Comemos rápido, comemos mal, y lo que es peor, al año se desperdicia un tercio de lo que se produce para el consumo humano, con el coste energético que conlleva. Comer debe hacernos felices, dice esta experta, cuyos libros son una flecha hacia un futuro en el que la sostenibilidad está en dejar de pensar en nosotros como meros consumidores.
Entre 2000 y 2018, el 50% de la masa forestal mundial que se perdió fue para transformarla en zonas de cultivo, según la ONU. Lo dedicado a la producción de carne supuso casi el 40%, y el 7%, para el aceite de palma. Si a esto se suma que, a la semana, un millón de personas se muda a una zona urbana y que la industria alimentaria está en manos de cinco multinacionales, el resultado es un desequilibrio «que va en contra de la naturaleza». De seguir así, «no habrá civilización para final de este siglo», advierte la arquitecta Carolyn Steel (Londres, 1959), que en sus ensayos como ‘Sitopia’ proyecta un futuro sostenible.
Pregunta. La forma en que cultivamos y consumimos los alimentos ha definido la historia de la humanidad. ¿Cómo diría que es la sociedad que viene, según la forma en que nos estamos alimentando ahora?
Respuesta. Es una pregunta muy importante porque, si continuamos alimentándonos como lo estamos haciendo hasta ahora, entonces no habrá civilización para el final de siglo. Nos encontramos ante una proyección muy peligrosa porque cada vez es más patente cómo la industria alimentaria está dañando el planeta, con zonas de plantación que se están viendo afectadas por el cambio climático, la deforestación, la polución, la desertificación o por el uso de fertilizantes que están matando la vida en los ríos y lagos. Esta es una de las amenazas sustanciales para nuestro futuro. La otra es que hemos basado la noción de tener una buena vida en la idea de ‘alimentación barata’, pero no hay tal cosa. Lo esperanzador es que haya una mayor conciencia sobre el modo en que comemos y nos alimentamos, y hay muchos granjeros que están evolucionando hacia modelos regeneradores de cultivo: están trabajando con la naturaleza y no en su contra. Ese debería ser el futuro.
P. La evolución de la especie humana llegó con el fuego, por lo que supuso en la alimentación. Cocinar trajo salud, empezaron los asentamientos, los cultivos, los sabores: nacimos como sociedad. ¿Cree que ahora nos enfrentamos a un cambio de esa envergadura?
R. Sí, y es muy adecuado decir esto porque creo que hemos alcanzado un punto en el que ha quedado patente que no podemos continuar viviendo o alimentándonos del modo en que lo hacemos actualmente. Y aunque esto está claro para algunas personas, no lo está para otras, y para los políticos menos aún. En el sistema industrial de la alimentación, que es el que realmente tiene el poder y la capacidad para cambiarlo, no puede mantenerse por otro siglo este modo de producción, así que vamos a tener que encontrar otro modo de alimentarnos.
P. ¿Qué propone, cómo podemos alimentarnos para que sea más sostenible?
R. Hay un grupo de personas que argumenta que nos podríamos alimentar a base de comida hecha en un laboratorio, básicamente proteína fermentada a través de la luz solar. De esta manera, la producción sería más eficiente y las enormes extensiones de cultivo que ahora utilizamos podríamos devolvérselas a la naturaleza. Esta es una idea, pero hay otro modo, que es el que yo preferiría, y que supone básicamente volver a la producción de cosechar de forma orgánica, con tecnología para ayudarnos. Debemos basar nuestra idea de una buena vida poniendo al alimento en el centro y pensar en qué es realmente necesario para el apetito y el gusto, y hacerlo con cada comunidad, en el espacio local. Lo que es indudable es que hay que tomar una decisión, una decisión enorme, y ahora mismo nos encontramos en el momento de hacernos la pregunta de cómo cambiar el modo de alimentarnos y de consumir.
