Ian Urbina, periodista del New York Times y escritor, se lanzó a un viaje de cinco años, insólito y peligroso, un viaje de más 12.000 millas náuticas a través de cinco océanos y 20 mares para describir el gran “vacío” que ocupa casi el 70% del planeta. Un mundo sin ley donde se cometen todo tipo de delitos y atropellos. Desde abortos clandestinos a violaciones y asesinatos, situaciones de esclavitud, pesca furtiva sin límites ni control. El resultado: una impresionante serie de reportajes recopilados en el impactante libro ‘Océanos sin ley’, publicado por Capitán Swing en España hace unas semanas.
Ahora que tenemos un conocimiento exponencialmente mayor del mundo que nos rodea, con tanta información en la yema de los dedos y apenas a un gesto de clic de distancia, resulta increíble que lo que sabemos sobre los océanos siga siendo escandalosamente poco. Para la mayoría de nosotros, el mar es solo un lugar que sobrevolamos, un amplio lienzo de colores azules al que ir de vacaciones. Pero lo cierto es que aunque pueda parecer enorme y todopoderoso, es vulnerable y frágil. Y lo que ocurre en ellos puede ser una fuente de caos y sufrimiento para quien los habita o trabaja en ellos.
Dar a conocer lo que sucede en ellos es la labor que ha motivado al periodista y escritor del New York Times Ian Urbina a lanzarse en un viaje de más 12.000 millas náuticas a través de cinco océanos y 20 mares para describir cómo es ese gran “vacío” que ocupa casi el 70% del planeta a partir de una serie de reportajes recogidos en su libro Océanos sin ley (Capitán Swing).
Quizá las fronteras más salvajes y menos entendidas del planeta sean los océanos: demasiado grandes para la policía y sin una autoridad internacional clara, estas inmensas regiones de aguas traicioneras albergan la criminalidad y la explotación desenfrenadas.
La mitad de la población vive hoy a menos de 150 kilómetros del mar; las navieras transportan en torno al 90% de las mercancías del planeta; más de 56 millones de personas trabajan en todo el mundo en pesqueros y otras 1,6 millones en cargueros, petroleros y otros tipos de buques mercantes. Y, sin embargo, el periodismo en este campo es una rareza, excepto por la noticia ocasional sobre piratas somalíes o vertidos masivos de petróleo.
Cada capítulo de Océanos sin ley cuenta una historia diferente, en lugares que van desde la Ciudad de las Luces, un parche brillante del Atlántico donde cientos de cazadores furtivos iluminan el agua para atrapar calamares, hasta barcos piratas fantasmales e incluso cruceros, a los que Urbina llama «una especie de gentrificación del océano».
En sus páginas, Urbina nos acerca a las vidas de traficantes y contrabandistas, piratas y mercenarios, ladrones de naufragios y hombres de repo, vigilantes conservacionistas y cazadores furtivos, proveedores de abortos en el mar, trabajadores clandestinos que vuelcan petróleo, esclavos encadenados y polizones a la deriva. Aprovechando cinco años de investigación periodística, cinco años peligrosos e intrépidos, a menudo a cientos de millas de la costa, el ganador de un premio Pulitzer nos presenta a los habitantes de este mundo oculto.
A través de sus páginas vivimos la historia de un agente de recuperación de bienes que lleva un petrolero de un puerto griego a aguas internacionales, la de una médica que traslada de manera clandestina a mujeres embarazadas de la costa mexicana a alta mar para practicar abortos que serian ilegales en tierra firme. Recorremos el arriesgado trabajo de ecologistas justicieros que persiguieron en el Atlántico Sur al pesquero furtivo más buscado por la Interpol –el Thunder– y después atosigaron en el océano Antártico al último ballenero industrial de Japón.
“Para actores despiadados como el Thunder, el mar es una gigantesca batalla campal sin norma alguna. Indetectables en gran medida por la vasta amplitud de los océanos, los pescadores furtivos tienen pocos motivos para cuidarse de que alguien les siga el rastro. Lejos de la costa, las leyes son tan turbias como desdibujadas están las fronteras; la mayoría de los países no tiene recursos ni interés en perseguir a los malhechores”, señala Urbina en sus páginas.
