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Andrew Marantz: “Las redes sociales han acelerado el alcance y la amplitud de los mensajes de la extrema derecha”

Por El País  ·  24.02.2023

La carrera presidencial de Donald Trump recibió la ayuda de una legión de agitadores que se sirvieron de las redes sociales para difundir desinformación, incitar al odio y apoyar su candidatura. Varias teorías de la conspiración, como el pizzagate, se colaron en el debate público. También ideas abiertamente xenófobas, que nunca antes se habían esgrimido con tanta confianza y aplomo en EE UU. El periodista Andrew Marantz (Nueva York, 38 años) se sumergió en las tripas de la maquinaria propagandística de la extrema derecha. Empezó a quedar con los influencers conservadores, algunos de ellos abiertamente supremacistas blancos, que difundían esos contenidos. Les vio trabajar, frecuentó sus fiestas, presenció sus discusiones, palpó sus motivaciones.

El resultado de su investigación lo volcó en el libro Antisocial. La extrema derecha y la ‘libertad de expresión’ en internet. “Golpeamos a nuestra audiencia con detonantes emocionales que no pueden ignorar. Esto es una operación psicológica”, dice una de las decenas de voces que recoge la obra, en este caso el neonazi y antisemita Mike Enoch. El libro se publicó en 2020 y al año siguiente tuvo su versión en español (Capitán Swing). El redactor de The New Yorker atiende a EL PAÍS en Madrid. Está de visita en España invitado por el Foro de la Cultura de Valladolid, en el que participará con una charla este viernes. Cree que lo que describe en su obra, los mecanismos que logran que ciertos mensajes se difundan por internet, “va a modelar nuestra sociedad durante muchos años”.

Pregunta. ¿Qué ha cambiado en los últimos dos años, desde que escribió el libro?

Respuesta. Los detalles han cambiado, pero las estructuras siguen siendo las mismas. Mi objetivo era entender cuáles son las reglas que dictan cómo viaja la información a través de internet. No tiene nada que ver con los flujos de los periódicos, la televisión o la radio. Yo solo quería mostrar lo que pasa, así que empecé a buscar personas que ganaran dinero haciendo propaganda en internet.

P. ¿Qué descubrió?

R. Me di cuenta de que la mecánica clave que hace que todo se mueva es lo que llamamos “compromiso emocional”. Resulta que hay algunas emociones que funcionan mejor que otras. Explotarlas hará que tu mensaje se extienda por internet. En los medios tradicionales, los editores aplican su criterio y eligen si una historia merece ser contada y qué visibilidad se le quiere dar. En internet no hay filtros: es un sistema de puntos, el juicio editorial no existe. Empecé a frecuentar a personas que jugaban a este juego todos los días. Algunos hacían lo que fuera para que las cifras aumentaran solo porque querían ganar dinero. Otros lo hacían por motivos ideológicos, para crear el caos o simplemente porque querían ver al mundo arder. También había quienes lo usaron de manera muy metódica para ayudar a un candidato a ganar las elecciones. Pero el mecanismo es siempre el mismo. ¿Cómo puedo hacer que ciertas emociones aumenten y que otras sean menos destacadas? ¿Cómo puedo usar imágenes y palabras para hacer que la presión arterial de las personas suba, para que se asusten, para que se llenen de rabia, sospecha u odio? A menudo, esas no eran las únicas emociones que sabían cómo cultivar, sino las que funcionaban mejor. Las emociones básicas a las que apelan los agitadores llevan milenios siendo las mismas.

P. ¿Cree que las redes sociales están haciendo lo suficiente para evitar la difusión de contenido problemático?

R. Están haciendo algo, pero no lo suficiente. No se trata de censurar o no, creo que ese no es el marco correcto. A nadie le gusta censurar. Si vas a un club nocturno y la música está tan alta que no se oye nada, la gente prende fuego a las sillas y las tira por la ventana y no sabes si tu bebida contiene veneno, ese no es un buen club. Si te quejas de todo ello al dueño, este no te puede decir: ‘Lo siento, creo en la libertad’. La gente no querrá quedarse en esa discoteca. Todo el mundo cree en la libertad de expresión. La pregunta es: ¿qué vamos a hacer para crear mejores condiciones para que las personas puedan tomarse una copa tranquilamente en ese club?

P. El Tribunal Supremo de EE UU ha iniciado esta semana un gran juicio contra Google, Facebook y Twitter. ¿Cree que falta regulación?

R. Es complicado. Cuando la gente adopta un enfoque ideológico de línea dura, casi nunca da con la respuesta correcta. Elon Musk dice que es un absolutista de la libertad de expresión. Y no es así: canceló las cuentas de Twitter de quienes compartían información sobre dónde está su avión privado. ¿Te gusta la libertad de expresión del ISIS para radicalizar a la gente? De eso trata este caso de la Corte Suprema. ¿Asesinó un ejecutivo de Google a alguien? No. ¿Deberían ser considerados responsables de asesinato? No. ¿No tienen nada que ver con esto? Bueno, eso no está tan claro. Ahí es donde estas preguntas son complicadas. Mi opinión es que es peligroso que el Gobierno regule penalmente cualquiera de estos asuntos.

“Las redes sociales no hacen lo suficiente para evitar la difusión de contenidos problemáticos”

P. ¿Por qué?

R. Si volvemos a la analogía del club nocturno, hace diez años era solo un pequeño local con diez sillas. Ahora, la situación es muy distinta. Tienen miles de millones de personas y sus algoritmos están haciendo distinciones editoriales que deciden lo que las personas pueden ver o no en la plataforma. Todo se basa en el algoritmo y en la cantidad de compromiso emocional que obtengas. Puede que te pases diez años sentado en una silla y nadie te vea ni te oiga porque no eres un propagandista lo suficientemente bueno. Esa es una decisión que está tomando la empresa. Creo que hay que regularlas, deben pagar impuestos, hay que acabar con los monopolios y deben ofrecer productos seguros, pero no estoy seguro de que aplicar sanciones penales sea la solución.

