El libro ‘El universo de cristal’ (Capitán Swing), de la divulgadora científica estadounidense Dava Sobel, cuenta cómo a mediados del siglo XIX el Observatorio de Harvard comenzó a emplear a mujeres como calculadoras para registrar las observaciones que los hombres realizaban con el telescopio. La experiencia de este Observatorio fue muy particular, ya que en 1893 alcanzaba casi la paridad: el 42,5% de los ayudantes eran mujeres. Una historia que da pie a Dava Sobel para hablar del pesado techo de cristal con que aún se topan las mujeres que miran hacia arriba, al Universo.
La astronomía despierta pasiones con los descubrimientos que hace de los cielos. Así ha pasado al disfrutar de la primera fotografía de un agujero negro. Para llegar a esto, una miríada de astrónomos y astrónomas llevan siglos definiendo y contabilizando lo que tenemos encima de nuestras cabezas. Algunas de ellas están presentes en el libro de Dava Sobel, reportera y divulgadora científica estadounidense. Sorprende la fragilidad de Sobel frente al gran y documentado libro que es El universo de cristal. Sorprende también su forma de contarnos la vida de unas mujeres como un logro. Una sorprendente historia en la que ya había incursionado el escritor español Miguel Ángel Delgado -utilizando un personaje ficticio- en su novela Las calculadoras de estrellas (Destino), un libro entre la divulgación y la reivindicación de estas mismas mujeres.
La historia invisible de las mujeres está llena de dificultades, pero como dice Sobel, la historia de su libro es feliz. “Aunque muchas de sus protagonistas hayan sido olvidadas, ellas fueron conscientes de que hacían un trabajo importante y que ayudaban a identificar la naturaleza de las estrellas, a establecer categorías y medir su distancia. Las 500.000 placas de cristal que acumuló Harvard dan fe de ello. Esas placas permitieron a algunas de aquellas mujeres llegar a ser astrónomas y hacer descubrimientos extraordinarios”, señala la escritora.
“En estos tiempos revueltos es bueno tener algo fuera de nuestro planeta, algo bello y distante para consolarnos”. (Annie Jump Cannon).
El universo de cristal, editado por Capitán Swing, cuenta cómo a mediados del siglo XIX, el Observatorio de Harvard comenzó a emplear a mujeres como calculadoras para registrar las observaciones de las estrellas que los hombres realizaban cada noche con el telescopio. La experiencia del Observatorio de Harvard fue muy particular, ya que en 1893 alcanzaba la paridad: el 42,5% de los ayudantes eran mujeres. A pesar de esto, Sobel matiza que Harvard no era amigable entonces con las mujeres, como no lo es ahora. “Su diferencia de sueldo es algo que no hemos superado, con menos justificación para ello ahora”, opina Sobel. El mismo trabajo lo podrían haber realizado los hombres, según la autora, pero el director eligió a mujeres: “Quizá pensó que eran más pacientes y cuidadosas con los detalles, pero también sabía que podía pagarles salarios más bajos (unos 25 centavos de dólar la hora, bastante menos que a los varones)”.
Al principio, este grupo incluía a las esposas, hermanas e hijas de los astrónomos residentes, pero pronto incluyó a graduadas de las nuevas universidades de mujeres, al ser financiadas por dos herederas con gran interés en la astronomía: Anna Palmer Draper y Catherin Wolfe Bruce. Con el tiempo aquellas señoras se convirtieron en verdaderas profesionales, y nombres como Williamina Fleming, Annie Jump Cannon, Antonia C. Maury, Henrietta S. Leavitt y Cecilia Payne entraron en la historia de la astronomía.
La astrónoma Assumpció Català.
El artífice de este universo femenino fue Edward C. Pickering, director desde 1877 del Observatorio. “¿Era habitual, preguntó la señora Drapper, viuda del astrónomo Henry Draper, contratar a mujeres para realizar esos cálculos? No, le respondió Pickering, hasta donde él sabía esa práctica era exclusiva de Harvard”, que en ese momento contaba con seis mujeres calculadoras, cuando la señora Drapper comenzó a trabajar en él. Todas estaban relacionadas con el medio, salvo Williamina Fleming, una escocesa que entró como sirvienta en la casa de Pickering, y acabó como conservadora oficial de fotografías astronómicas de Harvard. Además, identificó diez novas y más de 300 estrellas variables. Fue la señora Pickering quien se dio cuenta de sus habilidades.
