Este canadiense, experto en urbanismo, propone cocer a fuego medio un nuevo tipo de metrópolis, que vela por la salud de sus habitantes.
“La felicidad es una emoción subjetiva” y, sin embargo, eso no le impide al urbanista Charles Montgomery (Vancouver, 1968) ofrecer una definición clara de lo que es una ciudad feliz –porque sí, las urbes pueden serlo–. “Es aquella que nutre y cuida de la salud de los ciudadanos”, cuenta a ENCLAVE ODS, a quien recibe, pantalla y siete horas de diferencia mediante, desde su Canadá natal.
Montgomery complementa su definición, que viene a resumir el espíritu de su libro Ciudad feliz (Capitán Swing, 2023), con un “pero no solo de algunos ciudadanos, sino de todos”. Por tanto, remata: “Una ciudad feliz es, por definición, inclusiva; pero es que además nutre el bienestar de la ciudadanía actual sin perjudicar el de las generaciones futuras”.
Su tratado sobre cómo transformar la vida a través del diseño urbano aterriza ahora en España, pero lleva desde 2013 dando vueltas por todo el planeta –especialmente por el mundo anglosajón–. Años de estudios e investigaciones le llevan a asegurar que no hay “ninguna ganadora” del “concurso de las ciudades más felices del planeta”. Sin embargo, matiza, “hay iniciativas en todas partes”.
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Ejemplos prácticos de urbanismo ‘feliz’
Si la base de una ciudad feliz es “nutrir el bienestar de la gente”, Montgomery tiene claro cinco lugares que llevan haciendo precisamente eso desde hace tiempo. “Podemos mirar hacia París para ver cómo las calles han sido reclamadas para los peatones o cómo pronto habrá zonas de baño en el Sena”, asegura.
Y también invita a que observemos Copenhague. Allí, cuenta, “más de la mitad de la población va en bici al trabajo”. Y argumenta: “No es porque sean daneses, sino porque se han construido infraestructuras ciclistas robustas”.
Otro lugar sobre el que pone el foco es Viena. En la capital austriaca, explica, “en los últimos 80 años, se ha venido construyendo vivienda social asequible para resolver la crisis de vivienda que sufrían”.
Ilustración de la portada de ‘Ciudad feliz’ de Charles Montgomery. Cedida Capitán Swing
Su Vancouver natal no podía faltar en esta lista. Porque, dice, “le ha dado a todo el mundo acceso a espacios naturales y zonas costeras salvajes”. Es, asegura, un ejemplo de renaturalización.
Aunque, admite, la lista “podría seguir durante horas”, porque “hay un poco de ciudad feliz en cada urbe”, la termina con un ejemplo patrio: la ciudad condal. “En todo el mundo, los urbanistas soñamos con una ciudad dividida en supermanzanas, con zonas y plazas peatonalizadas, como Barcelona”, confiesa. Y lamenta: “Nos sorprende que en España sea algo tan polémico, porque es el sueño de cualquier urbanista”.
Pareciera que las ciudades felices tienen mucho de esas urbes de 15 minutos, como París o Barcelona.
Si somos específicos, el concepto de la ciudad de 15 minutos de Carlos Moreno habla de barrios en los que puedes encontrar todo lo que necesitas a un cuarto de hora andando o en bici. Es una idea muy útil, pero yo lo que quiero son ciudades de 8 minutos; no quiero pasarme 15 caminando para ir a hacer la compra.
Con una calidad media de urbanismo que no sea realmente bonito, cómodo y sencillo de caminar, la mayoría de la gente no va a andar más de 8 minutos para hacer recados y compras diarias. ¡Yo no lo haría!
Vamos, que la idea de París se le queda corta.
Me encanta el concepto, pero personalmente, quiero ciudades de 8 minutos; y vivir en un barrio de 8 minutos me ha cambiado la vida.
¿En qué sentido?
