Cuando tenía ocho años, Caitlin Doughty vio a un niño caer de un segundo piso y estamparse contra el suelo. Se fue corriendo, muy impresionada. Nunca supo si aquel niño murió o salió malherido, pero la idea de la muerte comenzó a rondarle y nunca la ha abandonado. Ahora dirige una funeraria en Los Ángeles donde aboga por la transparencia en los precios, defiende la necesidad de rituales, el trato humano a las familias, que pueden pasar el tiempo deseado con el cadáver de sus seres queridos, y las formas naturales y sostenibles de terminar con nuestro residuo físico. Por ejemplo, haciendo compost con nuestros cuerpos para volver a formar parte del ciclo de la naturaleza. Posturas que también defiende la Orden de la Buena Muerte, de la que forma parte.
Vive de la muerte y con la muerte. No se lleva mal con ella. También se dedica a divulgarla. En su libro De aquí a la eternidad. Una vuelta al mundo en busca de la buena muerte, publicado por Capitán Swing en 2018, exploraba las diferencias culturales en el trato con nuestra finitud. Ahora aparece ¿El gato se comerá mis ojos? Y otras preguntas sobre cadáveres, en la misma editorial, donde recoge y responde las preguntas sobre la muerte que le hacen los niños.
Pregunta. ¿Están interesados los niños en la muerte?
Respuesta. Sí, están muy interesados, pero no les permitimos preguntar, como si fuera una cosa de mayores. Eso colabora a que crezcan con miedo a la muerte. En el instituto me di cuenta de que el miedo era simplemente interés disfrazado. Estamos tremendamente interesados en las cosas que nos producen los miedos más profundos.
P. Usted le echa mucho humor a la cosa.
R. Estamos en este enorme planeta y no sabemos por qué. Hay teorías, pero no lo entendemos. Somos pequeños animales que al final mueren y se descomponen. Es horroroso, pero, al mismo tiempo, si lo piensas, también bastante gracioso.
Los niños, en su candor infantil, le han preguntado muchas cosas, y muy raras. Por ejemplo, si podrán quedarse con el cráneo de sus padres cuando mueran. Por qué, si comemos pollos muertos, no comemos personas muertas. A qué huelen los cadáveres. Si el pelo sigue creciendo después. Si hay riesgo de que, estando en coma, seas enterrado vivo por error. O si es posible despedir a la abuela como en un funeral vikingo. Ya saben, el cuerpo en una barca al crepúsculo, la parábola de una flecha en llamas que alcanza la barca y la incendia. Es hermoso. Pero Doughty desmonta el mito: es prácticamente imposible, por mucho que lo hayamos visto en las películas, incendiar una barca con un cadáver dentro.
P. ¿Es raro pensar demasiado en la muerte?
R. Lo raro es no hacerlo. Hay gente, especialmente hombres, que se pavonean: “A mí no me preocupa la muerte”. Entonces ahí hay un problema.
P. ¿Por qué?
R. La muerte es la gran condición del ser humano. No es un hobby personal, es algo que no atañe a todos. Con la pandemia y el cambio climático, con lo que pasa en Gaza o en Ucrania, estamos constantemente expuestos a nuestra propia mortalidad. Pero preferimos no hablar de ella. Y no estamos preparando a nuestros hijos para vivir en este mundo.
En su funeraria, Doughty está en constante en contacto con este gran asunto. Además, abordado de muchas maneras: ve pasar por allí a los que fueron estrellas de Hollywood, científicos espaciales, personas sin hogar. Gente de variadas etnias y culturas. De cualquier estrato socioeconómico. Aprende mucho. Piensa que desde que se “profesionalizó” la muerte se deja poco tiempo para despedirse, que es importante pasar tiempo con el cadáver, el que sea necesario, sin las prisas habituales. Eso permite encajar el golpe con cierta naturalidad. No hay prisa, al fin y al cabo la persona seguirá muerta mañana, pasado, y al otro….
P. Está en contra de ciertos artificios con los cadáveres.
R. Sí.Muchas veces el cuerpo está demasiado maquillado, o lleno de químicos, de una forma muy artificial. Es tu abuela, sí, pero casi no lo parece.
P. Entonces, nuestra relación con la muerte debería ser más estrecha.
R. Imagínate que tienes un amigo de la universidad al que solo llamas cada diez años. La relación se debilita. Pero tienes otro amigo al que ves todas las semanas, tu relación con él es más fuerte. Así deberíamos de tratar con la muerte. Nuestra amistad sería mejor.
En su anterior libro recopiló costumbres de culturas que son más amigas de la muerte que la occidental. Por supuesto, la de México, donde es conocida la afición al colorido Día de Muertos. Pero también la de alguna zona rural de Indonesia, donde vio cómo el cuerpo del abuelo, momificado y vestido, pasaba varios años en la casa familiar. O Tokio, donde presenció la ceremonia de kotsuage, en la que los familiares extraen huesos de las cenizas del finado con ayuda de unos palillos. O La Paz, donde conoce las llamadas ñatitas bolivianas, esos cráneos humanos a los que, cada 8 de noviembre, se le colocan cigarrillos, de una manera entre cómica y macabra, y que otorgan deseos al que los venera.
P. ¿A usted cómo le gustaría morirse?
R. Lo primero, plácidamente. Que venga la gente, cuente historias, hable, llore. Que no haya sustancias químicas, que me metan en un agujero y mi cuerpo se descomponga.
Esa es otra de las posturas de Doughty: llegar a otro tipo de inmortalidad, no la que sugieren las religiones, cuyo repliegue nos deja “flotando en un espacio vacío”, sino la relacionada con la naturaleza. Saber que tus átomos y moléculas pasaran a formar parte del suelo y del ciclo de la vida.
P. Quiere usted ser parte de un árbol, por ejemplo.
R. Para mí eso está lleno de significado. No comparto el sentimiento religioso, pero tampoco me gusta el nihilismo de pensar que tras la muerte nada importa. Porque sí importa.
Por cierto, en respuesta a la pregunta del título de su último libro sobre si el gato se acabará comiendo mis ojos: la respuesta es no… al menos al principio. Pero si el dulce minino está encerrado con mi cadáver y empieza a tener hambre, acabará comiendo partes blandas y expuestas, como la boca o la nariz. En ese caso, puede que le propine algún mordisco a los globos oculares.
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