P. ¿Hemos pasado del ‘Homo sapiens’ al ‘Homo consumidor’?
R. Sí, es en lo que el sistema capitalista quiere transformarnos, en ese ser conocido ‘Homo economicus’. Básicamente su lógica es que solo pensemos en consumir, en hacernos ricos y en qué comprar, ya sean móviles, coches, ropa. Sin embargo, si lo piensas, no tiene ningún sentido: solo compramos o pensamos en comprar estas cosas porque estamos condicionados para hacerlo porque vivimos en un entorno que nos dice constantemente que ese es el verdadero camino a la felicidad. La ironía es que somos ‘Homo sapiens’, pero vivimos en un sistema que solo piensa en nosotros como consumidores. Creo que necesitamos volver al sistema que funcionaba para el ‘Homo sapiens’, que es una criatura cuyo verdadero placer proviene de la compañía, de estar cerca de la gente que quiere, cerca de la naturaleza, utilizando nuestras habilidades y trabajando con nuestras manos. Básicamente vivir disfrutando. Se podría llamar una vida animal, y en ese sentido toda la estructura cultural se basaría en esto. Esta es una posibilidad que se puede concebir, sería agradable producir así las cosas.
P. El cultivo intensivo y las macrogranjas hablan de un modelo productivo masificado que va contra la salud y contra el medio ambiente, pero en su ensayo ‘Sitopia’ defiende que la comida puede salvar el mundo, ¿cómo?
R. Podemos salvarnos a través de la comida pensando a través de la comida y recordando los valores reales de la comida. Los alimentos son lo más preciado e importante de nuestras vidas: tenemos que trabajar en producirlos mejor porque están en el centro de nuestra sociedad y define a nuestra relación con el mundo natural. Es necesario crear una sociedad en la que todo el mundo pueda alimentarse bien. Y ahí está, creo, la raíz para crear una sociedad más justa y más sostenible, alrededor de lo que es necesario, pero también alrededor de lo que nos da placer. Mi argumento es que, si recordamos esto, nos recordaremos a nosotros mismos los valores reales de los alimentos, y crearemos una sociedad en la que cada cuerpo pueda alimentarse bien, deshaciéndonos de comida destructiva.
P. Esa forma de consumo acelerado procede de un problema que atraviesa todos los órdenes sociales: la falta de tiempo.
R. Estoy en contra de la idea capitalista de que el tiempo es dinero, como dijo Benjamin Franklin. El tiempo no es dinero; el tiempo es vida. Y durante el confinamiento pudimos ver lo valioso que es tener suficiente tiempo en nuestras vidas. Creo que debemos construir un futuro en el que contemos con más tiempo en nuestras vidas, pero el capitalismo funciona al revés, dice que todo el tiempo que no estés trabajando es tiempo desperdiciado, porque la idea que hay detrás del capitalismo es que tienes que ser rico para ser feliz. Y esto no es verdad. Lo que necesitas para ser feliz es la oportunidad, el tiempo y el espacio para estar con gente que quieres, hacer cosas significativas y disfrutar de los placeres animales y esto implica un cambio cultural en la forma que organizamos nuestras vidas y la propia sociedad.
P. ¿Hasta qué punto la forma en que nos alimentamos influyó en la pandemia?
R. La pandemia es realmente una señal de alarma. La forma en que nos estamos alimentando no nos hace felices, pero tampoco nos hace más sanos, y está destrozando el ecosistema. De hecho, creo que la propia pandemia es consecuencia del modo en que nos alimentamos, porque hemos reducido la diversidad en nuestro hábitat y hemos explotado la naturaleza en modos en los que nunca lo hemos hecho, y esta es una condición típica en la que un patógeno puede saltar del mundo natural al nuestro. Por otra parte, creo que tiene que ver con el estilo de vida industrial, por definirlo de alguna manera, y también con el hecho de que vivimos y nos alimentamos a través de comida industrial, lo que implica que tenemos un sistema inmune débil, y muchos de los cuadros físicos que se desarrollaron, que hicieron que la gente se muriera de covid en lugar de solo ponerse enfermos, tienen una relación directa con el cáncer, con enfermedades coronarias, con la diabetes… estos fueron las principales causas de muerte durante la pandemia por covid.