Todo es más sencillo, más divertido, más sociable, hay más libertad… Pero creo que todo eso está también en el núcleo de las ciudades de los 15 minutos, que van de libertad. Y es algo que algo a lo que los detractores conspiranoicos deberían prestar atención; durante 80 años hemos hecho una especie de ingeniería social que consistía en darle la mayor parte de los espacios de las ciudades a una única tecnología: el automóvil privado. Así que es maravilloso que las ciudades estén, por fin, replanteándose de una manera más equilibrada y segura para que la gente pueda moverse de diferentes maneras.
¿Cómo puede el diseño y la planificación urbanística impulsar (o destruir) la felicidad de la gente, su bienestar?
Es sencillo: el ingrediente más poderoso para la felicidad humana son las relaciones sociales. Las personas que tienen relaciones robustas y positivas, y se mantienen en contacto con otra gente, gozan de mejor salud. Tienen más probabilidades de recuperarse de una enfermedad grave y viven unos 15 años más, de media, que aquellas que están desconectadas del mundo. Y nuestras ciudades tienen una gran influencia en nuestras relaciones, interceden en ellas.
¿Cómo lo hacen?
De dos formas. La primera, ofreciéndonos espacios verdes, seguros, de calidad… lugares públicos hermosos en los que encontrarnos con la gente en nuestros propios barrios. En otras palabras, las ciudades pueden convertir los espacios públicos en salones de casa.
Decía que había dos formas en que las urbes mediaban en nuestras relaciones sociales.
La segunda es a través de la distancia. Cuando nuestras ciudades están muy dispersadas y dependemos del coche para todo, nuestras relaciones con desconocidos se degradan. Los conductores denuncian más comportamientos incívicos y groseros en sus desplazamientos al trabajo que la gente que va caminando, en bici o en transporte público. Pero es que es el tiempo que tardamos en ir y volver del trabajo, recorriendo grandes distancias, el que nos roba la vida social.
Y precisamente por eso la dispersión urbanística masiva que hubo en España en los 2000 no fue solo un desastre financiero. También fue un desastre social, porque empezasteis a diseñar ciudades al estilo americano y metisteis el aislamiento social en la vida de la gente.
Que necesitamos rediseñar y repensar nuestras ciudades es un hecho; el cambio climático nos está obligando a hacerlo. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Es tan complejo como parece?
Me gustaría reiterar que nuestras ciudades, nuestras calles, nuestros espacios públicos, cambian la manera en que nos sentimos, en que nos movemos, en que tratamos a otras personas. Cuando escuchamos nuestros valores fundamentales, cuando pensamos en lo que es más importante para nosotros, y rediseñamos nuestras ciudades usando esos valores junto a los aprendizajes de la ciencia, del urbanismo y de la felicidad, podemos realmente generar lugares más sanos, más felices y más inclusivos. Y hay ejemplos de estas transformaciones en todo el planeta, que se han realizado rápidamente.
¿Por ejemplo?
El más reciente es lo que ocurrió en cientos de ciudades durante la pandemia de la Covid-19, cuando ciertos líderes se dieron cuenta de que nos enfrentábamos a una emergencia de salud pública y rápidamente convirtieron el espacio para automóviles en zonas exteriores seguras destinadas a socializar. Las ciudades más inteligentes del mundo, como Milán, París o Montreal, las han mantenido y adoptado de manera permanente.
¿Fueron bien acogidas esas transformaciones?
Montreal es un gran ejemplo porque muestra un fenómeno que ha pasado una y otra vez. Antes de que reconvirtamos las calles en lugares enfocados a los peatones, los ciclistas, el transporte activo y las zonas sociales, la gente tiene miedo. Los negocios se oponen siempre a estos cambios. Pero una vez que se produce ese cambio, prácticamente todo el mundo está a favor, nadie quiere volver a lo anterior, ni siquiera los negocios.
Empresas que en Montreal y Vancouver se oponían a los carriles bici, ahora piden más. Porque se han dado cuenta de que los coches no van de compras, pero la gente sí. Y los negocios prosperan cuando se crean zonas sociales a su alrededor.
Habla de dos ciudades de Canadá, ¿en Europa destacaría alguna?
Una vez más, se puede ver el ejemplo (irónico) de Barcelona. No creo que haya que imitar lo que ha sucedido en la Rambla, pero sí demuestra que se puede crear un espacio precioso, seguro y peatonal para atraer a la gente. El problema ahora es que Barcelona ha atraído a demasiada gente.
