Caitlin Doughty, influencer y directora de funeraria: «Me llama la atención que en España los muertos estén tras un cristal, ¡no son radiactivos!»

Por ABC  ·  30.10.2023

Tener miedo a la muerte es un sentimiento muy humano. Al menos, muy de humano occidental moderno, donde la cultura ha desnaturalizado el proceso del duelo. Esta es la opinión de Caitlin Doughty, directora de funeraria, influencer y escritora estadounidense, autora del libro ‘¿El gato se comerá mis ojos? Y otras preguntas sobre cadáveres‘ (Capitán Swing) donde da respuesta, en clave de humor y para todos los públicos -incluido el infantil- a algunas de las cuestiones que le plantean en su día a día, desde qué le ocurre a un cuerpo en el espacio a qué pasa si alguien fallece durante un vuelo de avión. Doughty, quien también es fundadora del colectivo para la reforma funeraria The Order of the Good Death, que dio origen al movimiento ‘death positive’, desde hace años trabaja para legalizar el compostaje humano y la acuamación o hidrólisis alcalina (cremación con agua en lugar de fuego).

-¿Por qué un libro sobre la muerte para niños?

-Porque están realmente interesados en la muerte. Y, además, no la temen tanto como los adultos. Tenemos una oportunidad cuando un niño es pequeño para ayudarlo a crecer sin este temor opresivo que tenemos la mayoría de nosotros. La mejor manera es, simplemente, ser honesto con los hechos y enseñarles que la muerte es ciencia, arte, comunidad… todo tipo de cosas diferentes. Y eso es lo que hace que la vida sea valiosa e interesante. Porque el hecho de que muramos es la razón por la que disfrutamos vivir. Será mejor si lo aprendemos pronto, enseñando a los niños a que está bien tener preguntas difíciles. Esto contribuye a que seamos mejores ciudadanos y mejores adultos.

-Es cierto que hablar sobre la muerte es una especie de tabú, que la gente muestra reservas hacia el tema.

-Sí, pero la pregunta es ¿cómo llegaste a ser un adulto que tiene miedo a la muerte y siente que no debería hablar sobre ello? ¿De dónde viene ese sentimiento? ¿Quizás de cuando eras niño? La respuesta es sí. Porque es algo que se aprende. Hay otras culturas en las que se habla de la muerte de forma muy abierta y honesta, o incluso en las que el cadáver del abuelo se preserva y se mantiene en la casa durante años después. Porque hay muchas maneras diferentes de entender la muerte. Otra pregunta es si tener miedo nos ayuda en nuestra vida diaria. Si la respuesta es sí, entonces no necesitas cambiar tu relación con ella. Pero si algunos de estos temores no me están ayudando o incluso me están frenando, entonces tal vez debo preguntarme por qué.

-¿Se autocensuró en alguna parte del libro?

-No. Bueno, no usé palabras malsonantes o cosas violentas y aterradoras. La mayor parte de lo que hay en el libro es historia o ciencia, cosas que realmente ocurren. Obviamente, si eres padre puedes decidir que este libro no es apropiado para tu hijo, esa es tu decisión. Pero, desde que lo publiqué hace un par de años, no he recibido mensajes de padres cabreados conmigo o de que algún comentario no fuera aceptable; la mayoría me han dicho que este libro es un buen punto de partida para hablar con los niños sobre estas cosas. Creo que si puedes tener conversaciones difíciles con tus hijos sobre la muerte, puedes tener conversaciones difíciles sobre casi cualquier cosa.

-Es cierto que el libro toca muchos palos: física, medicina, química… incluso temas espaciales. ¿Cómo se ha documentado?

-Fue interesante poder hacer el libro pregunta por pregunta. Es intimidante escribir un libro completo sobre un tema en el que hay que investigar tanto, pero la forma de capítulos cortos me permitió entrar en estas ‘mini investigaciones’ sobre un asunto en particular. Podía buscar artículos científicos y revisarlos, enviar correos electrónicos a expertos e incluso a mis colegas. Estaba una semana totalmente metida en esa pregunta, la terminaba y continuaba, lo cual es una forma menos estresante de trabajar.

-¿Desde cuándo le interesó la muerte?

-A los ocho años vi caer a un niño desde un balcón de un centro comercial. Fue aterrador. Y eso me enseñó que la muerte era posible y que podría ocurrir en cualquier momento. Le podía pasar a mis padres, a mis abuelos, a mis amigos. A mi perro. Así que empecé a temer mucho a la muerte. Entonces habría deseado tener gente a mi alrededor que me animara a compartir todas estas emociones en un diálogo abierto. Por eso este libro intenta ser esa persona que yo necesité en ese momento, ahora para otras personas. A medida que crecía, el miedo se convirtió en interés. Y con 23 años conseguí mi primer trabajo en un crematorio. Desde entonces siempre he trabajado en funerales y alrededor de la muerte.

