Carta a Rosendo

Por El País  ·  09.05.2016

El politólogo aragonés, que reside en el mismo barrio que el músico, cree que su estatua sería un auto-homenaje a los roqueros de la periferia de clase trabajadora que están en paro

Estimado señor Rosendo Mercado:

Le escribo esta carta pública como respuesta a la carta que usted remitió de su puño y letra la semana pasada, vía Facebook, al Ayuntamiento de Madrid, donde indicaba que se oponía al gasto de colocar una estatua suya en una plaza de Carabanchel. Le escribo como vecino carabanchelero, no nativo, sino migrante maño, para ver si le puedo convencer de la necesidad de dicha estatua.

Hace siete años llegué, por motivos ajenos a la empresa, a Carabanchel Bajo y allí decidí formar mi vida. Básicamente porque era lo único que me podía pagar y porque allí vivían mis colegas. Una tarde, sentados en una plaza de Opañel, compartiendo una litrona, le pregunté a uno de mis amigos por qué un militar nazi como Agustín Muñoz Grandes tenía una de las principales calles del barrio y, sin embargo, artistas como Rosendo no tenían ningún reconocimiento público. No hubo respuesta lógica.

Hace cuatro años, el periodista británico Owen Jones, publicó el libro Chavs. La demonización de la clase obrera (Ed. Capitán Swing) acerca de la clase trabajadora británica y su permanente ridiculización y burla desde los medios de comunicación y las personas de clase media que incluso presumían de su filiación izquierdista. Esas mismas personas también existen en España. Se ríen de los que escuchan a Camela, de los que ven Telecinco o de los que van al gimnasio a entrenar con un saco o entre las doce cuerdas. Miran por encima del hombro a aquel que, cuando le preguntan de dónde es, no dice “de Madrid” sino que él es de Carabanchel, de Vallecas o de Aluche.

Resulta obvio que, en la capital de uno de los países europeos donde más ha crecido la desigualdad, no se disponga de la misma identidad urbana en un barrio como Nueva España-Alberto Alcocer con un 6% de paro que en el barrio de San Cristóbal de los Ángeles con un 28%, aunque ambos compartan la misma alcaldesa y la misma municipalidad administrativa.

Cuando uno viaja a Londres, uno disfruta de un seminario de historia paseando por sus calles. Allí, en la ciudad con más estatuas, homenajes y placas, no solo se homenajea a reyes y a militares, especialistas en matar personas. Los escritores, los artistas y los músicos también disponen del reconocimiento colectivo por servir como ejemplo para los que vendrán. Los vecinos de los barrios obreros del sur como Brixton o del oeste como Hammersmith presumen de David Bowie o The Who, respectivamente. Nosotros, los periféricos meridionales presumimos de nuestros propios héroes y también reclamo una estatua de bronce del ocho veces campeón de Europa de boxeo Poli Díaz en el Bulevar de Peña Gorbea de Vallecas y otra del premio Príncipe de Asturias y campeón de la Eurocopa Luis Aragonés en su barrio de Hortaleza. Aunque sea por suscripción popular y no con dinero público. No faltarían donantes. Fíjese que en Filadelfia, en la escalinata del Museo de Arte, hay una estatua al boxeador Rocky Balboa ¡y eso que ni siquiera existe!

Dice usted que siendo que su trabajo, hacernos felices, ya está remunerado, no es necesario hacerle más reconocimientos. Creo que, en realidad, no es solo un reconocimiento a usted, a sus canciones y a los novelistas berbiquí. Estamos hablando de un auto-homenaje a los roqueros de la periferia de clase trabajadora, que madrugan, que han perdido su trabajo, que les pagan un 25% menos que hace menos una década, que sufren con su Atleti o su Rayo, que padecen una peor educación y sanidad pública y que vivirán casi tres años menos, de media, que los que viven en el distrito de Chamartín. Y hay en ocasiones que el onanismo simbólico es justo y necesario.

Quizá, contra su voluntad, hayamos decidido que usted sea nuestro Simón Bolívar. Déjenos, que aunque vivamos menos años, podamos fardar de su música. Los símbolos son musas que inspiran la ambición, sueños de libertad.

Un abrazo.

Autor del artículo: Julio Embid

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