¿Cuál sería su top 5 de las ciudades más felices del mundo?
¡Qué complicado!
También podría ser el top 3.
¡Si el problema es que no faltan nombres! En realidad, dudo porque en los últimos cinco años todo ha cambiado. La manera en que calculamos el bienestar urbano ha cambiado porque la mayoría de las ciudades más bonitas del mundo ahora mismo no son asequibles. Las urbes más habitables son, precisamente, las que están expulsando a la gente que trabaja en ellas.
Entra aquí un problema compartido en todo el globo: la vivienda. Entiendo que una ciudad no puede ser feliz si el alojamiento no es asequible.
Exacto. Teniendo en cuenta la inclusión y la asequibilidad, de pronto ciudades preciosas como Vancouver, Barcelona, Londres o Copenhague empiezan a suspender el examen de la felicidad. Y me avergüenza decir esto, pero mis amigos más jóvenes están yéndose de Vancouver; los médicos han dejado de mudarse aquí porque no se lo pueden permitir. Aunque el problema en Norteamérica es ligeramente diferente al europeo…
¿En qué se diferencian?
En Norteamérica, el problema es que utilizamos una zonificación de muy baja densidad en el centro urbano. Así que en Vancouver, por ejemplo, no puedes construir edificios de apartamentos en el 80% de la tierra; solo puedes levantar casas independientes. Por tanto, hay una increíble demanda en vecindarios con ya bastante densidad de población. En el caso europeo, la solución no es parar de embellecer los centros urbanos, sino arreglar las zonas suburbanas.
¿Cómo se conseguiría eso?
Un ejemplo serían las comunidades experimentales de Alemania o Países Bajos. Estoy pensando en Vauban, en Friburgo, Alemania. Es un lugar en el que la gente puede coger el tranvía al centro de la ciudad para ir a trabajar sin ningún problema. El vecindario tiene restricciones para automóviles y es lento: hay un límite de velocidad de 5 kilómetros por hora. Si quieres aparcar, no puedes hacerlo frente a tu casa, sino en un garaje en el límite del barrio. Es un lugar en el que los niños de 4 años van al cole solos todas las mañanas.
Así que el mayor reto para las ciudades europeas es construir zonas suburbanas mejores y mejor conectadas, porque los centros de las ciudades siempre van a tener mucha demanda. Pero, además, necesitan inyecciones masivas de vivienda pública asequible.
Usted es muy crítico con este tema y, además, suele poner el foco en los alquileres de vacaciones.
No solo eso: vamos a ponernos serios con el Airbnb, vamos a dejar de bailar en los márgenes del problema. Las mejores ciudades del mundo están prohibiendo o limitando Airbnb. En Santa Bárbara (California, EEUU), por ejemplo, es ilegal alquilar tu casa entera en esta plataforma. Puedes alquilar una habitación dentro de tu casa, pero no el lugar completo. Y creo que es el futuro de cualquier ciudad a la que le importen sus ciudadanos.
¿Esto es compatible con las urbes que viven del turismo?
Las ciudades tienen que empezar a pensar para quién son. Es así de simple. El turismo es solo uno de sus motores económicos. Había turismo antes de Airbnb y lo seguirá habiendo después. Pero si no ofreces alojamiento para tus propios residentes, para tu gente, ¿qué sentido tiene tu ciudad como maquinaria económica?
Horneando una ciudad feliz
Montgomery habla de ese concepto de ciudad feliz como si de un bizcocho se tratase. Por eso, va haciendo la lista de sus ingredientes.
Libertad, seguridad y facilidad en la movilidad. Esto, explica, “significa que tus calzadas estarán destinadas a autobuses de línea, autobuses rápidos, tranvías, peatones y zonas ciclistas. Así el sistema será justo”. Pone como ejemplo una zona de Ciudad de México, que ha transformado sus calles gracias a un sistema de autobuses rápidos “para que la gente pobre pueda cruzar la ciudad tan rápido como la rica”.
