10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Carolyn Steel: «Estamos atrapados en esta narrativa industrial capitalista, pero no somos felices»

Por La Marea  ·  24.10.2022

Quizás se nos haya olvidado la premisa básica de que somos lo que comemos, que lo que ingerimos se convierte, automáticamente en el propio cuerpo. Comer es una acto político, una oportunidad diaria para intentar cambiar o derribar el sistema, o al menos para hacerlo más sostenible y más justo. Para con una misma, pero también para con el planeta. Comer es la actividad central de nuestras vidas, y lo hacemos tres veces por día. ¿Por qué no aprovechar estas ocasionas para vivir mejor? 

Estas son algunas de las preguntas que Carolyn Steel (Londres, 1959) se plantea en su último libro publicado en español, editado por Capitán Swing y traducido por Efrén Valle: Sitopía. Cómo pueden salvar el mundo los alimentos. En este ensayo extensamente documentado y que supone una continuación de Ciudades hambrientas, la arquitecta, profesora y escritora nos enseña cómo la comida ha dado forma a la distintas civilizaciones desde que el mundo es mundo. 

“La comida no es solo lo que ingerimos, sino que lo es todo. Es una cultura en sí misma”, explica Steel para Climática. La palabra sitopía –lugar de los alimentos– apareció por primera vez en su cabeza cuando terminó de escribir Ciudades hambrientas, publicado en 2008. “Fue entonces cuando me di cuentas de que vivimos en un mundo moldeado por la comida que consumimos. Venía de estudiar cómo se alimentaban las ciudades y pensé que aquello podía ser el inicio de algo: un diálogo”. El resultado son más de 400 páginas de reflexión alrededor del lugar que ocupa la comida en nuestras vidas. Hay decenas de conclusiones, pero una aparece con fuerza: podemos vivir bien sin destrozar el planeta.  

A lo largo del libro, Steel escribe sobre infinidad de cosas: sobre la desnaturalización de los alimentos por parte de la agricultura industrial; sobre la necesidad de empezar a invertir en lo humano —y no en lo tecnológico—; o sobre la idea de hogar, ligado a aquello que consumimos. “El hogar es, a la vez, un lugar y una idea. Para poder sentirnos arraigados debemos poder orientarnos en el mundo. En ese sentido, el hogar es nuestra ancla, el lugar que podemos abandonar, pero alrededor del que girará siempre nuestra vida emocional (…) Los sabores de nuestra infancia se graban en nuestra psique por este motivo: pertenecen al momento en el que aprendemos qué significa sentirse en casa (…)  la comida nos hace sentirnos como en casa porque nos enraíza en el mundo tanto social como físicamente”.

La escritora y arquitecta tiene claro que la comida es vida y que es lo que nos conecta tanto con el planeta como con sus ciclos. “No nos damos cuenta, pero nosotros también formamos parte de esos ciclos, aunque el sistema capitalista industrial quiera hacernos creer que somos inmortales. Negar la muerte es negar la vida”, insiste. 

Una oportunidad que se nos escapa

A pesar de lo que pueda parecer, en Sitopía no hay lugar para los lamentos, sino todo lo contrario. A lo largo del libro, Steel no da soluciones pero si nos conduce a patrones de reflexión que nos hacen pensar que otro futuro —mejor— es posible. “Cuando experimentamos dificultades nos unimos de manera natural y nos volvemos más empáticos, altruistas y visionarios. Las crisis nos hacen darnos cuenta de lo preciada que es nuestra vida cotidiana y, al menos por un tiempo, apreciamos lo que ya tenemos. En resumen, las crisis nos brindan la oportunidad de readaptar nuestros valores, motivo por el cual, el hecho de que no alteráramos el rumbo tras la crisis de 2008, podría ser la mayor oportunidad perdida del siglo”, escribe. 

El libro fue publicado la misma semana que empezaron los primeros confinamientos por COVID-19, en marzo de 2020. Poco sabía Steel en aquel momento lo que se nos venía encima. Aun así, la reflexión que hace la escritora en estas páginas es aplicable al presente. “Después de la pandemia, pensábamos que todo iba a cambiar, pero no ha sido así. La gente quiere hacer un cambio, pero nuestros políticos no tienen la valentía que se necesita para reimaginar una nueva vida. La oportunidad estaba ahí, ante todos nosotros: mantener el placer del disfrute por la naturaleza, los encuentros con la familia y los amigos, los paseos por el parque… Estamos perdiendo la oportunidad de construir nuestras vidas alrededor de todos estos placeres”.

