Miren un retrato de Karl Marx. Ahora uno de Abraham Lincoln. En principio, un huevo y una gallina tienen tanto en común como estos dos pilares de la historia del siglo XX. Uno, el revolucionario del 48, crítico radical con el liberalismo y hasta con los derechos humanos como derechos burgueses. El otro, liberal, capitalista y tutor de la revolución mercantil.
La aventura política les distanció lo suficiente como para hermanarles en su aventura moral. Lincoln era un paladín del trabajo asalariado libre y Marx creía de esta que era una forma de esclavitud asalariada en la que el trabajador se veía forzado por la necesidad económica a vender su fuerza de trabajo para escapar del hambre y el desahucio. Ambos se fundieron durante la guerra de secesión norteamericana en contra de la condición del esclavo y de la opresión del ser humano, a favor del proyecto emancipatorio.
“Desde el principio de la lucha titánica que libra América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte de su clase depende de la bandera estrellada”, escribe el 28 de enero de 1865 el responsable de la Asociación Internacional de Trabajadores al presidente de los Estados Unidos. En una épica desmedida se alegran de que sea Lincoln, “el enérgico y valeroso hijo de la clase trabajadora”, el encargado de hacer triunfar la emancipación de una raza encadenada y la “reconstrucción de un mundo social”, que hoy ha quebrado.
Unidos contra la esclavitud
Precisamente la AIT justifica su adhesión a la causa unionista en la defensa de las conquistas del pasado y en las esperanzas en el futuro: “Las clases obreras de Europa comprendieron enseguida que la rebelión de los esclavistas era el toque a rebato para una cruzada general de la propiedad contra el trabajo”. La prosa se hincha y eleva los ánimos cuando el escrito denuncia la oligarquía que pretenden levantar 300.000 propietarios de esclavos para “inscribir la palabra esclavitud en la bandera de la rebelión armada”.
Lincoln responde a través del embajador norteamericano a la carta, el 6 de febrero de 1865. Les asegura que el presidente acepta los halagos y le inquieta ser capaz de estar a la altura de la confianza que han depositado en él “sus conciudadanos y tantos amigos de la humanidad y el progreso en todo el mundo”. Charles Francis Adams explica que el proyecto de Lincoln es “promover el bienestar y la felicidad de la humanidad mediante la interposición benevolente y el ejemplo”. Así que define la causa del conflicto con los insurgentes defensores de la esclavitud como “la causa de la naturaleza humana”.
Tres meses más tarde Marx vuelve a escribir a los Estados Unidos. En este caso su retórica se afina para homenajear la figura de Lincoln, asesinado el 14 de abril de 1865, en el Teatro Ford de Washington D.C. El destinatario es el nuevo presidente, Andrew Johnson, a quien le ofrece el pésame un tanto peculiar: “No nos corresponde a nosotros pronunciar palabras de dolor y horror, cuando el corazón de dos mundos suspira de emoción”. Alaba su templanza: “Ahora han descubierto por fin que era un hombre que ni se dejaba intimidar por la adversidad ni intoxicar por el éxito”. Honra su carácter sencillo: “Hacía su obra titánica humildemente y con sencillez mientras los gobernantes de origen divino hacen pequeñas cosas con la grandilocuencia de la pompa y el Estado”. Y siempre camina por el límite de lo cursi: “Atemperaba actos duros con el brillo de un corazón amable”.
Virtud y vigilancia
Cierto es que Lincoln se merecía la poesía de Marx por anteponer los derechos del hombre a los derechos de la propiedad desde el primer momento. “En su primer gran discurso, pronunciado en 1838 en el Liceo de la Juventud de Springfield, denunció los linchamientos de negros y el asesinato de un editor abolicionista”, recuerda Robin Blackburn en la introducción del libro Guerra y emancipación, publicado por Capitán Swing, en el que Andrés de Francisco hace una selección de textos de ambos líderes e incluye la breve correspondencia.
Los de la década de los sesenta fueron los años de mayor actividad política de Marx y el trasfondo del conflicto norteamericano parece haberle ayudado a pulir y organizar algunos de sus mejores trabajos, como la elaboración de sus análisis de la duración de la jornada de trabajo en El Capital, publicado en 1867. Había precedentes republicanos que pudieron modelar algunas pautas comunistas, como el lema de 1862: “Suelo libre, trabajo libre, hombres libres”. Todavía retumban ingredientes del discurso inaugural de Lincoln, pronunciado el cuatro de marzo de 1861 en Washington, en el que condicionaba la honestidad del político a la madurez del ciudadano: “Mientras el pueblo mantenga su virtud y vigilancia, ninguna administración, en un extremo de maldad o locura, podrá perjudicar seriamente al gobierno en el breve espacio de cuatro años”. Parecía tan sencillo.
Ver artículo original