De las mujeres que pasaron por este observatorio algunas llegaron a ser astrónomas reconocidas:
Annie Jump Cannon (1863-1941). “La alegre y adorable Miss Cannon accedió en 1896 a su puesto en el observatorio y, en un entorno dominado por hombres, fue la primera mujer a la que se permitió hacer sus propias observaciones a través del telescopio”, apunta Sobel, quien destaca también una de sus principales aportaciones: “Desarrolló un sistema de clasificación estelar que todavía se utiliza”. Fue la primera mujer doctora honoris causa por la Universidad de Oxford (1925). A la maestría de Annie Jump Cannon para analizar las placas se unió su capacidad para la catalogación de las estrellas de acuerdo a su luminosidad, gracias a un sistema que fue adoptado con pocas modificaciones por la Unión Astronómica Internacional. Es la persona que más astros de este tipo ha catalogado en la historia.
Henrietta Leavitt (1868-1921). “Qué extraordinaria cazadora de estrellas variables es la señorita Leavitt -escribió asombrado Charles Young de Princeton, a Pickering el 1 de marzo de 1905-. Es difícil estar al día con tantos nuevos descubrimientos”. “Pickering mantenía al corriente de los avances de la señorita Leavitt enviándoles una serie de trepidantes circulares”, nos cuenta Sobel. En solo un año, 1905, descubrió 843 nuevas estrellas variables en la Nube Menor de Magallanes; esta cifra se eleva hasta 2.400 si se contabiliza el total de su vida. Además, halló cuatro novas.
Leavitt fue la primera en percatarse de la existencia de una relación entre el brillo máximo de las variables y el periodo en el que variaba su brillo. Esta relación periodo-luminosidad, también llamada ley de Leavitt, proporcionó una herramienta para medir las distancias en el espacio. Herramienta que usó Edwin Hubble en la década siguiente para descubrir que el universo está en expansión, el gran hallazgo de la historia de la astronomía. Hoy sabemos que esa expansión es cada vez más rápida, y también se lo debemos a la ley de Leavitt. En 1925, cuando quisieron darle el Nobel junto a Hubble, Henrietta llevaba cuatro años muerta.
Cecilia Helena Payne (1900-1979). Aunque nacida en Gran Bretaña, desarrolló su labor científica en la Universidad de Harvard. Se encuentra entre las primeras mujeres que obtuvieron un doctorado en Astronomía y la primera de Harvard. Estableció las temperaturas de las diferentes clases de estrellas y con su tesis doctoral estableció, con sus cálculos, la abundancia de hidrógeno que contenían; algo que es asumido hoy completamente. “La señorita Payne empezó a interesarse en la astronomía con el eclipse de 1919 en Príncipe, que demostró que Einstein tenía razón. Aunque no formó parte de la expedición, había acudido a la conferencia de Arthur Stanley Eddington (jefe de la expedición) sobre el tema… Como dijo posteriormente, la alta, tímida y desgarbada señorita Payne vivió esa charla como una revelación, escribe Sobel.
Techo de cristal
Las mujeres siempre han estado interesadas en la ciencia, opina Sobel, y las mujeres de su libro “se pueden considerar las precursoras de las figuras ocultas,mujeres afroamericanas que trabajaron para la NASA en los años 60 en la División Segregada de Cálculo del Centro de Investigación de Langley, y de las rocket girls del Jet Propulsion Laboratory”.
Pero a pesar de avances tanto en ciencia como en la promoción de la mujer, Sobel considera que todavía queda camino por delante, especialmente en estos momentos: “Me temo que una peligrosa actitud anticiencia está ganando fuerza con la nueva administración de EE UU. El recorte de fondos en investigación, junto a la ignorancia en asuntos como el cambio climático, pueden limitar las oportunidades tanto para hombres como para mujeres”.
