Nunca hay que juzgar un libro por su cubierta (aunque no es infrecuente que lo adquiramos impulsados por ella), pero me he enamorado de la que los editores de Capitán Swing han colocado al ya clásico de Charles Kindleberger La crisis económica, 1929-1939. Se trata de aquel célebre fotograma de El hombre mosca (Safety Last, 1923, de Fred Newmeyer y Sam Taylor) en el que Harold Lloyd aparece suspendido del minutero de un enorme reloj en la fachada de un edificio, mientras allá abajo transcurre el bullicioso tráfico de una avenida de Los Ángeles.
La imagen, una de las más icónicas de la historia del cine, está preñada de preguntas -¿cómo ha llegado ahí?, ¿se salvará?- y en ella el humor implícito alivia lo ominoso de la catástrofe inminente. Ahora sabemos que Lloyd salió de aquélla -como también los pueblos salieron de la catástrofe de 1929-. Pero no sabemos por cuánto tiempo y si volverá (volveremos) a meterse (meternos) en otra semejante.
El reloj, por cierto, marca las tres menos veinte de la tarde. No creo que le interese a nadie, pero ésa es la hora en la que, según recuerda mi madre, yo vine al mundo. Así me va.
Manuel Rodríguez Rivero
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