-¿No podía hablar con su familia abiertamente de este tema?

-No, al contrario. Mi padre luchó en Vietnam. Y creo que mis padres pensaron que era sano no hablar de la muerte. Que era mejor no tocar temas difíciles. Pero no se puede aparcar el tema y dejar que simplemente desaparezca, porque la muerte es el fin para todos y cada uno de nosotros. Es como un quiste enorme en el brazo: no puedes ignorarlo y hacer como si no estuviera ahí, porque sí que está.

-Y fue un poco más allá y no solo fundó su propia funeraria, sino que también creó la Orden de la Buena Muerte, una agrupación que aboga por naturalizar la muerte.

-Todo empezó porque éramos un grupo de personas que queríamos trabajar para la reforma de la industria funeraria. Comenzó como un colectivo, pero ahora somos un grupo de presión, un lobby que trabaja para tratar de hacer más transparente el proceso; que se legalice el compostaje humano, para que el cuerpo pueda regresar a la tierra; o en defender la acuamación, que es tipo de cremación con agua que disuelve en cuerpo. Ambos métodos son mucho más respetuosos con el medio ambiente que la cremación tradicional.

-Como profesional de los funerales. ¿Qué parte es la que más le llama la atención?

-Me gusta cuando las familias se involucran. Cuando eligen que van a peinar a su madre ellos mismos o cuando quieren ayudar a cavar la tumba de su papá.

-Eso es algo que en España no ocurre…

-—Lo sé. Pasé tiempo allí para mi último libro. Fue interesante porque pensé que sería más común que la gente estuviese más cerca de sus muertos; sin embargo, fui a algunas funerarias y tenían el cuerpo detrás de un cristal. Entonces pensé: «¿por qué hacen esto? ¡el cuerpo no es radiactivo!». Además, la familia solo puede acercarse al cuerpo muy poco tiempo, apenas unos minutos. Creo que todo esto es por el desarrollo de la cultura occidental. Debemos regresar a una época en la que estábamos mucho más involucrados físicamente en el cuidado de nuestros muertos, y no solo dejarlo a los profesionales. Por eso mi parte favorita es cuando la familia cuida de sus propios muertos.

-¿Le piden muchas familias participar en el proceso?

-Sí. Creo que es algo muy natural querer hacerlo. Yo siempre le digo a la gente que no es un cadáver cualquiera. Es tu madre. Tu marido. Alguien a quien amaste mucho en tu vida. Y es normal que quieras pasar más tiempo con ellos.

-¿Tiene alguna historia que le haya marcado más que el resto?

-Hay muchísimas. Por ejemplo, hablando de la participación de las familias. Una chica murió con 13 años. Puedes imaginar que fue muy, muy triste. La recogimos en el hospital y la llevamos a su casa. Yo estaba preocupada por dejarla allí y les pregunté varias veces si necesitaban algo o podía ayudarles. Si estaban seguros de su decisión. Al final, el padre me contestó: «Está todo controlado. Es nuestra hija. Te avisaremos si te necesitamos». De una forma muy correcta me dijo que yo era alguien a quien no conocían. Una profesional, sí; pero aquella era su hija, a la que cuidaron cuando estuvo enferma. Y ellos habían decidido que debía pasar sus últimos momentos allí, en su casa. Que no era necesario que estuviera en un refrigerador en mi funeraria.

-Imagino que será complicado separar estas historias personales del trabajo…

-Soy una profesional y doy un servicio. No soy terapeuta y no necesitan que me involucre emocionalmente. Yo me emociono mucho, pero ellos no necesitan que su tristeza pase a aquella persona que no conocen. Solo quieren que esté ahí, haciendo lo que sé, y ayudándoles en lo que pueda. Eso es lo que hace un buen director de funeraria.

-¿En qué punto piensa que nos desligamos de la muerte?

-A principios del siglo XX, cuando se profesionalizó el proceso. Creo que a partir de la Primera Guerra Mundial. Ahí se intensificó. Antes, las personas morían en su casa y su familia cuidaba del cuerpo, lo montaban en una calesa y lo enterraban. Lo hacían todo. Ahora pasamos a estar cerca de él cinco minutos. Ese es un gran cambio. No es de extrañar que nuestra relación con la muerte sea extraña.

-¿Y cómo se siente sobre su propia muerte?

-Todavía estoy trabajando en ello. No creo que sea tan simple como hablar mucho del tema y no tener miedo a la muerte. Además, pienso que siempre tienes que revisar tu relación con la muerte, que cambia según la situación: si te enamoras, si pierdes tu trabajo, si tu madre muere… Tu relación con ella cambia completamente cuando tienes un hijo. Porque aunque hagas un gran trabajo, dentro de cinco años aún habrá trabajo que hacer. Sentirse cómodo con la muerte es un proceso continuo.

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