«El fascismo no es lo contrario de la democracia, sino su evolución en tiempos de crisis». La frase es de Bertolt Brecht y, si la creemos, quizá nos sorprendamos menos de la deriva ultraderechista de los últimos tiempos que acaba de concretarse en la debacle de Suecia e Italia. Cuando el capitalismo no puede imponer sus deseos en situaciones de relativa libertad, prescinde de ella y saca a la calle a sus mamporreros más virulentos.
Si ya parecía difícil reunir fuerzas frente al capitalismo de piel de cordero, aún lo parece más cuando una proporción tan elevada de la población decide entregar a los bárbaros las llaves de la ciudad; aunque, en realidad, los bárbaros no estaban a sus puertas sino que eran los lacayos de los consejos de administración ¿Cómo mantener no ya el optimismo, pero sí al menos aquella esperanza sin optimismo de la que hablaba Terry Eagleton?
La esperanza exige imaginar un futuro, pero el futuro ha sido colonizado por el desaliento. Casi toda la literatura futurista se ha volcado hacia distopías en las que oprimidos y explotados combaten entre sí y cuya salvación depende de un héroe redentor. Por eso es estimulante un libro como Radicalizado. Cuatro distopías muy actuales, de Cory Doctorow (Capitán Swing, trad. de Miguel Temprano), que desmonta la idea de la salvación individual o de un pequeño grupo heroico tan del gusto de Hollywood, y muestra que el futuro ya está aquí y no podemos esperar para defendernos de él.
Así, en su primer relato, Pan no autorizado, las empresas de electrodomésticos han desarrollado sistemas para que solo se puedan usar sus productos (comida preparada para hornos, por ejemplo) y es delito modificar su programación para que acepten otros productos, lo que no es más que una versión tecnológica de algo que ya sucede en otro ámbito: los agricultores que compran ciertas semillas patentadas no pueden usar luego las de su propia cosecha, sino que tienen que volver a comprarlas y con ellas los plaguicidas de la misma empresa.
El tercer relato, Radicalizado, plantea la siguiente pregunta: ¿es la violencia la respuesta a un sistema de seguros de salud que condena a muerte a los asegurados no rentables, por ejemplo, decidiendo que la terapia que puede salvarles la vida no está cubierta, aunque el médico considere que sí? Esa gente que ahorra dinero a la empresa sacrificando incluso a niños, ¿merece vivir? Preguntas para las que no hace falta trasladarse al futuro: los sistemas privados de salud muestran ya hoy esa brutalidad.
Merece la pena leer estos cuatro relatos que plantean diversas formas de violencia con las que se manifiesta el capitalismo presente, y que ridiculizan las historietas que predican la resignación o fantasías liberadoras que, en lugar de atacar al sistema, pretenden alojarse en sus grietas.
Pero, obviamente, las vías de acción para transformar la realidad no pasan solo ni principalmente por incidir sobre sus representaciones. Sin la acción política, la literatura crítica se queda en reflexión impotente o consuelo. Por eso me alegra haber leído en paralelo El capitalismo o el planeta, de Fréderic Lordon (Errata Naturae, trad. de Silvia Moreno). ¿Os resumo en una sola palabra la propuesta de Lordon? Comunismo. Y, si amplío un poco más: un comunismo inteligente, práctico, integrador, descentralizador, que enarbola las banderas de todas las formas de opresión, y que por supuesto nada tiene que ver con las versiones malsanas de comunismo/socialismo/estalinismo que nos ha dado la historia.
Lo que maravilla de este ensayo es que no es una mera declaración teórica ni ética; las vías que propone son prácticas, concretas y tiene en cuenta las objeciones y los riesgos de cada una de ellas. Sus ejes: negociar con el capitalismo o esperar que se transforme por razones éticas es inútil, sobre todo ahora que su hegemonía es tal que no necesita hacer concesiones; si no derrotas al capitalismo, el capitalismo te derrota a ti, y de paso destruye el planeta. Y el segundo eje: para enfrentarse a él es imprescindible liberar a la gente de su dependencia material, esto es, implantar el salario mínimo vital y, más revolucionario y que exigirá el empleo de mucha más fuerza, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Este ensayo me da la esperanza sin optimismo que mencionaba antes, sobre todo porque las medidas que propone no están encaminadas a la austeridad y la renuncia: su objetivo es alcanzar formas de vida que combinen el trabajo útil, el placer y un lujo que no consiste en consumir sin freno sino en la belleza y la calidad de lo que consumimos. El comunismo al que aspiramos, insiste el autor, no es el de la grisura y la uniformidad, sino el de la libertad y la alegría.
Merece la pena examinar sus propuestas.
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