Con un mundo al borde de la guerra nuclear, inmensos en una crisis climática galopante y sacudidos aún por los efectos de una pandemia, el “apocalipsis” no solo es el tema de moda, sino un concepto que quizá merezca cierta reflexión. En su libro “Islas del Abandono” (Capitán Swing, 2021), la escritora escocesa Cal Flyn hace una original aproximación al asunto a partir de sus viajes a diferentes paisajes del planeta donde los humanos se han retirado tras causar un desastre ambiental.
“El mundo está corrompido”, escribe, “pero también es un mundo que sabe cómo vivir”. Con este punto de partida, y a partir de su experiencia en la zona de exclusión de Chernóbil, su visita a la estrecha zona desmilitarizada entre las dos Coreas, los restos reverdecidos de las trincheras de la Gran Guerra o una isla abandonada en las frías aguas de Escocia, Flyn se convierte en una corresponsal de la catástrofe, pero sobre todo en testigo directa de un “milagro”: la naturaleza es capaz de sobreponerse a nuestras acciones destructivas y lo hace de las formas más creativas e insospechadas.
Charlamos con ella por videoconferencia desde su casa en Escocia, donde antes de empezar la entrevista acerca el ordenador a la ventana y nos muestra las desapacibles condiciones meteorológicas que azotan el rincón del mundo en el que habita.
Pregunta: ¿Por qué nos gustan los paisajes apocalípticos? ¿Nos gusta fantasear con un mundo sin nosotros?
Respuesta: Creo que hay algo universal en el gusto por esas imágenes, algo que toca nuestras emociones. Es una característica extraña de la mente humana que una de las cosas que más le guste sea contemplar su propio fin. El peligro es que en esas fantasías nos imaginamos que nosotros sobrevivimos y estamos a salvo, y podemos empezar de nuevo, y eso es lo que retroalimenta esas narrativas.
P: De todos los lugares en los que ha estado para este libro, ¿en cuál se ha sentido más sola?
R: Creo que en mi experiencia en la isla de Swona, porque era muy extraño que sus antiguos habitantes hubieran dejado sus pertenencias intactas, ya que es muy difícil acceder allí. Era como estar en una casa encantada, lo que sumado a las “agresiones” de otras especies en la isla, hizo de ello un experiencia solitaria y aterradora.
P: ¿Sintió alguna vez que era la última habitante de un mundo que había acabado?
R: Sí, mientras exploraba los edificios, caminando por estos largos pasillos de edificios enormes. Creo que eso es lo más cercano que he estado a sentirme la protagonista de una película o una novela de catástrofes. Me ponía muy nerviosa ver una figura en la distancia e imaginar que era una persona, no podías evitar sentir miedo.
P: ¿Cree que las vacas de la isla de Swona que aprendieron a vivir sin los humanos son ahora más felices?
R: Es una cuestión interesante. Seguro que cuando estaban siendo cuidadas tenían una vida más cómoda, tenían un sitio cálido donde dormir. Es una vida muy dura para ellas estar en el campo, pero están viviendo una vida independiente y de acuerdo a sus instintos. Sin embargo, es difícil saber si son más felices.
P: Su aventura empezó en Chernóbil, y allí parece que a los animales les va mejor con la radiactividad que con los humanos. ¿Esto le hizo pensar?
R: Creo que en Chernóbil se produce una especie de equilibrio. La radiación no les beneficia, pero la ausencia de intervención sí. Y los animales que se benefician son aquellos que no vemos muy a menudo y que huyen de la presencia humana, como los lobos. No es algo universal para todas las especies, así que imagino que lo interesante desde el punto de vista ambiental es que no hay muchas zonas igual de amplias en Europa donde especies a las que no les gustan los humanos puedan vivir tranquilas. Pero no es un hecho tan claro que la naturaleza siempre se beneficie cuando no estamos.
