Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se conecta puntual a nuestra videoconferencia desde Nueva York. Gesticula mucho y piensa cada palabra profundamente antes de pronunciarla, como reconociendo que los temas son peliagudos y merecen reflexión. Acaba de publicar en España Piel blanca, combustible negro. Los peligros del fascismo fósil (Capitán Swing, 2024), un ensayo espectacular co-escrito con el Colectivo Zetkin, que demuestra que, lejos de la creencia en un posible futuro ecofascista, el fascismo actual se articula en torno a una defensa férrea del statu quo basado en el gas y el petróleo, en estrecha relación con el racismo. Este profesor de la Universidad de Lund (Suecia), temporalmente afincado en Estados Unidos, es capaz de establecer vínculos transcontinentales para examinar un panorama global nada halagüeño marcado por la crisis climática. Elogiado por la mismísima Naomi Klein, su voz es una de las más originales y atrevidas del pensamiento ecologista. Charlamos tranquilamente, más allá de su libro: Gaza, la movilización ciudadana y las políticas de Biden también le preocupan.
¿Cómo surgió este libro? ¿Por qué lo escribiste?
Vivo en Estados Unidos, y no van a pasar muchos meses hasta que Donald Trump vuelva a ser presidente. La primera vez que lo fue [2016], se notaba un estado de shock entre la gente, también en el ecologismo, porque, de repente, teníamos el negacionismo que creíamos parte del pasado en la Casa Blanca. No era un caso aislado: vimos el ascenso de partidos similares, negacionistas, en Europa; en Brasil estaba Bolsonaro… Así que el libro surgió en este momento, y mayormente se redactó en 2019. Era un intento de lidiar con estas fuerzas políticas de la extrema derecha, y con la manera en que negaban la crisis climática y hacían todo lo posible por impulsar los combustibles fósiles.
Luego empezó la pandemia, lo cuentas en el libro… ¿Crees que la COVID-19 cambió la política en general, en el sentido de que supuso un parón para movimientos muy visibles entonces como Fridays for Future [Juventud por el Clima en España], o Extinction Rebellion, y contribuyó a que la derecha se adueñara de nociones como la «libertad» debido a los confinamientos?
La pandemia fue un desastre total para los movimientos ecologistas, pero no creo que se la pueda culpar exclusivamente. Fridays for Future y Extinction Rebellion decidieron que teníamos que suspender nuestras actividades e irnos a casa. Estas decisiones se tomaron en un momento de conmoción e inseguridad, y la gente pensó que era imposible lanzarse a las calles en estas condiciones. Ahora bien, medio año más tarde tenemos el asesinato de George Floyd y las mayores protestas de los Estados Unidos, así que, de hecho, no era imposible una movilización masiva en las calles durante la pandemia, pero el ecologismo quizá no lo sabía. Se tomó esa decisión, que fue, en cierto sentido, suicida, porque mató la ola de movilizaciones de 2019. Y luego esa energía no se recuperó, así que estamos viviendo en la estela de la pandemia, pero no estoy seguro al 100% de que la COVID crease cambios políticos duraderos en nuestros países. En los últimos ocho meses, Palestina está causando un mayor impacto en el escenario político que la pandemia.
Fue un desastre que Trump ganara las elecciones en 2016, y quizá hasta vuelva a ocupar la Casa Blanca, pero ha habido una gran decepción respecto a Biden. Se podría argumentar que su plan climático es un plan de seguridad energética: ha concedido un gran número de permisos de extracción de gas y petróleo. ¿Esto no es otra forma de negacionismo?
Sí. Usamos la metáfora del péndulo en la política estadounidense: entre las medidas aparentemente progresistas de Obama, luego Trump, luego Biden –similar a Obama–, luego otra vez Trump… Los presidentes demócratas, por supuesto, aceptan la ciencia del cambio climático, no son negacionistas en ese sentido, y además han apoyado medidas para la instalación de energías renovables y cosas así. Lo que no han hecho –a eso te refieres– es intentar quebrar el poder de la industria de los combustibles fósiles y poner algún tipo de límite a la extracción [de gas y petróleo]. En el libro hablamos de la relación entre la gobernanza capitalista y el negacionismo más duro de la ultraderecha, una relación antagonista pero también productiva. Claro que existe una diferencia significativa entre las políticas climáticas de Biden y Trump, pero Biden nunca ha intentado ningún tipo de control de la industria de los combustibles fósiles. En consecuencia, ésta sigue ahí, más poderosa que nunca, y favorece a Donald Trump, porque él no tiene la pretensión de hacer nada respecto a la crisis climática, así que los presidentes republicanos son una apuesta segura contra cualquier forma de política medioambiental. Pero la inutilidad de los presidentes demócratas en lo que respecta a la industria fósil es, asimismo, lo que mantiene a esa industria tan bien posicionada y poderosa como para recuperar poder político constantemente a través de un presidente republicano…
No sé si has leído unas declaraciones recientes de Trump: se reunió con los jefes de las principales petroleras y les dijo: «si me proporcionáis apoyo [económico] para mi campaña presidencial, me aseguraré de eliminar todas las regulaciones climáticas cuando llegue al poder».
