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Carme Valls: «Los problemas sociales de las mujeres no se tienen que tratar con pastillas, sino cambiando sus condiciones de vida y de trabajo»

Por La Marea  ·  24.11.2020

Carme Valls, médica especialista en endocrinología, acaba de publicar el libro Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing), donde describe las últimas investigaciones y avances en perspectiva de género en salud. Según señala Valls, en los últimos años ha habido algunos avances en cuanto a la inclusión de las mujeres en las investigaciones, pero todavía se trata de una tímida aproximación.

La médica, que dirige el programa «Mujer, Salud y Calidad de Vida» del Centro de Análisis y Programas Sanitarios, considera que hace falta un mayor desarrollo de la ciencia de la diferencia, que establece las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto la salud. Según ella, de este modo, se podrá acabar con la invisibilización de las mujeres en la medicina. «Debe nacer una ciencia con perspectiva de género y, después, esta mirada se transmitirá a las facultades, por lo que los nuevos profesionales de la salud que se gradúen, los médicos, médicas, enfermeras, enfermeros, psicólogas, psicólogos… ya desarrollen una nueva mirada y entiendan que hay enfermedades que afectan de manera diferente a hombres y mujeres», explica.

El libro que acaba de publicar es una versión revisada y actualizada de un libro suyo del año 2006. En términos generales, en catorce años, ¿las mujeres siguen siendo invisibles para la medicina o ha habido algunos cambios en los últimos años?

En algunas áreas de la medicina hemos avanzado un poco. Una de las principales críticas era que las enfermedades cardiovasculares, que son la primera causa de muerte de las mujeres, habían sido excluidas de todos los trabajos de investigación que se habían hecho hasta los años noventa. Actualmente, un 38% de los estudios sobre mortalidad y morbilidad de enfermedades coronarias incluyen las mujeres. Pero esto todavía se hace de forma muy desigual. Si miramos el total de la literatura médica, veremos que todavía se diferencia muy poco por sexo y, cuando se diferencia, a menudo no se analizan las diferencias entre un sexo y otro. Es necesaria una discusión sobre si ser hombre o mujer influye en la evolución de la enfermedad o en el tratamiento. Esto todavía cuesta mucho que se haga.

En otras cuestiones no hemos avanzado mucho. Por ejemplo, con respecto a la sexualidad. Se sigue equiparando la sexualidad de la mujer con la del hombre, cuando las mujeres tenemos un tipo de sexualidad diferente de los hombres. Este es el motivo por el que la viagra femenina no ha funcionado.

¿Los estudios sobre la Covid-19 tienen en cuenta a las mujeres?

La mayoría de trabajos que se han publicado no diferencian por sexo. Hay excepciones, claro. Por ejemplo, los estudios que hacen los epidemiólogos del Ministerio de Sanidad cada 15 días sí diferencian por sexos. Y se pueden extraer algunas conclusiones. Queda la impresión de que la enfermedad predomina entre los hombres, pero realmente la enfermedad ha tenido desde el inicio más incidencia en las mujeres. En la primera ola del 56% de las personas contagiadas eran mujeres y un 44% hombres. En la segunda ola, el 52% son mujeres y el 48% hombres. Ahora bien, la mortalidad sí es superior en los hombres; un 60% de las personas que han muerto por coronavirus son hombres.

Por tanto, la evolución de la enfermedad es diferente entre hombres y mujeres y la incidencia es superior en las mujeres, por dos motivos. Primero, por razones sociales, porque, por ejemplo, las sanitarias representan el 70% entre el total de sanitarios contagiados. Además, los trabajos más precarios son llevados a cabo mayoritariamente por mujeres. En cuanto a las causas biológicas, se están haciendo estudios sobre el efecto que puede tener el virus sobre la enzima ECA. Parece que estos receptores están más expresados ??en el cuerpo de la mujer, pero, al mismo tiempo, las mujeres segregan una enzima protector antiinflamatorio que hace que no tengan afectaciones tan graves en los pulmones, lo que se traduce en menos ingresos en la UCI y menos mortalidad .

¿Hay, por tanto, necesidad de diferenciar los dos sexos en la práctica médica?