¿Y astrónomas españolas?
Utilizando una pregunta que ya se ha hecho habitual, si pedimos que nos digan a cuántas astrónomas españolas se conoce, tenemos un problema.
Pero Isabel Márquez, miembro del proyecto Ella es una astrónoma, responsable de la comisión Mujer y Astronomía de la Sociedad Española de Astronomía, e investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía, nos da la información necesaria para reconocerlas. Márquez destaca a dos.
Antonia Ferrín Moreiras (1914-2009). En la década de los cuarenta conoció a Ramón María Aller, fundador del Observatorio Astronómico de la Universidad de Santiago de Compostela, quien la introdujo en el mundo de la astronomía. Muy pronto, el manejo de instrumentos astronómicos como el telescopio refractor de doce centímetros o el anteojo de pasos no tuvieron secretos para ella. Esto le permitió efectuar desde medidas micrométricas de estrellas dobles a pasos de estrellas por dos verticales u ocultaciones de estrellas por la Luna. Sus resultados se publicaron en la revista española de astronomía Urania. Una anécdota, que solía recordar la profesora Ferrín, tenía que ver con el intenso frío padecido bajo la cúpula del telescopio durante las noches de invierno, sin la posibilidad de abrigarse con unos pantalones, “prenda que por aquel entonces no se consideraba femenina y que solamente las actrices de cine osaban lucir en la gran pantalla”.
El primer telescopio con nombre de mujer en España, en 2015, fue para Assumpció Català (1925-2009). Con ello se reconocía a esta investigadora que en 1971 fue la primera mujer en ocupar un puesto de astrónoma profesional en la universidad española. Durante años, el número de mujeres en las carreras científicas era muy reducido. De las tan solo cinco chicas que iniciaron la carrera con Català, pasó a ser la única en tercero. A ella le gustaba decir: “Era la chica de tercero, la del cuarto, la del quinto”· Esto no frenó su dedicación. En 1953 obtuvo la licenciatura en ciencias.
Sus primeros estudios fueron en el campo de la astronomía de posición, con el cálculo y rectificación de órbitas de cometas. Muy pronto se responsabilizó de la observación diaria de manchas y protuberancias solares, tarea a la que seguiría dedicándose durante más de 30 años y que le llevó a participar en el Año Geofísico Internacional (1957-58), en colaboración con el Observatorio Astronómico Nacional. Este esfuerzo colectivo dio frutos tan importantes como el descubrimiento de la radiación del cinturón de Van Allen o el lanzamiento del primer satélite, Sputnik I. Ya en los años ochenta, y durante más de 15 años, ejerció de representante española en la comisión para la enseñanza de la astronomía de la Unión Astronómica Internacional. Decenas de promociones de la Universidad de Barcelona recibieron sus clases. En otros centros se utilizaron también sus textos, como sus célebres Apuntes de Astronomía que aún hoy siguen vigentes en numerosas universidades.
Sólo un 27% de los profesionales
Recientemente se ha nombrado a Francesca Figueras presidenta de la Sociedad Española de Astronomía (SEA), primera mujer en llegar a este cargo, recuerda Márquez, que puntualiza que, según un reciente informe, “solo un 27% de los profesionales de la Astronomía y la Astrofísica en España son mujeres”.
Según la SEA, este porcentaje es “similar” al de los últimos años, si bien destaca que la proporción de investigadoras postdoctorales ha caído seis puntos porcentuales en los últimos cuatro años. El informe, que recoge la distribución actual y la evolución del personal investigador de este colectivo en España entre 2002 y 2018, revela que las mujeres no se han beneficiado de la ligera recuperación global de la plantilla que se ha registrado en términos generales. “No solo no se ha conseguido revertir la situación de desigualdad, sino que las estadísticas empeoran”.
“En los últimos 15 años”, termina Figueras, “el número de mujeres en términos globales solo ha aumentado un 3%, lo que demuestra que las medidas aplicadas hasta ahora no son suficientes”.
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