En El gran sucesor. El destino divinamente perfecto del brillante camarada Kim Jong Un, la periodista Anna Fifield nos ofrece un fascinante retrato del dictador norcoreano Kim Jong-Un. Para ello, contextualiza adecuadamente su objeto de estudio, remontándose a la biografía del abuelo y del padre del protagonista (Kim Il-Sung y Kim Jong-Il, respectivamente). Este triunvirato constituye una de las grandes anomalías de los siglos XX y 2021, en tanto en cuanto representan una dictadura comunista transmitida de generación en generación, empleando para ello un terror ilimitado hacia sus propios compatriotas.
Por tanto, mientras el resto de naciones situadas en la órbita de Moscú fueron asumiendo patrones occidentales en los años 80 e inicios de los 90, Corea del Norte no siguió ese destino, pese a perder los subsidios procedentes de la URSS. Tampoco las primaveras árabes ocurridas en 2011 provocaron transformaciones en el régimen de Pyongyang. Esta anormalidad no debe entenderse como sinónimo de resiliencia norcoreana sino como producto de la acentuación de la represión hacia la población, combinada con el desarrollo de un potente programa nuclear que ha sido utilizado en múltiples ocasiones como “herramienta diplomática”.
La autora ha consultado innumerables fuentes, tanto orales como escritas, si bien de las primeras no ofrece en algunas ocasiones la verdadera identidad por motivos de seguridad. Asimismo, ha realizado varios viajes en pleno siglo XXI a Corea del Norte, lo que le ha permitido comprobar su evolución. Al respecto, Fifield no cae en el error de conceder un voto de confianza a Kim Jong-Un como reformador puesto que los cambios que ha realizado, limitados únicamente al ámbito económico permitiendo leves manifestaciones de libre mercado tuteladas por el Estado, están orientados a perpetuarle en el poder: “Los castigos son tan duros que los norcoreanos que se oponen al régimen prefieren huir antes que intentar defender un cambio desde dentro” (p. 170).
Como el lector apreciará, en Corea del Norte se detectan con nitidez los rasgos que caracterizan a todo régimen totalitario. Así, el culto a la personalidad adquiere unos niveles inimaginables, la paranoia forma parte del modus operandi del dictador, la opacidad se aplica a cualquier aspecto vital y, finalmente, la existencia de un reducido núcleo de poder se traduce en una elite extractiva que roba los recursos nacionales y cuyo nivel de vida (en forma de lujos y caprichos de todo tipo) nada tiene que ver con el de la gran mayoría de la sociedad. En consecuencia, la modernización es artificial y se basa esencialmente en copiar ciertos aspectos consolidados en Occidente, por ejemplo, aquellos que aluden a la forma de vestir de las mujeres.
En lo que afecta al protagonista de la historia, el libro adquiere un gran valor puesto que nos describe su niñez (internado en Suiza, naturalmente con una identidad falsa), aficiones deportivas (el baloncesto) y, ya una vez instalado en el poder, la capacidad para purgar, en muchas ocasiones a través de la ejecución pública o privada, a todo aquel susceptible de traicionarle bien real, bien imaginariamente (por ejemplo, su hermano o su tío).
Con todo ello, Kim Jong-Un ha logrado consolidar su poder a través de la reiteración de determinados mantras (en particular, el que insiste machaconamente en la mejora del nivel de vida del país) y de algunas otras medidas fundamentales, destacando dentro de estas últimas la creación de un poderoso programa nuclear, subestimado en muchas ocasiones por la comunidad internacional, con capacidad para desestabilizar el entorno regional y global. Además, al contrario de sus predecesores familiares, este tirano liberticida ha sido consciente de la importancia de la imagen, logrando un doble encuentro con Donald Trump, sabedor de la influencia norteamericana a la hora de reducir las sanciones comerciales que pesan sobre Corea del Norte.
Finalmente, en lo relativo a posibles escenarios de futuro, solo existe una certeza: este régimen comunista no va a desaparecer en el corto plazo. Por el contrario, asistiremos al enésimo fortalecimiento en el poder de la familia gobernante, para lo cual en ningún caso debe descartarse que esta última recurra de nuevo al chantaje nuclear cuando su exclusivo bienestar se vea tímidamente socavado.
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