la adoptamos? ¿Nos forzaron y no nos acordamos? ¿Somos el abusado que borra recuerdos onerosos?

No, somos el tipo que anda subido a un elefante y cree que le está diciendo al elefante por dónde debe tirar, cuando en realidad lo único que hace es intentar sostenerse allí arriba, porque el elefante irá a donde le de la gana [ríe]. Otra metáfora: somos como el tipo que maneja una canoa río abajo, y cree que tiene libertad de movimientos porque puede ir de una orilla a la otra, pero en realidad es lo único que puede hacer; no puede ir contra corriente. No tiene opción. Hemos creado la ilusión de que tenemos mayor habilidad para controlar el flujo de la historia, pero en realidad seguimos siendo el individuo de la canoa.

Fun never ends. La bendición de la agricultura neolítica.

Los héroes de esta historia eran los cazadores-recolectores. ¿No tenían nada malo?

Muchas cosas. La mayoría de debilidades y fallos que aún hoy exhibimos los humanos ya existían en los cazadores-recolectores (CR). Los celos y la posesividad sexual, por ejemplo, eran un grave problema en los grupos de forrajeros. La causa primordial de violencia en aquellos grupos eran las peleas por mujeres. El impulso hacia el egoísmo también existía, pues es innato en el homo sapiens. La diferencia era el modo en que aquellas sociedades relacionaban ante dichos impulsos. Los CR trataban de minimizarlos (ridiculizándolos, por ejemplo), mientras que en nuestra sociedad se premian y se admiran. Todo el mundo ama a Bill Gates; nadie se pregunta cómo es posible que sea tan rico. Y luego está el tema de la mortalidad infantil, que era el gran problema de los grupos CR: entre el 20% y el 35% de los niños morían antes de los cinco años. Ese es un problema enorme, representa mucho sufrimiento y pena. Así que aquello no era el paraíso, por un lado, pero por el otro la vida de los cazadores-recolectores es nuestra verdadera naturaleza. Venimos de allí. Somos perros que miran a los lobos por la ventana. La vida de los lobos no es perfecta, pero es la vida natural de un cánido.

Sostienes que, pese a que en las sociedades forrajeras morían muchos niños, los que sobrevivían eran cuidados con más atención y amor que muchos niños actuales.

Cito a Sarah Hrby, una primatóloga y antropóloga de Harvard especializada en cuidados maternos, quien dijo que si sobrevivías a la infancia en una sociedad CR eras amado y cuidado por todos lo adultos, y también respetado como un humano hecho y derecho (aunque tuvieses cinco años). No eras propiedad de nadie ni se te consideraba a medio hacer. En nuestra sociedad llega a la edad adulta gente que jamás fue amada, que estuvieron enfermos, y eso tiene repercusiones. De hecho, los niños no queridos de nuestra sociedad crecen y se convierten en líderes. La ausencia de amor les llena de hambre de poder. En Estados Unidos se considera esa voluntad de poder como algo bueno por definición.

De los viejos forrajeros me preocupa, francamente, su tendencia a la presión social. Debo decir que nunca he reaccionado bien ante ella. Me preocupa ser dejado de lado y morir de hambre cuando regrese la era de los cazadores-recolectores.

[ríe] A mi me sucedía lo mismo. Pero conviene matizar algo. Por un lado, es cierto que en una sociedad CR uno de tus máximos temores sería ser rechazado por el grupo. Si matas a alguien o abusas de un niño se te echa del grupo, y eso es una sentencia de muerte, pues el grupo es tu única forma de supervivencia. Mi teoría es que precisamente por eso nos duelen aún tanto los rechazos de cualquier tipo. Hoy en día si un grupo de amigos te rechaza ya no implica que vayas a morir, pero lo sientes como si así fuese. Por otro lado, los CR eran extremadamente reticentes a que les dijesen lo que tenían que hacer. Porque todo el mundo era autónomo y todo el mundo sabía cómo conseguir comida y procurarse refugio (también las mujeres y niños de diez años). La dinámica política de los forrajeros era igualitaria y anarquista. No había líderes ni jerarquías. Por eso a las pocas sociedades CR que aún existen les resulta tan confuso cuando llega alguien de nuestro mundo y les pide ver al “jefe”. En esos mundos no había jefes. Excepto con los mayas o aztecas, que eran civilizaciones. Así que, por un lado, la presión social es muy importante en esos grupos, pero por otro eran increíblemente permisivos. Si nacías con pene y decías que eras una mujer, a todo el mundo le parecía fantástico. En cuestiones de género, por ejemplo, no existía presión social. Se aceptaba que fueses lo que decías ser. Lo que no podías hacer eran cosas que pusiesen al grupo en peligro.