Estudiar la ciencia de la diferencia, que permite diferenciar entre los dos sexos y que es una asignatura pendiente para la medicina, nos permitiría recoger más información para tratar mejor a los pacientes de ambos sexos. Además de lo que ya he mencionado, cabe destacar todas aquellas patologías que sufren más las mujeres respecto a los hombres, como serían las enfermedades de carencia de hierro, las anemias y las enfermedades autoinmunes. Los profesionales no salen de la facultad de medicina preparados para atender estas enfermedades crónicas que luego se ven en la consulta. En la atención primaria, especialmente, es necesario el desarrollo de la ciencia de la diferencia.

Usted aborda muchos aspectos en su libro sobre la salud de las mujeres, pero ¿cuál es la esencia de la discriminación de las mujeres en la medicina? ¿Por qué se invisibilizan?

Bernadine Healy, una cardióloga americana, ya denunciaba hacía años que no tratábamos igual las enfermedades coronarias entre hombres y mujeres; que las mujeres las enviaban a casa y los hombres a operarse. Hay un estereotipo de género, que implica dos cosas. Por un lado, la concepción que si se estudiaba los hombres, ya se estudiaba las mujeres y, por la otra, los prejuicios a la hora de investigar: hasta los años noventa, los trabajos de investigación no contenían ninguna mujer. Aquí hay también el problema de las ciencias androcéntricas, que creen que no es necesario estudiar la diferencia, es decir, creen que pasa lo mismo en un sexo y otro. Esto sería el sesgo de género mental. Durante siglos, la mujer ha sido considerada inferior, poco importante. Esto también ocurre en el ámbito farmacéutico. Cuando se hace un estudio de fármacos y se utilizan animales, el 75% de los trabajos son con ratas machos. Lo justifican diciendo que las ratas tienen el ciclo estral, que es una especie de ciclo menstrual, y que esto molesta para estudiar un fármaco.

Este sesgo de género que usted destaca en su libro, contrasta claramente con la progresiva feminización del sector sanitario.

Sí. Porque el espíritu crítico hay que ir desarrollándolo, y cuando en la facultad te enseñan las cosas de una determinada manera, sales de allí con aquella perspectiva. Que es una mirada androcéntrica. Hay una parte de profesionales que creen que no vale la pena introducir la perspectiva de género en la salud, que creen que seguramente somos todos iguales y que si se estudia un sexo, ya se estudia el otro. Y esto queda de manera permanente en la cabeza de muchos médicos y médicas.
En los últimos años, sin embargo, ha habido un cambio. Los estudiantes de Medicina y Enfermería notan que hay una carencia en su formación y nos piden a profesionales que trabajamos con otras miradas que vayamos a dar sesiones en la universidad sobre género y salud. Esto lo encuentro fantástico. Pero realmente es sólo como rodear el núcleo principal, porque las asignaturas troncales de Medicina no incorporan la perspectiva de género. Pienso que debería haber un esfuerzo por parte de la docencia universitaria de incorporarla a todas las asignaturas, no sólo hacer una asignatura. La perspectiva de género debe incorporarse transversalmente, asignatura por asignatura.

¿Por dónde hay que empezar?

El inicio de este cambio de paradigma se encuentra en la investigación. Debe nacer una ciencia con perspectiva de género y, después, esta mirada se transmitirá a las facultades, por lo que los nuevos profesionales que se gradúen, los médicos, médicas, enfermeras, enfermeras, psicólogas, psicólogos… ya tengan una mirada diferente y entiendan que hay enfermedades que afectan diferente a hombres y mujeres.

En 1996 el Centro de Análisis y Programas Sanitarios organizó un congreso, reuniendo a expertos de 53 países para hablar sobre la perspectiva de género en salud. Un congreso que tuvo mucha repercusión, porque permitió conseguir una red de investigación a escala mundial. La primera conclusión que se extrajo era que había que incorporara la perspectiva de género en las Facultades de Medicina. Esto no se ha conseguido todavía, aunque se ha conseguido una tímida aproximación. Hay países y universidades que han ido más deprisa en esta evolución y cuentan con especialidades como la Medicina de la Mujer.

La crisis sanitaria de la Covid-19 ha disparado aún más el consumo de ansiolíticos y antidepresivos. Según los datos, el 85% de los psicofármacos se administran a mujeres. ¿A qué lo podemos atribuir?