“No es un hecho tan claro que la naturaleza siempre se beneficie cuando no estamos”
P: Su libro deja claro que más que una extinción, viviremos una adaptación. ¿Pasaremos de Homo sapiens a Homo resiliens?
R: Sí, creo que sí. La clave sobre los humanos en este momento es que gracias al uso de tecnología no tenemos que hacer muchas adaptaciones porque somos capaces de adaptar el mundo a nosotros. Pero sí, somos animales y conservamos la capacidad de evolucionar como los demás. Algunos de los casos que vemos en el libro y otros que se observan globalmente muestran que la evolución rápida es posible y necesita una serie de circunstancias extremas para producirse, pero no sabemos qué nos deparará en el futuro.
P: ¿Es ese el punto de inflexión, cuando la tecnología no sea suficiente para afrontar los cambios que hemos producido nosotros?
R: Es muy posible. Creo que ya nos estamos enfrentando cara a cara con las consecuencias de nuestros actos, que históricamente son muy recientes y en el caso de las emisiones de carbono siguen en marcha. Creo que tendremos que adaptar primero nuestro comportamiento y ojalá no tengamos que adaptarnos genéticamente [risa nerviosa].
“Creo que tendremos que adaptar primero nuestro comportamiento y ojalá no tengamos que adaptarnos genéticamente”
P: Usted ya ha conocido a personas adaptadas a estos entornos postapocalípticos, ¿ha aprendido algo de ellos?
R: Unas cuantas cosas. Una de ellas es la idea de apego al hogar, que creo que es muy poderosa en mucha gente y es lo que les mantiene en esos lugares. La gente que vive en Detroit decide quedarse porque se sienten parte de ese barrio y prefieren quedarse, incluso si hay violencia. Es algo que he visto en otros lugares, como una antigua mina de asbestos en Australia.
P: Sin embargo, este sentimiento de apego convive con la necesidad de huir, algo que muchos hemos experimentado durante la pandemia. ¿No es un poco contradictorio?
R: Completamente, creo que sentimos un impulso en las dos direcciones, y muchas veces huir es más racional. Y esas dos fuerzas conviven en nosotros todo el tiempo, van y vienen y las puedes encontrar en la población.
P: ¿Lugares como Slab City son una especie de avanzadilla del futuro de las ciudades en general? ¿Cómo imagina el futuro?
R: Creo que es Slab City, en California, es un caso extremo y es una visión de pesadilla del futuro, es casi el peor escenario posible. Son como los escombros de una civilización previa, todo se construye con neumáticos viejos, cristales rotos… A veces hacen cosas bonitas con esa basura, otras son feas, y desde luego viven en condiciones extremas que parecen postapocalípticas. Y algunas personas han elegido vivir allí.
P: ¿Qué piensa de aquellos que desean la ‘Extinción Humana’ como solución?
R: He oído sus argumentos y no creo que su punto de vista ayude, además hemos tenido una historia muy peligrosa de ecologistas llamando al control de la población o participando en la evacuación de las personas de zonas de valor ambiental, y creo que todas estas narrativas de la extinción humana se mueven muy cerca de esa línea que es profundamente inhumana. Así que no tengo ningún interés en estos argumentos, aunque puedo entender que a algunas personas piensen así.
“Las narrativas de la extinción humana se mueven muy cerca de una línea que es profundamente inhumana”
P: En cierta manera es parte de la errónea separación entre lo humano y lo “natural, ¿no? Hay gente que piensa que las plantas que crecen en un solar vacío de la ciudad no son “naturaleza”.
R: Es verdad, no tenemos suficiente respeto por las especies que son capaces de vivir junto a nosotros. Nos parece que tienen menos valor, lo que enlaza con la idea de la “pureza” de la naturaleza. Y nosotros solo somos otra de las especies que están en el planeta.
P: Dice usted que “dirigimos la Tierra como si fuera un jardín botánico gigantesco”, pero a la vez defiende que debemos dejar que ella se regenere sola.