No es difícil decidir quién querríamos ser de esta ilustración.

O sea, que podías ser el friqui mayor del grupo y no solo no te hacían la vaca en el patio sino que todo el mundo te amaba. De hecho, te hacían chamán.

Sucedía a menudo. También con lo que hoy consideramos enfermos mentales, que solían ser considerados seres sagrados con posibilidades chamánicas. El tercer género, el género transversal, ya existía en los CR. La rareza les encantaba, mientras no fuese agresiva o peligrosa.

O sea que nada de skinheads.

[ríe] No. Nada de recolectores con botas. Otro aspecto permisivo de los CR era su mirada a la vagancia. Si un día no te apetecía recoger bayas, no lo hacías y punto, no había presión social, al final del día recibías tu parte. Otro día ya recogerías bayas tú por otro. Pero si le hacías daño a alguien, o te negabas a compartir, o acumulabas alimentos, te echaban.

El arte nace del conflicto y la alienación. En una sociedad armónica y tolerante como los forrajeros, ¿sería el arte redundante?

Cierto arte sí. La mayoría del arte con el que estamos familiarizados tú y yo nace del conflicto, cierto, porque el temperamento artístico entra en conflicto con el capitalismo. Existe en una sociedad que dice que el arte no es válido a no ser que dé beneficios, y que el amor y la bondad y la amistad son una mierda y lo que importa son las casas, los coches y las tetas postizas. Un arte nacido en esa sociedad tiene que reaccionar contra ella, porque es una sociedad enferma. Los CR tenían arte, pero era de otro tipo. El baile, por ejemplo, no tiene que ser una reacción enfadada; puede nacer del gozo. El arte de la narrativa es la actividad más antigua que poseen los humanos. Cada noche, a lo largo de tu vida, te sentabas alrededor del fuego. ¿Quién era admirado en esa sociedad? Los cazadores, por descontado, porque contribuían a conseguir alimento. Pero el tipo que proporcionaba entretenimiento al grupo cada noche… Era un elemento muy valioso de esa sociedad. El amor que aún le profesamos a la narrativa, a contar o inventar historias, a recordarlas toda la vida, ver las cosas con una estructura narrativa… Todo eso viene de las historias que los forrajeros se contaron alrededor del fuego durante 300.000 años. Crecieron en un mundo narrativo. Y su narrativa no era una reacción de enfado, sino más bien de asombro o apreciación. O de explicación: ¿por qué los dioses nos aman? Al contrario de lo que sucedería en el mundo post-agrícola, donde la pregunta más frecuente era: ¿por qué los dioses nos odian?

Otra cosa que me inquieta de los forrajeros es que no tengan una palabra para “adolescencia”. Soy fan de los teenagers, su desaparición representaría una terrible pérdida.

Tu experiencia debió ser mucho mejor que la mía. Mucha gente experimenta la adolescencia como una época dolorosa que preferirían ahorrarse. Las tasas de suicidio y depresión crecen en la adolescencia. Mi adolescencia fue un periodo frustrante, porque tenía hambre de experiencias adultas que parecían no llegar nunca: sexualidad, independencia, libertad de decisión, respeto de tus iguales… Una serie de cosas que no posees cuando tienes acné y llevas ortodoncia. Desde cierto punto de vista la adolescencia puede considerarse un lujo del mundo moderno, pero desde otro es una experiencia insatisfactoria, un estadio en que no eres ni niño ni adulto.

Pero ese estadio está lleno de posibilidades…

Es un artefacto del mundo moderno. Necesitamos ese estadio para plantearnos una serie de decisiones futuras. Los forrajeros, claro está, no necesitaban plantearse si iban a estudiar medicina o no. Hacían lo que el resto del grupo: cazar animales, poner trampas, construir cabañas, pescar. No necesitaban ese periodo entre feto y nonato, cuando estás atascado en el útero.

NPP: Narrativa del Progreso Perpetuo. Háblanos de ese concepto.