Los intentos de hacer cumplir la ley, ya sea por parte de los vigilantes respaldados por la riqueza del grupo de conservación marítima Sea Shepherd, quienes dieron caza al Thunder, o bien por las autoridades de los países, se quedan ridículamente cortas. «Cuanto más exploraba el océano fuera de la ley», escribe Urbina, «más difícil resultaba distinguir a los depredadores de las presas». “Los trabajadores de los barcos de pesca ilegal pueden no tener idea de que están infringiendo la ley y aquellos que denuncian fechorías pierden los trabajos de los que dependen”, explica.
Aun así, frente a este vacío de justicia, existen excepciones como la pequeña nación insular de Palau, que está tratando de frenar la pesca ilegal a través de peculiaridades de la ley marítima que le dan dominio sobre 230.000 millas cuadradas de océano. Pero aparentemente, hay muchas personas poderosas que pueden beneficiarse del estado anárquico del océano. Incluidos nosotros mismos, que tanto parecemos querer tener pescados y mariscos baratos en nuestras mesas y restaurantes, muchos dispuestos a dejar que esa anarquía siga su curso.
Muchas de las historias que nos narra Urbina giran en torno a la vida de los pescadores, que son extremadamente pobres y viven desprotegidos. Un ejemplo de ello es la vida de Eril Andrade, un aspirante a policía que viajó a Singapur por un trabajo de marinero y fue enviado a su casa en Filipinas muerto, siete meses después, aún con el cuerpo ennegrecido por el congelador de a bordo. Al rastrear el curso de Andrade, Urbina descubrió una red de explotación que le llevó hasta un capitán que violaba a los pescadores por la noche, o a barcos atuneros donde los miembros de la tripulación eran amenazados y golpeados de forma rutinaria.
Pero más allá, Urbina destapa un sistema diseñado para evitar la rendición de cuentas y evitar la ley. El océano “se presta al síndrome de un espectador: una suposición patológica e inquebrantable de que alguien más vigilará esos delitos o los solucionará de alguna manera. Así, este vacío es una tragedia para las víctimas y una oportunidad para quienes los perpetúan”, afirma Urbina. “Las historias de negligencia suelen susurrar más que gritar, y cuando el público busca un villano claro, encuentra en su lugar una indiferencia fantasmal”.
No obstante, no todo este vacío que se nos presenta se utiliza para el mal. Algunos de sus usos son sorprendentes y, en ocasiones, hasta humanitarios. En un capítulo, el Principado de Sealand, una micronación fundada en 1967 en una plataforma offshore abandonada, utiliza su dudoso reclamo de soberanía para crear un refugio de datos para contenido ilícito (y para vender mercadería y títulos de caballero en línea) en alta mar. En otro, la doctora y artista holandesa Rebecca Gomperts navega por el mundo en un balandro, ofreciendo abortos seguros cerca de países donde son ilegales. Urbina se une a ella en Ixtapa, México, mientras esta huye de las autoridades del puerto navegando sobre las enormes olas con dos mujeres embarazadas y asustadas a bordo. Lo sorprendente que encuentra Urbina en sus viajes es que los gobiernos parecen mucho más motivados para bloquear el trabajo de Gomperts, que es legal en aguas internacionales, que para proteger a los pescadores de maltratos y asesinatos, que no lo es. O por frenar la pesca furtiva que daña nuestros espacios naturales.
“También fui testigo de una belleza incomparable y de una verdadera maravilla. Conocí a personajes rocambolescos, a veces heroicos, en un escenario que ahogaba los sentidos. Un mundo con un sol más brillante, olas más fuertes y un viento más fuerte de lo que sabía que existía”, relata Urbina. Y termina: «A pesar de tanta aventura, lo más importante que vi en barcos de todo el mundo y he tratado de reflejar en este libro son unos océanos tristemente desprotegidos, así como el caos y el sufrimiento que a menudo afrontan quienes trabajan en sus aguas».
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