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Carolyn Steel, gurú de la comida ética: “No creo que tengamos que dejar de comer carne”

Por La Vanguardia  ·  26.10.2022

“Una persona vegana o vegetariana no tiene por qué ser siempre más respetuosa con la naturaleza y el medio ambiente que otra que coma carne. Históricamente, ha sido así. Pero creo que se puede ser tanto un omnívoro ético, como se puede ser un vegano poco ético”, precisa Carolyn Steel, arquitecta de profesión, directora de estudios en la London School of Economics, la London Metropolitan University y la Universidad de Cambridge y “una de las diez mayores visionarias del siglo XX”, según la revista The Ecologist.

Autora de la recién publicada Sitopía. Cómo pueden salvar el mundo los alimentos (Capitán Swing), vuelve a la palestra para recordarnos que la producción y distribución industrial de los alimentos es una forma casi obscena de diezmar el medio ambiente y de encarecer la cesta de la compra, aunque no nos lo parezca. Y nos propone que el alimento sea la base sobre la que edificar un cambio en la sociedad, la economía, la política y las relaciones humanas.

¿El alimento puede producir estos cambios tan profundos? ¿Cómo? Steel respondió con un torrente apasionado de datos y reflexiones a estas preguntas y a muchas más a Magazine Lifestyle en una reciente visita a Barcelona. Para Steel, “todo lo relacionado con la comida es fascinante, es muy profundo, porque no estaríamos aquí sin los alimentos, que lo moldean todo a nuestro alrededor, lo veamos o no. Es gigante como concepto, es como dios, que está en todas partes, es omnipresente… eso si crees en dios, claro”.

Todo lo relacionado con la comida es fascinante, es muy profundo, porque los alimentos lo moldean todo”

Carolyn SteelArquitecta y ensayista, autora de ‘Sitopía’ y ‘Ciudades hambrientas’

Steel asegura que “es muy difícil visibilizar la importancia de los alimentos” en nuestro día a día, “pero moldean el paisaje, la forma como reaccionamos ante la naturaleza, cómo afectamos el clima, cómo hemos creado nuestras sociedades, cómo confiamos en nosotros. Explican también el poder y cómo se distribuye, explican lo que valoramos y cómo nos identificamos y comprendemos como especie… Todo esto gira alrededor de la comida”, asegura. Y para que su argumentación no parezca etérea, pone un ejemplo, aprovechando que ha pedido (es británica) una taza de té: “Por ejemplo, este té, ¿de dónde viene? ¿De Kenia? ¿Lo cultivaron en la montaña? ¿Quiénes son las personas que lo cultivaron? ¿Les pagaron de forma justa? ¿Cómo se transportó…? Hay mucha complejidad en mi taza de té”. 

Steel profundiza en Sitopía uno de los argumentos centrales de su anterior ensayo, Ciudades hambrientas, referido a que las grandes urbes actuales se han construido con la intención de que olvidemos y nos despreocupemos absolutamente de la procedencia, producción y distribución de los alimentos. Nos llegan a los supermercados y tiendas, y desconocemos las condiciones en que se han criado los animales (muchas veces maltratados) y de qué forma se han obtenido las frutas y verduras que comemos. Desconocerlo, nos impide tener conciencia de los terribles estragos que tiene sobre el medio ambiente la producción agrícola y ganadera cuando es industrial e intensiva. “Creo que la comida puede ser la clave, porque si aprendemos a ver los alimentos como algo esencial, como una lente, a través de la cual mirar el resto, podemos actuar, tanto como individuos, como conjuntamente”.

Ciudades que viven de espalda al campo

Sitopía es un término inventado por Carolyn Steele, que debe su origen del griego: sitos, alimento, y topos, lugar; es decir, lugar de alimentos. Este ensayo es la continuación de su obra anterior, Ciudades hambrientas, también publicada por Capitán Swing. En Ciudades hambrientas demostraba al detalle y con multitud de ejemplos históricos que el crecimiento y organización de las ciudades tenían que ver con los alimentos. Estos núcleos de población originales se ubicaban en las zonas donde se podía garantizar que, desde los campos cercanos, llegaran las frutas, verduras cereales y carne necesaria para proveer de víveres a sus habitantes.

​Con la revolución industrial, el advenimiento del ferrocarril y la mejora de las comunicaciones, la llegada de los alimentos ya no dependía tanto de la cercanía de agricultores y ganaderos y las ciudades se fueron olvidando y despreocupando de cómo se alimentaba el ganado o de cómo se producía, sacrificaba y transportaban los alimentos. Ahí nace la disociación entre la ciudad y el campo: “El mito de la ciudad como ese lugar poderoso, que tiene mejor calidad de vida, que es el progreso y que deja atrás el campo como si fuera algo sucio, como algo aburrido, es la narración que se relata desde que las personas viven en ciudades”. Esa distancia se ha incrementado y nos ha vacunado para no actuar de forma crítica contra la producción industrial ganadera y agrícola, que destruye recursos naturales a espuertas.

