«Las mayores somos muchas y cada vez vamos a ser más. A estas alturas de nuestra vida estamos hasta el moño de algunas cosas. Por supuesto, de las violencias claras, pero también de determinadas formas de relación y trato presuntamente afables que tenemos que soportar; del modo excesivamente condescendiente con que a veces se nos infantiliza y difumina; de algunas amabilidades que esconden falsedad y espíritu de liquidación, incluso con la mejor intención». De esta manera expresa Anna Freixas (Barcelona, 1946) el hartazgo de muchas personas mayores que se ven reducidas a estereotipos y que se ven apartadas, casi expulsadas, de la sociedad. En su nuevo libro Yo, vieja (Capitán Swing), la psicóloga y escritora feminista expone, con una buena dosis de humor, muchas situaciones cotidianas que creemos normales pero «constituyen el grueso de la discriminación y el rechazo social hacia las personas mayores , únicamente por el hecho de serlo». Anna Freixas ha pensado este libro o, más bien, estos «apuntes de supervivencia», para esa nueva «generación de viejas que van estrenando libertades», pero también para la sociedad que «tiene que hacer una reflexión sobre cómo admirar, respetar y tratar a la gente mayor» . Porque, como apunta en una entrevista con MagasIN : «De todas las condiciones, la única que abarca a todo el mundo es la edad, porque unos son hombres, otras mujeres, unos negros, otros blancos… Pero lo que nos afecta a todos es la edad». Portada de ‘Yo, vieja’. Pese a que envejecer es algo inevitable e incluso positivo, porque «significa que no te quedaste en el camino», parece que la sociedad evita hablar del tema y prima la obsesión por mantenerse joven. Por eso, Freixas consideraba necesario «visibilizarlo y, de alguna manera, mostrar una etapa de la vida en la que para mí prima la naturalidad . Es un momento del ciclo vital que hasta ahora no ha estado presente, primero porque nos moríamos antes, y después porque la sociedad tampoco le ha interesado mucho pensar en ello». Lo contrario que ella, que comenzó a estudiar al envejecimiento femenino para su doctorado a «los treinta y pico años» y hace tiempo que perdió el miedo a ser vieja. «A partir de ahí siempre he estado trabajando, pensando y, sobre todo, relacionándolo con muchas mujeres mayores que me han dado mucha luz sobre ese tema. Han llegado a desvanecer mis miedos porque han sido mujeres que han estado en el mundo viviendo y ofreciéndome una realidad que no era para nada amenazante» . Más que por el temor a morir, la autora considera que no queremos reconocer cuándo somos viejos porque «envejecer conlleva una pérdida de poder, de visibilidad y de capital social» . Sin embargo, ser una vieja ahora no tiene por qué coincidir con la imagen de ‘abuelita cocinera’ que tenemos en la cabeza. Ahora hay viejas «ciudadanas, activistas y culturetas». Freixas insiste: «En la vejez podemos sentir la alegría que proporcionan los nuevos descubrimientos posibles, el deseo de la inmersión cultural, social, intelectual, política y ciudadana». Es decir, se puede ser «una vieja digna» . Por mucho que intentemos apartarles, Anna Freixas defiende que «las personas mayores tenemos un pasado, un presente y un futuro . Vivimos muchos años y tú fíjate, significamos y aportamos a muchísimo a la sociedad en términos de bienestar económico y social». Rechaza también que se invalide sus luchas y exigencias, algo muy habitual que hace gente «como si no fuera a hacerse mayor». «Cuando tú seas vieja, todo lo que las viejas y viejos han conseguido te beneficiará para que tu vejez sea económicamente más justa». «Propiedad colectiva» Además de la infantilización, la falta de libertad que sufren muchas personas mayores, el control de su dinero o incluso de su vida, Anna Freixas critica también el lenguaje que se emplea con ellos. Concretamente, el uso extendido de llamar ‘abuela’ a cualquier vieja . «Hartas, hartas también de que nos llamen abuela . En nuestra sociedad a las personas mayores se las nombra con la palabra abuela , tengan o no nietas», escribe. Para Freixas, este supuesto apelativo cariñoso es una muestra más de «la homogeneización de las vejeces : todas abuelas y así ni siquiera hay que aprenderse el nombre». Por eso, defiende: «Lo único que todas somos es hijas . El ser abuela es una coyuntura que tienen unas cuantas personas. Mira a tu alrededor la cantidad de gente que no tiene hijas e hijos, o que sí que los tiene pero no tiene nietos. Esto muestra la estupidez de la sociedad a la hora de utilizar un lenguaje absolutamente impropio». Lo mismo le ocurre con la manida expresión ‘nuestros mayores’ , que tan acostumbrados estamos a escuchar en los medios. «Se utiliza a nivel político y en los medios de comunicación como si fuésemos una propiedad colectiva» . Para acabar con estas discriminaciones y tratar a las personas mayores con el respeto que merecen, Freixas lo tiene claro: es necesario empezar por escuchar sus demandas, aunque pocas veces se haga sea cual sea el conflicto. «Escuchar la voz de las personas es una buena práctica que no todo el mundo lleva a cabo. Es decir, escuchar la voz de las mujeres, la voz de las viejas, de las kellys … Todos hablamos por los demás sin haber escuchado su voz, pero las únicas políticas que se pueden hacer que realmente sean beneficiosas son aquellas que se hacen habiendo escuchado a los afectados y, en este caso, la voz de las mujeres» .
Ver artículo originalAnna Freixas y el poder de las viejas: «Las mujeres me han quitado el miedo a envejecer»
Por El Español · 17.09.2021