En el pasado decir Angela Davis era hablar de la primera línea en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. Fue un icono político de los 60, incluso un modelo pop con su melena afro que muchas blancas quisieron emular a golpe de permanente. Rostro visible de los explosivos Panteras negras, Davis estuvo un tiempo en la cárcel antes de que el clamor internacional lograra sacarla de allí. Integrante de la lista de los enemigos públicos más buscados por el FBI, John Lennon y Yoko Ono le dedicaron una canción que decía: “Angela, el mundo te mira”. Y era cierto. Pero no solo fue una activista, una efigie de camiseta, también, una pensadora académica que estudió con Herbert Marcuse, padre ideológico del 68, y con Theodor Adorno, que, dicen, murió a consecuencia de un infarto cuando tres de sus alumnas más rebeldes le enseñaron su pechos desnudos como protesta por su conservadurismo. Así eran aquellos tiempos.
Esta mujer alta e imponente de 73 años que incluso con una férula en el pie sigue irradiando fortaleza ha impartido este lunes en el CCCB una conferencia sobre la rebeldía y las revoluciones. Puede que la violencia política de la que se valió sea ya solo un recuerdo, que ya no milite en el Partido Comunista, y que los partidos de la izquierda tradicional europea se hayan disuelto como lágrimas en la lluvia. Ella sigue en la brecha. Fue una de las voces del feminismo que más se oyó en las pasadas manifestaciones de Washington contra Trump y hoy sigue tendiendo puentes contra el racismo y en pro de las luchas de las mujeres y los derechos de los homosexuales desde una perspectiva más pragmática e interconectada. Lo cuenta en su último libro, la colección de ensayos ‘La libertad es una batalla constante’ (Capitán Swing).
Naturalmente, visita Catalunya en tiempos revueltos y la pregunta es obligada. Y aunque se zafa un poco del posicionamiento, acaba diciendo. “Me falta conocer todos los matices concretos y como extranjera que soy no puedo comprender en profundidad la cuestión en la que os encontráis, pero creo firmemente que todo el mundo debería tener derecho a tomar sus propias decisiones sin que guíen su destino. Siempre he defendido los derechos democráticos de los pueblos y vosotros habeis logrado que vuestra voz se oiga en todo el mundo”.
Davis se ha sentido siempre muy vinculada a las luchas independentistas respecto a España. En el 2016, poco antes de que Arnaldo Otegui saliera de la cárcel, intentó visitarle sin éxito. Ambos tienen en su pasado la aceptación de la lucha armada, un término que la afroamericana hoy maneja sin culpa, justificando el ambiente revolucionario de aquel momento con Vietnam, las guerras de liberación africanas y la revolución cubana como telón de fondo. “Entonces el cambio radical formaba parte del orden del día, el papel de las armas era el de plantar cara a la violencia estatal y policial que sufrían las comunidades negras. Mucha gente creía entonces que la lucha armada podía implicar una revolución profunda. Así que utilizábamos los instrumentos del patrón para desmantelar su casa, pero aquello no era realmente revolucionario”. Hoy Davis propugna otro tipo de lucha más matizada, en la que no se trata de utilizar las armas, como la policía, sino entender el papel de las fuerzas de seguridad y reconocer que la evolución es el enfoque más efectivo.
Trabajar por el futuro
Se vale de Gramsci para explicar su posición frente al futuro que contempla “con el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad”. De esto último no le falta. Propugna nuevas formas de democracia que vayan más allá del actual sistema capitalista. “Queremos algo más que reformas. No ser asimilados por un sistema que en líneas generales permanece intacto”. Y se pregunta: “¿Qué significa para una persona que está en el punto de vista del racismo ser asimilada por una sociedad racista si las estructuras siguen siendo racistas”. Para la autora aceptar eso supone aceptar igualmente la pobreza, la violencia y el racismo y por eso llama a trabajar sin prisas ni urgencias explosivas. “Nosotros hemos heredado el trabajo de los activistas que acabaron con la esclavitud y seguramente en el futuro otros se aprovecharán de nuestro trabajo. Lo que hacemos ahora no cambiará el sistema inmediatamente, pero quizá lo haga en el futuro. Yo ya no estaré viva para verlo, pero otras personas lo harán y me siento conectada a ellas. Hay esperanza”.