Cada sociedad utiliza propaganda para legitimarse. Toda sociedad afirma que está haciendo las cosas lo mejor posible. La NPP es la propaganda de los logros de la civilización, que minimiza o demoniza los logros de las sociedades forrajeras. Nos dice que ahora todo es fantástico, que tenemos móviles, ordenadores, coches, comida y las cosas nunca nos habían ido tan bien. Y también que antes de la civilización todo era horrible. Que la vida era solo lucha por la supervivencia, que nos moríamos de hambre, nos atacaban animales continuamente y era un infierno. Y esto de ahora es el cielo. Ese trayecto desde el infierno, donde la vida humana era solitaria y cruel y brutal y corta, a la actualidad, donde todo es la monda (según Steven Pinker y toda esa gente) es la Narrativa del Progreso Perpetuo. Poner en duda esa premisa es difícil, porque su preponderancia es abrumadora, y todos hemos la misma historia miles de veces. De hecho, es la historia central de nuestras vidas. La expresión “cruel y brutal y breve” es una de las más famosas en lengua inglesa. Es ubicua y muy potente. Lo que yo digo es que es legítimo dar un paso atrás y realizar un análisis de costes y beneficios de la civilización. Algún lector decidirá que la civilización vale la pena por… el arte, como decías. Los forrajeros no tenían a Beethoven.  Ni una fotografía de la tierra realizada desde la luna. Y eso es legítimo. Pero yo digo que nos han mentido sobre el verdadero coste de la civilización que hizo posible a Beethoven y esa fotografía.

Thomas Hobbes: party time

Algunos de los apóstoles de la NPP no eran tipos particularmente perversos, pero sí muy cenizos, como Thomas Hobbes.

Las circunstancias personales de uno de los grandes defensores de la civilización moderna, Thomas Hobbes, eran desgraciadas, y tendía a juzgar el pasado con esas lentes. Lo suyo era muy parecido a como actúa el racismo. Los norteamericanos más racistas son los blancos pobres, porque aunque están en la mierda les proporciona una cierta satisfacción señalar a gente que está peor.

Tu premisa es que la civilización es una cura para dolencias que no existían antes de la civilización.

Mira la pandemia presente. En el mundo de los CR no había suficiente densidad de población para que se extendiese una epidemia. Lo que estamos utilizando ahora, distancia social, era natural para los forrajeros, que vivían en una densidad de población de una persona por kilómetro. Los defensores de la civilización suelen esgrimir los adelantos de las vacunas contra la tuberculosis o la gripe, olvidando que esas enfermedades infecciosas ni siquiera existían en la época de los CR. Lo mismo con las enfermedades cardíacas, la presión alta, la diabetes… Las mayores causas de mortalidad modernas no existían. Los CR no conocían las cardiopatías ni el desgaste dental. Las dolencias que sufrimos hoy en día aparecieron con la civilización.

Los neohobbesianos y malthusianos siempre esgrimen el experimento aquel de las descargas eléctricas anónimas para probar la “maldad” innata en el hombre.

Es una media verdad, como tantas otras, que si algo prueba es lo potente que es la Narrativa del Progreso Perpetuo. Cualquier dato que halles, si “prueba” tu narrativa, es incorporada y tragada por ella. Pero si esa información la cuestiona, se entierra. El experimento Millgram, pues así se llamaba, nació inspirado por los campos de la muerte nazis. Buscaba explicar cómo gente ordinaria había podido comportarse de aquel modo tan despiadado. Millgram montó esa serie de experimentos en universidades de los Estados Unidos para ver si la gente era capaz de infligir dolor al prójimo si así se les ordenaba. Lo que no se dice es que, de todas las sesiones, solo dos casos aceptaron infligir dolor sin reservas. Lo que hizo Milgram fue centrarse en esos dos casos, obviar el numeroso porcentaje de sujetos que rechazaron participar. Puro sesgo de confirmación. La desinformación de Milgram, y la ubicua narrativa neohobbesiana de que los humanos son crueles por naturaleza, han causado una enorme confusión. Pero la sociología de los desastres prueba que los humanos no se aprovechan del prójimo en las catástrofes, no violan ni saquean ni matan, sino que en una proporción altísima tienden a ayudar, y no solo a la propia familia. El fundador de la sociología de desastres afirmó que su investigación le había convencido de que la verdadera catástrofe era la vida diaria. La mayoría de gente con la que habló estaba convencida de que la catástrofe vivida era el punto álgido de su existencia: un momento en que pudieron ayudar, estuvieron conectados, le hallaron un significado a su vida, formaron parte de algo. Y tras aquello volvieron a la vida diaria, solos, desconectados, sin conexión con sus vecinos.

Qué coincidencia que algunos de los acérrimos defensores de la NPP vengan de las clases pudientes. Gente como Matt Ridley, que es un p*** vizconde.