El problema es que hay un desconocimiento de las causas de los síntomas de las mujeres. Evidentemente que puede que las mujeres sufran más ansiedad, por el hecho de vivir en una sociedad androcéntrica que les dice que no valen nada, que no las deja hacer una carrera profesional y que las impulsa a hacer trabajos precarios o por el hecho que cobran diferente por hacer el mismo trabajo que un hombre. Pero esto son problemas sociales, no médicos. Si tratas un problema social con una pastilla te estás equivocando mucho. Los problemas sociales de las mujeres no se tienen que tratar con pastillas, sino cambiando sus condiciones de vida y de trabajo. Lo que se hace, sin embargo, es tratar a las mujeres con sedantes y antidepresivos. Está demostrado que en la primera consulta es mucho más frecuente dar un ansiolítico a una mujer que a un hombre. Actualmente, en España damos cinco veces más antidepresivos en mujeres que en hombres y el doble de ansiolíticos.

En términos de cuidado de los hijos y de las tareas de la casa, ¿la crisis del coronavirus ha servido para equilibrar y repartir los cuidados en casa? ¿O cree que nada ha cambiado y que el peso sigue recayendo sobre las mujeres?

En la primera ola se hizo un estudio que decía que no había cambiado nada, que la mujer se había sentido como que no tenía ni dos minutos para respirar. Actualmente no hay datos, pero mi impresión es que en algunos casos ha servido para compartir los cuidados, pero que, en general, el teletrabajo del hombre era siempre el prioritario. El hombre se cerraba en una habitación y no salía hasta la noche. La mujer compatibilizaba: trabajaba, hacía la comida, ayudaba a los hijos a hacer los deberes… tenía el mismo rol, estando todos en casa. También hay hombres que ponen la lavadora, claro, pero el eje de los cuidados aún recae en la espalda de la mujer. Hay que hacer estudios al respecto.

¿En qué medida afecta su salud que las mujeres se dediquen en gran parte a cuidar los hijos y hacer las tareas del hogar?

Sobre todo, van perdiendo la posibilidad de recuperar su carrera profesional. La mujer renuncia a tener una habitación propia, como decía Virginia Woolf, y renuncia a tener deseos. Esto la hace más ansiosa y, sobre todo, la hace renunciar a una mayor calidad de vida, a vivir en plenitud. A leer, a escuchar música… a hacer lo que le apetezca, sin estar siempre pendiente de la vida de los que le rodean. Pero no quiero hacer victimismo. La verdad es que muchas nos hemos ido ganando nuestros espacios. Pero a veces es agotador. Está claro que el trabajo de los cuidados se tendría que repartir mucho más en la sociedad, porque es un elemento que favorece el estrés físico y mental de las mujeres.

También habla en el libro de la importancia de envejecer con salud. ¿Como debería cambiar la atención a los sociosanitarios y residencias? ¿Hacia donde deberíamos ir?

Hay que cambiar el modelo totalmente. Si es posible, el envejecimiento debe ser en tu entorno personal. Si no es posible, las residencias deben ser cada vez más un lugar que no sea ‘aparcar’ a la gente como si fueran momias. Deben ser lugares donde puedas mantener una calidad de vida. Las habitaciones, por ejemplo, si es posible, deberían ser individuales, porque la gente necesita un respeto a su propia dignidad. Los poderes públicos, por su parte, deben supervisar y evitar que las residencias se conviertan en un negocio, porque algunas lo son. Una residencia no debería dar dinero, debería reinvertir estos beneficios en más personal, en una mejor atención y en pagar adecuadamente a sus trabajadores. Las residencias no son un negocio, son una inversión en calidad de vida para nuestras abuelas y abuelos.

En la parte final del libro habla de las condiciones de las mujeres para empoderarse y nacer por sí mismas.

La medicina ha tardado muchos años en visibilizar las mujeres en los estudios y aún tardará muchos más a hacer visible todo lo que es la dimensión de la salud de la mujer. Muchas ya no estaremos. Por ello, en el último capítulo del libro defiendo que hay que renacer para nosotras mismas, recuperar nuestros deseos y la voluntad de disfrutar de la vida. En cualquier circunstancia, siempre podemos encontrar pequeños espacios de libertad para volver a recuperar el placer en nuestra vida. Hay que recuperar la sensualidad y la sexualidad, que eso nos dé vitalidad. Hay mujeres que han superado circunstancias muy difíciles; debemos reflejarnos en esto y poner una mirada hacia adelante, vivir los años que nos queden con el máximo de placeres posibles. Mientras la ciencia y la medicina avanzan, en la vida cotidiana todas las mujeres deben ser protagonistas de su salud. Encontrar espacios de salud para disfrutar porque, al final, sí que tenemos algo bueno, que es la vida

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