Naturaleza. “Es genial para los neoyorquinos tener Central Park, pero la mayoría de ellos no van de manera regular. Tenemos que entretejer la naturaleza en cada esquina de cada calle. Todos los barrios deberían tener varios parques y plazas verdes y llenas de naturaleza”, asegura.
Vivienda inclusiva y asequible. En realidad, dice el urbanista, “no es más que una mezcla de bloques de apartamentos en alquiler y viviendas públicas para que se conviertan en cooperativas, en edificios de co-housing, etc.”.
“La mezcla en sí”. Siguiendo la analogía de la repostería, Montgomery lo explica: “El mejor muffin es el que mezcla cereales con bayas, chocolate y avena. Pues lo mismo ocurre con los vecindarios: el mejor será el que mezcle vivienda asequible, naturaleza, lugares de trabajo, escuelas, tiendas, parques, movilidad…”.
Servicios para todos. Montgomery lo explica con un ejemplo: “El nuevo alcalde de Bogotá ha creado una red de centros de atención comunitarios centrados en las necesidades de las mujeres, que son la mitad de la población y conforman la casi totalidad del trabajo no remunerado de la sociedad. Están exhaustas. Y para aliviarlo, estos centros ofrecen servicios de guardería, clases de fitness, zonas para descansar y relajarse de manera segura…”. Ejemplifica, dice, cómo “nuestras ciudades se pueden convertir en máquinas para la equidad social”.
Trabajo. No hay ciudad feliz sin él. “Cada barrio mejora cuando tiene oficinas y lugares de trabajo por todo el vecindario para que la gente pueda ir caminando, especialmente ahora en esta era pospandemia en la que tantas personas están abandonando las oficinas y trabajando desde casa”, explica.
Y añade: “Cuantos más espacios laborales haya cerca de las casas de la gente, más fácil será la vida de los individuos, de las familias y de los niños. Es una forma de impulsar las relaciones sociales y evitar el engorro de hacer largos viajes hasta el trabajo”.
Hay quien podría decir que todo esto suena caro.
Es gracioso, porque esta ciudad feliz que hemos horneado es muchísimo más barata a largo plazo. Muchísimo más. Por ejemplo, las infraestructuras para peatones y bicicletas requieren un mantenimiento más barato que las de automóviles. Cuando construimos ciudades con barrios densos y con usos mixtos, en Norteamérica las urbes podrían recaudar dos o tres veces más impuestos por acre –nuestros sistemas son diferentes– que en un sistema más disperso, que es más común.
Hace mucho hincapié en Norteamérica.
Es importante mencionar Norteamérica, porque cada vez que desde Europa nos miráis y pensáis que deberíais seguir nuestro ejemplo, os equivocáis. Si lo hacéis, sufriréis. En Norteamérica, tenemos cientos de comunidades que están en bancarrota, porque construyeron intentando abarcar demasiado espacio y no pueden permitirse mantener esa infraestructura.
Así que un barrio de uso mixto, denso, verde y caminable es la manera más eficiente y responsable de construir una ciudad, porque la inversión necesaria para su mantenimiento a largo plazo es menor.
[Ciudades sostenibles e inclusivas, o cómo transformar los “motores económicos” del mundo]
¿Y si todas estas transformaciones no se dan?
Si no conseguimos construir este tipo de lugares, si seguimos forzando o atrayendo a la gente hacia zonas del extrarradio, dispersas, incluso rurales, pagaremos un alto precio en forma de un incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero y el cambio climático. Tenemos que darnos cuenta de que la ciudad feliz, verde, baja en carbono y equitativa es solo una ciudad, no varias.
Volvamos a esa pregunta que aún no me ha contestado: su top 3 de las ciudades más felices del mundo.
Depende de en qué nos fijemos. Pero aquí va: El mejor barrio periférico es Vauban en Friburgo (Alemania). La mejor ciudad para moverse es Copenhague (Dinamarca). Y mi ciudad favorita, donde está mi corazón, es Ciudad de México, porque aunque es su contaminación y sus desigualdades son tremendas, sus barrios centrales han conseguido construir maravillosos espacios públicos y muy buen transporte público.
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