Hace poco entrevisté a un profesor de Harvard llamado Daniel Lieberman, experto en fisiología y estudioso de los forrajeros, con el que coincido en muchos aspectos. Pero hubo un momento de la charla en que me dijo: “pero claro, por mucho que valore las sociedades de forrajeros, prefiero vivir ahora, cuando un tipo corriente como yo puede tener acceso a tecnología médica de última generación, y una casa, y dos coches…”. Tuve que decirle: colega, eres de todo menos un tipo corriente. Eres un profesor de Harvard que ha escrito ocho bestsellers del New York Times y gana medio millón de dólares al año.  tienes acceso a esa tecnología médica, pero una gran parte del planeta no. Lo que hacen muchos de esos apólogos del NPP es comparar a la gente más afortunada del mundo con los cazadores-recolectores. E incluso así, los CR salen ganando en muchos aspectos. Lo que no hacen es comparar a la gente genuinamente corriente del mundo actual, los que no tienen acceso a las mismas cosas que el profesor Lieberman, con los CR. Porque esa gente no tiene cirugía bypass, ni quimioterapia, y tal vez preferirían vivir en una sociedad forrajera (para empezar, no sufrirían cáncer). Matt Ridley, que nació en un castillo y posee un puto banco, es el tipo de gente que te dice que el mundo moderno es la bomba y que todo lo pasado fue peor. Algo que también hacen Ridley o gente como Steven Pinker es escoger muy cuidadosamente la métrica a medir. En El optimista racional Ridley afirma que la vida nunca había sido mejor, y que hoy tenemos más “raquetas de tenis”, “rodajas de mango” y “misiles intercontinentales”, entre otras cosas.

Y velcro.

[ríe] Exacto. Me atrevería a decir que ninguna cantidad de velcro justifica la destrucción del medio ambiente.

Tú te quejas de ese tipo de optimismo sesgado por el progreso, pero podría decirse que tú también eres un optimista. Solo que por otros motivos.

No sé si soy optimista. No tengo hijos, así que puedo permitirme estar más relajado que otros respecto a algunos temas. Como decía al principio, creo que estamos en un río, nuestras opciones de cambio son limitadas. En ese sentido soy fatalista. Pero creo que podemos remar y dirigir la canoa hacia el lado izquierdo o el derecho del río. Y que, continuando con la metáfora, mientras vamos río abajo podemos al menos ver las rocas que se acercan y sortearlas. Hay cosas que sí podemos hacer dentro del contexto del mundo moderno. Escribí este libro para que la gente entienda lo que funciona para hacernos más felices y que nuestras vidas sean más gratificantes. Y el #1 es la comunidad. A raíz de la pandemia mucha gente ha perdido puestos de trabajo, sí, pero muchos de ellos, conocidos y amigos míos, me han dicho que odiaban esos putos trabajos y que jamás habían tenido el valor de abandonarlos. Lo que algunos están haciendo ahora es juntarse con amigos, reunir dinero, y mudarse a una gran casa conjunta. Otros están comprando pequeñas parcelas de tierra en Colorado, donde es muy barato comprar, en pequeños pueblos, lejos de todo. Uno no tiene dinero pero otro sí, otro no tiene hijos pero aquel sí, y todo el mundo ayuda a los demás en lo que puede. Esto no es una utopía futurista. Es algo que está sucediendo ahora mismo, y me parece una buena forma de vivir.

Suena razonable.

Sí, ¿verdad? Desde luego suena mucho mejor que vivir en la ciudad realizando trabajos absurdos y comprando mierda para intentar paliar la infelicidad. Toda crisis tiene un lado bueno. Es una opción para reconfigurar nuestras vidas, e inspirarnos en las vidas de los cazadores recolectores. Te diré algo alucinante que descubrí mientras me documentaba para este libro: el factor #1 que predice satisfacción vital y buena salud no es si eres fumador o no, ni si haces ejercicio o no, ni siquiera es tu peso o tu dieta… Es, sencillamente, si te sientes parte de una comunidad que te ama y te respeta o no. Si te sientes así, vivirás más y más feliz. Hoy en día, según la OMS, la sociedad más saludable del mundo es España. Un lugar donde, como bien sabes, se bebe en abundancia, se fuma… ¿Por qué la gente disfruta vidas tan longevas en España? Porque existe sensación de comunidad, muchísima más que en los Estados Unidos. La pandemia es una buena oportunidad para que nos replanteemos nuestras vidas para maximizar lo importante: la comunidad, la interdependencia, el respeto mutuo y la cooperación. Y abandonemos ya lo que no funciona.

Kiko Amat

(Esta entrevista la realizó Kiko Amat en exclusiva para Bendito Atraso, sin afán de lucro y por pura largueza, curiosidad y enormidad de espíritu. Divulguen la palabra todo lo que se les antoje, pero hagan el favor de citar la fuente)

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