R: No está mal pensar que si hemos roto algo debemos arreglarlo, porque tenemos una responsabilidad respecto al planeta. Sin embargo, a menudo tratamos de hacerlo de una manera muy controladora. Creo que los ecólogos están comprendiendo cada día más que a veces es mejor no reorganizar, porque esto no es como un cajón de arena, muchas veces la naturaleza actúa de formas que no podemos predecir y causamos más problemas de los que resolvemos.
P: ¿Tiene algún ejemplo donde el exceso de intervención sea un problema?
R: En el libro cito el ejemplo de los “bings” en Escocia, montañas de escombros de la minería que llevan regenerándose durante décadas. En los 80 hubo un esfuerzo para que algunos tuvieran un mejor aspectos, se plantó hierba, árboles… Pero como necesitaban fertilizantes y cuidados, cuando se hicieron estudios tiempo después se vio que las que habían tenido más intervención tenían menos biodiversidad. Ese es solo un ejemplo. Casos como estos están sucediendo todo el tiempo, cuando entramos en una ecosistema nosotros intentamos arreglarlo con unos objetivos preestablecidos, pero lo bueno de la naturaleza es que no hay planes de antemano, lo que funciona, funciona.
“El planeta se está regenerando constantemente, pero tenemos que crear las condiciones para que lo haga”
P: Supongo que conoce el proyecto “Biosphere”, el intento fracasado de reproducir los ecosistemas de la Tierra en un entorno cerrado…
R: Sí, un caso de exceso de confianza y de gran ambición. Y eso en un entorno mucho más simple de lo que es la propia Tierra. Creo que es una lección de humildad de cara a este tipo de experiencias.
“Deberíamos conservar el planeta que tenemos ahora, que es en el que vivimos y el que amamos”
P: Si las plantas y animales se adaptan a las condiciones extremas, habrá quien piense que podemos seguir contaminando, pero — como usted misma señala — no se trata de eso, ¿verdad?
R: No, claro. La forma en que yo lo veo es que tenemos esta increíble capacidad de regeneración de la naturaleza, que es maravillosa, pero hay un límite. No podemos ir más deprisa de lo que la naturaleza puede regenerar, si el daño que producimos va más rápido es imposible que se regenere. El planeta se está regenerando constantemente, pero tenemos que darle la oportunidad y crear las condiciones para que lo haga.
Estamos cambiando el planeta de forma radical y en muchos casos irreversiblemente, aunque la naturaleza sobrevivirá e incluso prosperará de alguna manera en el futuro distante, pero no será necesariamente de una forma que reconozcamos y que nos guste o podamos disfrutar. Por eso, en nuestro propio interés, deberíamos conservar el planeta que tenemos ahora, que es en el que vivimos y el que amamos.
“Todos tenemos altos y bajos, un día piensas que todo irá bien y otro que todo está fuera de control”
P: Los que cubrimos el cambio climático nos movemos en el dilema de asustar demasiado y que la gente caiga en el catastrofismo o quedarnos cortos. ¿Alguna receta para no caer en la desesperanza?
R: Es verdad que cuando la gente se siente sin esperanza, se comporta de una manera temeraria. Esto se ha visto en los refugiados por el desastre de Chernóbil, la forma en que vivieron muchos después fue peor que la propia radiación, porque descuidaron sus hábitos de vida, pensaban que no tenían ninguna esperanza. Si sientes que da igual y no importa, es terrible.
Una de las razones por las que intenté escribir un libro con esperanza es porque si lo hacemos bien tendremos resultados mejores. Y por eso escribir sobre el medio ambiente es difícil, tienes que contar la verdad y es aterradora, pero hay esperanza. En cualquier caso, hay gente que se motiva por la narrativa optimista y otras personas que necesitan un mensaje catastrofista para reaccionar. Y supongo que todos tenemos altos y bajos, un día piensas que todo irá bien y otro que todo está fuera de control.
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Para más información: “Islas del Abandono” (Capitán Swing, 2021)
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