Si nos planteamos un debate ético sobre cómo producimos la comida, cómo tratamos a los animales, cuántos recursos naturales malgastamos, ¿llegaríamos casi a dejar de comer? “En el momento en que nos damos permiso de comer a otros animales nos concedemos ser la cúpula de la pirámide depredadora. Si estás en esta punta de la pirámide tienes la obligación de preguntarte cómo vamos a comer bien sin dañar la naturaleza. Los cazadores-recolectores, por ejemplo, tienen un pensamiento ecológico muy importante, piensan en la naturaleza como un familiar, a los bosques le llaman madre, por ejemplo; los árboles son como nuestros ancestros, hay un equilibrio, un agradecimiento hacia la naturaleza que los envuelve y en el que viven. Ven a los animales como familiares, les piden permiso y les hacen una reverencia antes de matarlo… Y todo esto se empezó a perder en el momento en el que domesticamos a los animales.”

¿Vegetarianos y veganos estarían más cerca de su propuesta de respeto a la naturaleza y a los procesos de producción agrícolas y ganaderos? “Creo que se puede ser un omnívoro ético, así como se puede ser un vegano poco ético. El veganismo, en particular, y no siempre es así, se convierte en una ideología en la que dice que la verdura está relacionada con el bien y la carne con el mal, cuando en realidad lo que tendríamos que hacer es dejar de industrializar la carne, por lo tanto es ya una cuestión de creencia. Yo no creo que comer carne sea algo negativo, creo que si tratamos bien a los animales y les damos una buena vida y también una buena muerte, y si tenemos una ganadería sostenible, tradicional y ecológica, que es lo mismo que la agricultura ecológica y tradicional, entonces está bien comer animales. Esa es mi postura ética acerca de esta pregunta. Para mí, decir que no tenemos que comer animales es un poco extraño, yo creo que no tendríamos que abusar de ellos ni tratarlos como máquinas”.

El coste real de la comida no es el que pago en el súper, es lo que pagamos como sociedad y la comida industrial no nos la podemos permitir”

Carolyn SteelArquitecta y ensayista, autora de ‘Sitopía’ y ‘Ciudades hambrientas’

Para que nuestros hábitos alimentarios conecten mejor con el respeto a la naturaleza, Steel propone un “contrato sitópico” en donde la comida industrial y barata no tiene cabida. “El coste real de la comida no es el que pago en el supermercado, es lo que pagamos como sociedad en su conjunto. En realidad, la comida industrializada no nos la podemos permitir”, porque consume una cantidad ingente de recursos que no se contabilizan en la factura, pero que nos pasan factura a nuestro futuro como especie.

“Si le damos el valor que debería tener, la comida producida de forma local, orgánica y ecológica, va a costar lo mismo, porque la industria que produce hamburguesas ya no se va a poder pagar. El lema de esto es que hay gente que no va a tener la posibilidad de consumir comida, porque van a ser demasiado pobres, pero este problema ya lo tenemos en la actualidad. Una buena sociedad -subraya- es aquella en la que todo el mundo come bien, con comida de buena calidad, comida que no ha destruido la tierra, que ha protegido el medio ambiente, que no implique trabajo esclavo… Tendríamos que hacer reformas agrarias y ver cómo transportamos y comercializamos la comida y hacer una sociedad justa y equitativa donde todo el mundo tenga acceso a la comida”.

De abejas, almendras y aguacates

Carolyn Steel nutre de ejemplos sus reflexiones. Respecto a los veganos, por ejemplo, se ha demostrado que el estiércol de los animales es mucho mejor que los fertilizantes que se utilizan. También recuerda que se puede ser vegano y beber leche de almendras que quizás vengan de California, “donde la naturaleza está siendo destruida, donde hay escasez de agua y las abejas, tan importantes, sufren y están a punto de ser eliminadas…”. Por eso, entiende que hay que ver hasta dónde llega tu interés por la procedencia de los alimentos. Más ejemplos: “Hasta hace poco se pensaba que los peces no tenían sensibilidad, pero se ha demostrado que sí. Cuando te comes un pulpo, ¿qué significa?”. O la producción de aguacate, en México, negocio que está siendo copado por los cárteles de la droga, “que desvían el agua, lo producen industrialmente desviando el agua y lo comercializan con Occidente, de forma que los mexicanos ya no pueden comerlo”. 

​De ahí que Steel defienda la necesidad de que de forma gradual pero activa nos vayamos haciendo preguntas como las siguientes cuando vamos a la tienda o el supermercado: “Esta comida es limpia, justa y equitativa? ¿El paisaje ha sido protegido o destruido? ¿Era autosostenible o se contaminó? ¿Cómo se trataron a los animales? Cada pedazo de alimento tiene estas preguntas y es lo que las culturas culinarias hacían en el pasado y esta es una de las dificultades con que nos enfrentamos en el mundo moderno. Evitamos como individuos hacernos estas preguntas fenomenales y cuanto más aprendes, menos sabes de lo que es correcto o no y es cuando te rindes. Necesitamos una cultura culinaria tradicional, porque por definición existen desde hace cientos de años y esta es la mejor prueba de que es sostenible. Por lo tanto, por definición, lo sostenible crea buena vida, porque si no lo hiciera, la gente no podría seguir cultivando como lo han hecho siempre. También significa producto de proximidad, de temporada, ecológico y orgánico por lo general”.

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