«Esto no puede pasar aquí». Durante años, Estados Unidos repitió un dogma que, según el periodista Andrew Marantz, le llevó a ignorar cómo la propaganda vertida por grupúsculos más radicales de internet catapultó la presidencia de Donald Trump y culminó, el pasado 6 de enero, en el asalto al Congreso por parte de grupos supremacistas y conspiranoicos.
Marantz, reportero del ‘The New Yorker‘, dedicó tres años a seguir a la pista de los grandes empresarios de Silicon Valley y de los troles que poblaron sus plataformas de memes de odio y desinformación. Una exhaustiva disección del mundo digital y los monstruos que asoman entre sus fallas que queda retratado en el libro ‘Antisocial, la extrema derecha y la ‘libertad de expresión’ en Internet‘ (Capitán Swing), cuya edición en castellano salió a la venta el 25 de enero.
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– Se ha infiltrado entre neonazis, supremacistas y otros grupos de odio en Internet para investigarlos. ¿Qué ha aprendido sobre ellos?
– He seguido como intentan destruir la democracia no porque sea masoquista, sino porque creo que es importante. Son una ventana para ver cómo los algoritmos y nuestro erosionado ecosistema de medios digitales ayudaron a crear esto. No son unas cuantas manzanas podridas, es un sistema que fue diseñado así, aunque esa no fuera la idea inicial. Siguiéndolos, aprendo a pasar de la abstracción a ver su impacto sobre cuestiones prácticas como la libertad de expresión.
– ¿Fue el ataque al Congreso la culminación de esa guerra cultural en internet? Porque vimos a muchos de los atacantes colgando fotos en las redes y a otros ‘influencers’ ultra haciendo retransmisiones en directo del asalto.
– Absolutamente. Internet y nuestra política son dos caras de la misma moneda y cualquiera que estuviera atento habría visto que nos dirigíamos a una culminación como esta. Y creo que no será la última. Las políticas de la paranoia no se irán a ninguna parte. No siempre es posible decir con exactitud qué sucederá, pero fue muy claro ver el camino que traza la desinformación.
– Los periodistas nos encontramos ante el dilema de explicar cómo opera la extrema derecha sin servir para popularizar sus mensajes. ¿Cómo informar de esos troles?
– No hay soluciones perfectas. Los troles tienden una trampa muy ingeniosa: digas lo que digas pueden utilizarlo como combustible, pero si no dices nada estás ignorando el problema. Ese patrón sucede en Estados Unidos pero se replica en todo el mundo. Tenemos que entender esos patrones para poder exponerlos. Se me acercaron muchos agitadores para que escribiera sobre ellos y en muchas ocasiones no lo hice. Pero no siempre debe ser así. Si no escribiéramos sobre gente sin ética no conoceríamos cómo opera el Estado Islámico.
– La proliferación de mensajes de odio y la presión social han llevado a las plataformas a aplicar sus políticas de moderación, llegando a suspender las cuentas de Trump. Pero, mientras su algoritmo siga beneficiando y viralizando el contenido más incendiario y polémico, ¿no es como tratar de parar una hemorragia con una tirita?
– Es como si lidiáramos con la insurrección contra el Capitolio poniendo más vallas y policías. Tras años informando sobre esas plataformas, parece que lo que buscan es conseguir buena prensa. Y lo hacen cuando aplican esas políticas contra el odio. Quizás también quieren que la gente deje de utilizar ese espacio para lanzar mensajes racistas o misóginos, pero no están dispuestos a hacer lo que se necesita para frenarlo.
– Las plataformas tienen derecho a vetar a Trump si este viola sus políticas internas, pero ¿no cree que ese poder puede suponer una amenaza para la libertad de expresión digital?
– Soy crítico con esa visión absolutista sobre la libertad de expresión. Creo que es ingenuo pensar que puedes decir lo que quieras sin consecuencias. Pero también es peligroso que un par de multimillonarios en California tengan demasiado poder para afectar a todo el mundo. Ser deshonesto no ayuda. Esas plataformas no son neutrales, actúan como guardianes de la información. Funciona así.
– Durante años, Mark Zuckerberg dejó proliferar todo tipo de contenido de odio en la plataforma arguyendo que no quería ser un «árbitro de la verdad». Pero, al potenciar ciertos mensajes más conservadores, el algoritmo ya actuaba de hecho como un árbitro…
– Los medios de comunicación tradicionales desempeñaban este papel de guardianes. Con la llegada de las redes sociales la gente ha creído que no hay guardianes y que la libertad es total, cuando en realidad solo hemos cambiado unos por los otros.
– Tras la suspensión de Trump, la ‘alt-right’ se ha refugiado en otras plataformas. ¿No supone un riesgo que las redes se fragmenten por ideologías y se creen así más burbujas de pensamiento?
– Las redes ya está extremadamente polarizadas vayas a la que vayas. Hay pros y contras en ese caso. La gente se divide por ideologías y habla menos entre sí, pero si no se expulsa a los usuarios destructivos entonces redes como Twitter no están aplicando sus políticas. La gente se está radicalizando porque esas plataformas maximizan el tiempo que pasas en ellas y eso tiene efectos en lo que la gente ve y, luego, vota. Es hora de reconstruir esas plataformas.Te puede interesar
– El vacío dejado por los demócratas llevó a aquellos que se sentían excluidos del sistema a adoptar ideas radicales. Siendo internet un lugar de construcción de la identidad, ¿puede la izquierda aprender algo de la estrategia de la ‘alt-right’ para impulsar una agenda de justicia social?
– Para quienes odian a la extrema derecha es difícil utilizar su comunicación como referencia. Pero a veces son divertidos, patéticos y cómicos. De ellos, la izquierda puede aprender a utilizar el conocimiento del mundo digital para hacer que su información fluya mejor, pero no todos los insultos. Cualquiera que esté vivo está utilizando internet para su beneficio.
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