P. ¿Habría llegado la extrema derecha estadounidense hasta donde ha llegado sin la ayuda de las redes sociales?

R. Las tecnológicas son las empresas más grandes del mundo, y es un poco loco que hayan podido estar tan desreguladas como hasta ahora. Pero las noticias falsas, la desinformación, los discursos de odio y los prejuicios ya existían muchos miles de años antes de que apareciera internet. Es verdad que las redes sociales lo aceleran todo. Cambian la velocidad, la escala, el alcance y la amplitud del problema. Nuestra forma de pensar evoluciona con el tiempo y se ve afectada por las ideas a las que nos exponemos. Nadie es inmune a ello. Es una ilusión decir que estás a favor del mercado de las ideas y que todo arreglará por sí solo.

P. ¿Qué ha pasado con lo que en EE UU llaman “derecha alternativa” en los últimos dos años?

R. Algunos de los personajes que salen en mi libro aún tienen presencia pública, otros no. Los hay que han sido expulsados de Twitter o Facebook. Muchos de los que pensé que serían los primeros en desaparecer siguen ahí. A muchos de ellos ya no les gusta Trump, se bajaron de ese tren muy pronto. No estoy del todo seguro de que las tácticas que usó Trump vuelvan a tener éxito. Pero muchas de esas técnicas se han normalizado. La gran habilidad que tenían los propagandistas de extrema derecha es que podían tomar lo que solía quedarse en la periferia de internet y convertirlo en un tema de conversación popular. Los refugiados dicen que quieren asilo, pero en realidad son terroristas que quieren destruir el país; las elecciones fueron amañadas; Hillary Clinton está muerta y fue reemplazada por otra persona… Es muy fácil prestar atención a alguien como Trump que dice esas tonterías. El daño ya está hecho. El próximo candidato del estilo trumpista podrá modular su mensaje para que suene un poco más tranquilo o respetable, menos vulgar y ofensivo, pero las políticas que promueva serán similares.

P. ¿Cómo se puede luchar contra ese mecanismo de fascinación que usted describe en el libro?

R. Me encantan los hechos. En The New Yorker tenemos un ejército de verificadores de datos, que también usé en mi libro. Pero sé que los hechos no siempre ganan las discusiones. Si hay una verdad emocional o una identidad con la que alguien quiera conectarse, puede encontrar formas de distorsionar la realidad para que prevalezca. Es algo contra lo que tenemos que luchar. Tenemos que salir y decir que está demostrado que la Tierra no es plana. Creo que es importante hacer lo correcto. Pero tampoco debería sorprendernos si decir la verdad no siempre lleva a la victoria.

P. ¿Se trata, entonces, de mostrar la verdad de una manera emocional para que prevalezca?

R. Sí. Algunas de las emociones que puedes utilizar unen a las personas; otras, destrozan a la gente. No tienes por qué usar solo emociones negativas, como el miedo y la sospecha, aunque sea la vía más fácil y barata. La campaña de Obama proyectó compromiso emocional. Eso es un más difícil que jugar con el miedo, pero no es imposible. Puedes apelar a la identidad de la gente como sujetos interesados en la comunidad y la solidaridad.

“Para difundir tu mensaje en internet tienes que hacer que suba la presión arterial de la gente”

P. ¿Cree que ChatGPT y otras herramientas similares entrarán en esta ecuación, en la confección de mensajes que apelen a los instintos de la gente?

R. Creo que puede empujar en ambas direcciones. Por supuesto, es un gran problema que se pueda usar para amplificar la desinformación y las sandeces. La inteligencia artificial (IA) no tiene noción de qué es la verdad, por lo que puede manipularse y convertirse en un arma de muchas formas. La extrema derecha puede usar la IA, pero también la izquierda. Hace poco leí en una revista socialista que deberíamos usarla para convertir a la gente al socialismo. Puedes entablar un diálogo y decir: ¿Crees que la gente debería morir de hambre en las calles? ¿Crees que las personas no deberían poder pagar sus facturas médicas? Y luego puedes permitir que la gente exponga los argumentos y diga: Oh, en realidad fuiste socialista desde el principio, simplemente no lo sabías. La IA es una herramienta nueva, como en su momento lo fueron las redes sociales. Hay que usarla para intentar ganar la guerra cultural.

P. ¿El próximo asalto al Capitolio vendrá azuzado por herramientas de IA?

R. Posiblemente. Estas cosas no se pueden parar una vez que pasan a formar parte del tejido de nuestras vidas. Creo que la IA generativa estará presente en los próximos grandes avances en la política, de la misma manera en que lo están hoy los teléfonos móviles y las redes sociales. En 2012 fue una gran noticia descubrir que las redes sociales influyeron en las elecciones; hoy ya ni hablamos de ello.

P. En el libro habla de redes sociales como Twitter, Facebook o Parler. ¿Hay alguna otra que haya surgido en los últimos años que le llame la atención?

R. TikTok. Es muy interesante porque es la más determinada algorítmicamente. Te da muy pocas opciones. Básicamente, inicias sesión y te muestra lo que quiere mostrarte. Y es increíblemente adictivo. Esta plataforma de vídeos cortos está haciendo que Facebook, Twitter o Reddit comiencen a moverse en esa dirección. Si quiero analizar lo que va a pasar en el mundo, no puedo fingir que mis artículos de 8.000 palabras se difunden de la misma manera que lo hace un TikTok viral. Tengo que reconocer el hecho de que trabajo en un medio de comunicación antiguo y afrontar las consecuencias.

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