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Borderlands/La Frontera, de Gloria Anzaldúa

Por Altaïr  ·  12.05.2016

En la entrevista que Karin Ikas le hizo a Gloria Anzaldúa en 2001 (tres años antes de la muerte de la escritora) y que se incluye como coda en el volumen de Borderlands que edita ahora Capitán Swing, la chicana dice que en sus escritos se refiere a un nos-otras, así, con guión, porque todo intercambio funciona siempre de dos direcciones. Nos, We, sería el colonizador, y otras el grupo colonizado. Serrar la palabra es necesario porque todas las divisiones sociales están desde hace tiempo diluidas, pero no por ello deja de haber un nexo común, una identidad compartida a la que ella apela directamente en este libro: la Nueva Mestiza.

El público de Borderlands/La Frontera es híbrido y mutante como también lo es su fondo y su forma. Como esos comecocos de papel con los que juegan en las escuelas los más pequeños, este volumen puede devolverte múltiples respuestas según las preguntas que tú le hagas y la zona del libreto en la que te interese detenerte. Esta obra de referencia la literatura pos-colonial de finales de los 80 abre sus primeros capítulos en prosa describiendo la historia de una conquista estadounidense de diversos territorios indígenas, sin borrar su notable rabia ni edulcorando el grado de responsabilidad de los propios nativos en este proceso; también narrando la destrucción ideológica de la comunidad chicana por parte de los españoles y su religión católica, que vistieron a la diosa Coatlicue como Guadalupe, copia local de la Virgen María cristiana, y amasaron el resto de cultura náhuatl para que desprendiese valores blancos y heteropatriarcales, cosa que, como esta feminista no se olvida de decir, ya llevaban tiempo implantando diversos dirigentes dentro de su propia cultura.

Estos dos puntos, la apropiación territorial y la imposición cultural, son según dice ella, los más predicados en las aulas gringas, a las que esta autora hispana llegó como teórica a la que estudiar no sin pocas dificultades. Borderlands/La Frontera describe sin embargo una realidad mucho más amplia, que ocupa ideas como la lucha obrera, el feminismo, la crítica chicana y la reivindicación queer. Lo hace en un texto-invocación que mezcla poesía, ensayo, diario activista y exploración espiritual; y con tantas lenguas y dialectos como la propia Anzaldúa domina, a saber: español, inglés, náhuatl, mexicano norteño, tex-mex, chicano y pachuco.

Es comprensible, como se lamenta Anzaldúa, que no se haya profundizado en otras partes del libro, tal vez más incómodas, desde las instituciones. Las que desafían el orden masculino son buen ejemplo, pero también las que abordan la dimensión chamánica del asunto, las que defienden que la rígida metodología del discurso funcional y descriptivo a la europea no es capaz de explicar la problemática de la mestiza identidad chicana, emociones incluidas, que ella analiza en toda su dimensión. Lo cuenta Carmen Valle, traductora al castellano de este libro, en una nota introductoria: «¿Cómo se traduce un libro escrito sobre todo en inglés, con amplios fragmentos o palabras y frases intercaladas en español y con términos en náhuatl? (…) ¿Qué hacer con un texto lleno de bodoques, calados, cenefas, fruncidos y volantes?». Valle sale del paso con astucia y ánimo despatriacalizador, manteniendo en la traducción ese aliento híbrido y dejándonos en muchos casos con la sensación de estar escuchando a cualquier persona chicana de la zona, donde frases como «jijo’ela chingada we struggled man, piel a piel me escupieron en la cara» desafían la mente pero precisan en su tiro lingüístico.

«Indígena como el maíz, como él, la mestiza es el producto de la hibridación, diseñada para sobrevivir en condiciones variadas. Como una mazorca de maíz – un órgano femenino portador de semillas –, la mestiza es tenaz, envuelta bien apretada en las cáscaras de su cultura. Como los granos, se aferra a la mazorca; con los gruesos tallos y las fuertes raíces de anclaje, se aferra a la tierra – sobrevivirá a la encrucijada–.»

Como recuerda esta académica, mujer de raíces mexicanas de séptima generación, es su uso del code switching de Borderlands lo que atrajo a las mismas chicanas jóvenes, que vieron por primera vez en un texto que contaba con el beneplácito de la academia a un referente latino y femenino que usaba sus mismos registros. Se escribe sobre y con la Llorona, el cash, las serpientes y los greasers, así como permitiéndoles dar rienda suelta a sus contradictorias identidades, esas a las que desde cada vertiente se les achacaba no esforzarse más por mantener sus costumbres íntegras, por no renunciar en cada foro a ciertas partes de sí mismas. «Es difícil distinguir entre lo heredado, lo adquirido y lo impuesto», dice la chicana que rompió la idea del binarismo cultural desde todos sus frentes. «Es un estado de nepantlismo mental, una palabra azteca que significa “desgarrada entre opciones”».

Y esa es la misión de Anzaldúa, glosar los atropellos que han sufrido y sufren las mestizas de ambos lados de la frontera, pero también de orientar esa nueva conciencia, de mostrarle a las suyas con orgullo las raíces étnicas que la cultura blanca les ha hecho olvidar. De que ser conscientes de la pluralidad de sus subjetividades permite ese estado de resistencia que necesitan especialmente ellas, aún hoy las más repudiadas del sistema (del mexicano o el estadounidense, cualquiera de ellos). «Lo que yo quiero es una rendición de cuentas con las tres culturas (la blanca, la mejicana y la indígena). Quiero la libertad para tallar y esculpir mi propia cara, restañar la hemorragia con mis cenizas, fabricarme mis propios dioses con mis entrañas». Los poemas de la autora, que se revelan como cuchillas que rajan de tanto en cuanto los muros de prosa del ensayo, hablan con agencia de espalderos, violadas e hijos de la chingada, pero dos de ellos, los últimos y los más optimistas, van dedicados a su hermana, Missy Anzaldúa. Un fragmento dice así:

«Sí, se me hace que en unos cuantos años o siglos
La Raza se levantará, lengua intacta
Cargando lo mejor de todas las culturas.
Esa víbora dormida, la rebeldía saltará.
Como cuero viejo caerá la esclavitud
De obedecer, de callar, de aceptar.
Como víbora relampagueando nos moveremos, mujercita.
¡Ya verás!»

Autora del artículo: Esther Miguel Trula

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