P. En su libro ‘Ciudades hambrientas’ propone una interesante premisa: cómo la comida ha dado forma a nuestras ciudades y cómo puede acabar con el plantea si no cambiamos la forma de producirla, transportarla y sobre todo consumirla… Son muchos cambios a la vez, ¿por dónde empezamos?
R. Tenemos que repensar nuestra vida, sobre todo la relación tradicional entre lo urbano y lo rural, lo que yo llamo la paradoja urbana. El hecho de que los humanos necesitemos la sociedad está representado por el urbanismo y es la razón por la que vivimos en ciudades. Pero también somos animales y también necesitamos del entorno natural. Y creo que en los últimos doscientos años hemos creado un mundo en el que parece que una buena vida es una vida urbana, y realmente hemos olvidado que también necesitamos la naturaleza. Por tanto, ¿cómo empezamos? Intentando unir el campo y la ciudad. Y esto se puede hacer reintroduciendo la naturaleza en lo urbano, creando jardines, parques, espacios verdes en las azoteas, pero también llevando infraestructura urbana al entorno rural, de forma que podamos volver a habitar estas zonas. Porque los humanos, para sobrevivir, necesitamos, como he dicho, tanto a la sociedad como la naturaleza, representados por lo urbano y el campo. Y creo que, si construimos en el futuro lugares para vivir, tenemos que recordar que una buena vida no se da solo en la ciudad, también puede darse en lo rural. Esto se puede reconocer, curiosamente, en China. Allí llevaron a todo el mundo del campo a las ciudades, y ahora están viendo que también necesitan personas viviendo en el campo, reequilibrando la relación urbano-rural. Y las ciudades se están alimentando más de las granjas que producen en la zona, porque eso reduce la huella del carbono, los transportes…
«Es crucial disminuir el consumo y cambiar a otro sistema basado en el desarrollo de ecologías locales»
P. A tenor del cambio climático, ¿el consumismo está empeorando nuestra perspectiva de futuro?
R. En los últimos dos años, el cambio climático ya no es un futuro teórico, está ya con nosotros, con las sequías masivas que hemos visto este verano en Europa, hemos visto huracanes e inundaciones. Así que obviamente tenemos que cambiar el modo en que vivimos para ser más resilientes y en ese sentido creo que la alimentación es el aspecto más central que debemos abordar y sobre todo modificar la forma en que comemos, en que nos alimentamos porque es un gran factor que contribuye al cambio climático, probablemente el 40% de los gases de efecto invernadero procede de la forma en que cultivamos y de la forma en que nos alimentamos. Este cambio es la clave de la solución, la clave para una vida más resiliente que deberíamos estar liderando y que nos permitirá desarrollarnos en el futuro, y resistir el cambio climático, que es cultivar tendiendo la mano a la naturaleza, hacer un cultivo local con el producto de la zona, y utilizando la tecnología para que nos ayude a hacerlo. Es crucial disminuir el consumo y cambiar a otro sistema de consumo basado en el desarrollo de ecologías locales.
«La industria alimentaria, cuyo objetivo es tener beneficios económicos, está controlando lo que comemos»
P. El control de los alimentos es poder, ¿En manos de quién está?
R. El control de la alimentación es poder y siempre lo ha sido. Ahora es la industria alimentaria la que tiene el control sobre lo que comemos y los políticos no pueden admitirlo porque supondría un gran fracaso el hecho de que nosotros, como sociedad, no controlemos cómo comemos, sino que negocios privados, cuyo objetivo es tener beneficios económicos, sean los que estén controlando lo que comemos. Así que, sí: necesitamos que los gobiernos se impliquen en torno a los alimentos y la alimentación, y necesitamos afrontar este problema como un problema social y cultural, y no tanto desde lo que las grandes corporaciones nos vendan.
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