Si bien habla de oportunidad perdida, Carolyn Steel es una persona optimista y mira hacia movimientos como la Gran Renuncia o hacia las pequeñas comunidades de personas que deciden rehabilitar aldeas abandonadas y montar una vida alternativa allí. De hecho, tiene claro que si ella tuviera veinte años menos, no lo dudaría ni un momento. “Hemos descubierto que somos felices en casa, distribuyendo nuestro tiempo como mejor nos parece y nos apetece. La gente no quiere gastar su tiempo en reuniones presenciales absurdas, pero ahí están las empresas, que nos hacen volver a la oficina para continuar controlándonos”. Lo dice de una manera enérgica y profundamente asertiva, con convicción. Ella lo sabe, y nosotros, aunque no seamos aún conscientes de ello, también: la vida que nos ofrece el sistema industrial capitalista no nos hace felices

Estamos atrapados en esta narrativa industrial capitalista, pero no somos felices. A la clase política le interesa mantener este relato porque está asustada de que la gente empiece a pensar por sí misma y a desobedecer”, señala.

La entrevista con la autora británica tiene lugar en Barcelona, durante su visita a la capital catalana con motivo de la Biennal de Pensament, uno de los festivales emblema de la ciudad. Ella siente pasión por Barcelona y mira hacia ella buscando el faro del anarquismo. “Sois una ciudad referente en el movimiento anarquista, también Catalunya. Algún día la gente entenderá que la anarquía no es caos, sino autoorganización”.

Se atisba, por primera vez, un hilo fino de nostalgia en sus palabras, pero no de nostalgia reaccionaria. La nostalgia de Carolyn Steel tiene el regusto de sueño que se desvanece pero que aún es posible. De algo que se tocó con la yema de los dedos y que no pudo ser pero que podría darse si insistimos. Lo que pide para todos nosotros no parece demasiado, sin embargo: un sitio digno en el que vivir, un trabajo decente, acceso a la naturaleza, buena salud, capacidad de involucrarse en política, tiempo, cultura y educación. “Los poderosos creen que si les dan todo esto a la gente, van a perder el control”. Va un poquito más lejos: “Ah sí, y además de todo esto también necesitamos una reforma agraria y una reforma del sistema de impuestos”. Steel apunta hacia arriba, como debe ser.

No idealiza la vida rural, pero sí la reivindica. “La idea de que las ciudades es donde sucede la acción y que en el campo no hay nada que hacer ya ha quedado obsoleta. De hecho, se ha demostrado que los pueblos son el soporte vital de las ciudades, a todos los niveles”. Respecto a la ilusión de la dicotomía entre campo y ciudad, a la arquitecta y escritora continúa sorprendiéndole la aparente dualidad instaurada entre estos dos mundos-conceptos. Y asegura que, “antes que ser animales sociales, somos animales”. Algo evidente pero de lo que parece que nos hemos olvidado. Para que esta aparente dualidad deje de percibirse como tal, hay que legislar y, una buena manera de hacerlo sería a través del sistema alimentario: “Cualquier tipo de acción o paso que demos hacia una alimentación consciente y para la ciudadanía, es bienvenido. ¿Cómo? Pues por ejemplo, educando a las nuevas generaciones sobre las cadenas de aprovisionamiento. Podemos enseñar que existe un mundo diferente, crear instrumentos y herramientas educativas para promover la consciencia de un sistema sostenible para todos”.

Carolyn Steel es, ante todo, una persona con las cosas claras, o al menos, eso es lo que transmite. Sabe qué quiere hacer con su tiempo y cómo quiere vivir: cultivar hortalizas en su tejado, invitar a sus seres queridos a comer y disfrutar de las conversaciones que se alargan. Vivir al ritmo de las plantas y del planeta, estar en contacto con la naturaleza. Y lo ve posible y factible. Al fin y al cabo, dice, es lo que todos esperamos de la vida: “Poder vivirla en paz, con los nuestros, en contacto con la tierra”. Seguro que razón no le falta.

Ver artículo original