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Charles Montgomery: “La casa en el campo en realidad es letal para el clima”

Por EFE  ·  01.06.2023

Marta Montojo.- Madrid.- El periodista y urbanista Charles Montgomery defiende la densidad de población -que no tiene por qué traducirse en aglomeración, aclara- para lograr ciudades más humanas y habitables en un contexto de crisis ecológica, frente a la casa de campo que considera “letal para el clima”.

Así lo asegura en una entrevista con EFE el canadiense, autor del ensayo ‘Ciudad Feliz’, que acaba de traducir la editorial Capitán Swing, una pieza a caballo entre el ensayo y la crónica que recoge experiencias de ciudades tan diversas como Copenhague, Bogotá, París o Nueva York.

A este periodista convertido en urbanista no le sorprende que esos caminos aparentemente alejados se hayan unido -como le ocurrió también a Arturo Soria o al paisajista Frederick Olmsted, autor del Central Park en Nueva York- pues “un motivador común de todos los periodistas es la curiosidad”, arguye, algo que considera imprescindible para el diseño urbano.

“La razón por la que nuestras ciudades han fracasado durante tanto tiempo es precisamente la falta de curiosidad”, alega, “y las personas que diseñan y planifican las ciudades no están tan interesadas en la complejidad social como deberían”.

En su caso, se obsesionó con la manera en que el urbanismo puede ser clave para la felicidad de las personas tras conocer al ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, en 2007.

Desde entonces ha seguido la vía de la planificación urbana y lidera ‘Happy Cities’, un equipo interdisciplinar de 10 personas que trabaja en ciudades de todo el mundo “ayudándolas a diseñar lugares para maximizar el bienestar humano”.

Este especialista ofrece algunas claves para que una ciudad haga felices a sus residentes: un acceso diario a la naturaleza, seguridad, densidad de población, relación entre vecinos, diversidad de usos en los barrios o participación ciudadana -también de colectivos históricamente excluidos de esas decisiones, como la infancia o la tercera edad-, entre otras.

Vancouver, que de las grandes ciudades canadienses es la que tiene la menor huella de carbono per cápita, ha logrado esa densidad poblacional que ha amontonado a los ciudadanos en el centro, mientras en su país vecino, Estados Unidos, la tendencia ha sido justo la contraria: huir a los suburbios y esparcirse.

Esa densidad de Vancouver benefició a su consumo de recursos pues, al conformar esa “ciudad vertical”, entre 1991 y 2005 -cuando el centro duplicó su población-, se redujo el uso de energía para calefacción individual y desplazamientos urbanos, y los habitantes empezaron a vender sus coches, “revirtiéndose la tendencia continental mucho antes de la recesión”.

A día de hoy, dos tercios de los trayectos por el centro de Vancouver se realizan a pie, en bicicleta o en transporte público, según los datos del Ayuntamiento.

Frente a la idea de que una casa de campo tiene un impacto climático menor, Montgomery apunta que ese modelo de vida alejada en la naturaleza “en realidad es letal para el clima”.

“La gente que vive en ciudades, en apartamentos, que comparte paredes, que vive en barrios transitables y de uso mixto, que no está obligada a depender de los coches, tiene una huella de carbono per capita que es una fracción de la huella de la gente que vive en el campo”, precisa.

La tendencia de Vancouver a reagruparse en el centro ha dado lugar a un “urbanismo basado en el paisaje”, recapitula en su libro, por el que los edificios de viviendas se han construido en capas para no estropear a nadie -ni a residentes ni a viandantes- las vistas a las montañas, y ha alentado la diversidad de usos en las calles.

En plena transformación urbana, las ciudades de todo el mundo apuestan cada vez más por la renaturalización, pero Montgomery advierte de que no se trata de añadir espacios verdes a los ya existentes -creando un gran parque municipal al estilo Central Park- sino favoreciendo que, aunque sea en pequeñas dosis, los ciudadanos puedan tener un acceso diario a la naturaleza.

Desde el arbolado en las calles y bulevares hasta las zonas verdes más pequeñas pero distribuidas, está comprobado que la naturaleza alienta la interconexión entre vecinos, un factor elemental para la felicidad de las personas, argumenta el autor.

“Nuestras ciudades han sido planificadas y diseñadas en su mayor parte por hombres blancos de mediana edad”, sostiene Montgomery, sabiéndose hombre blanco de mediana edad. “Así que las urbes se han diseñado para hombres blancos de mediana edad, excluyendo a casi todos los demás y especialmente a los niños”, los más perjudicados por ese modelo urbanístico, lamenta. EFEverde

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