Lo de Biden me sigue pareciendo un tipo de negacionismo. ¿Sabes que está perdiendo apoyos entre la gente joven? En parte por el conflicto en Gaza, pero también por su inacción respecto al cambio climático.
Sí, se puede analizar como un tipo de negación, en el sentido de que niega lo que se debería hacer [en términos climáticos]. Y, por supuesto, respecto a Gaza y el genocidio la negación es extrema.
En el libro cuentas que la inmigración es un tema importante en las campañas de la extrema derecha y cómo se relaciona con la industria fósil. Ahora bien, el cambio climático está provocando, y provocará, millones de refugiados que vendrán a los países de occidente. ¿No podrían esos partidos afrontar el problema para evitar la oleada de refugiados, aunque sea por motivos completamente racistas y xenófobos? ¿Puedes explicar mejor la lógica de su pensamiento?
En la extrema derecha se pueden encontrar algunos ecofascistas argumentando eso mismo, que hay que parar el cambio climático para que los migrantes no vengan, pero estas voces son marginales. En el libro analizamos cómo el proyecto fundamental de la ultraderecha en el norte global es defender los privilegios de los blancos, y estos privilegios están profundamente ligados a los combustibles fósiles y tecnologías derivadas. Eso es lo prioritario. Creo que lo más importante en la mente de la extrema derecha es proteger su vida privilegiada, defender un estilo de vida que es… una isla de afluencia, contra la inmigración, pero también contra cualquier tentativa de cuestionar los coches, la carne, etc. Eso quiere decir que la resistencia a las políticas climáticas domina su agenda.
¿Crees que es posible una Europa y un Estados Unidos completamente fascistas, gobernados por regímenes fascistas, pronto? Quizá nos encaminamos a eso, ya que los partidos (social)demócratas no actúan con contundencia y la derecha promueve activamente el capitalismo fósil, tenemos una política migratoria bastante dura, y además, de fondo está la guerra en Ucrania…
Creo que hay un movimiento que apunta hacia esa dirección, pero no diría que Europa o Estados Unidos estén gobernados por partidos fascistas. Siempre está la pregunta de la definición exacta del fascismo, cuándo empieza… es un debate complicado. La definición que barajamos en el libro gira alrededor de la violencia a gran escala contra la gente no blanca y eso se vincula a la expansión de los combustibles fósiles: es lo que llamamos fascismo fósil. No es completamente imposible que nos acerquemos a ello durante una segunda presidencia de Trump. Por ejemplo, ha dicho que será un dictador para que podamos «perforar, perforar, perforar» [pozos de gas y petróleo], que quiere deportar a 10 millones de personas no blancas, y parece mucho más agresivo que antes en lo referido a eliminar políticas climáticas y promover la extracción fósil sin límites… Claramente, hay una posibilidad, un riesgo de desarrollar políticas mucho más brutales en lo racial y en lo climático que durante su primer mandato. Si las cosas suceden así… quién sabe, sería la hora de empezar a hablar de fascismo.
En Europa las tendencias son similares. Creo que hay una «fascistización». Es útil entenderlo como proceso. Pero, por supuesto, el paisaje político europeo es muy variado. Podemos mirar a España: el PSOE, obviamente, no es un partido fascista. Creo que España no se ajusta a los patrones de una extrema derecha más fuerte, porque a VOX le ha ido muy mal en las últimas elecciones. También en lo referido a Palestina. Desde mi punto de vista, España es uno de los países menos locos de Europa. Suecia, por ejemplo, es terrible, y se encuentra de facto gobernada por un partido que ataca a las personas no blancas y está empeñado en destruir cualquier medida climática.
En el libro hablas de «aparato ideológico del Estado» en el sentido utilizado por el filósofo Louis Althusser, y lo relacionas con el negacionismo inicial de algunas empresas y gobiernos («no existe el cambio climático»), que luego se transformó en greenwashing. ¿En qué momento nos encontramos ahora respecto a las estrategias comunicativas que tienen que ver con el clima, teniendo en cuenta que vivimos en la era del algoritmo? ¿Has pensado en cómo parar la desinformación provocada, por ejemplo, por bots?
No. Otras personas han investigado cómo los bots pueden ayudar a diseminar los mensajes de la extrema derecha, y tienes razón en que las redes sociales han acelerado la difusión de las mentiras. Pero no creo que la principal estrategia comunicativa de las petroleras sea ahora negar el cambio climático; creo que es hablar de la captura de carbono, decir: «estamos investigando estas tecnologías, somos parte de la solución» y, posiblemente, mostrar que podemos continuar con el petróleo y el gas porque hay mecanismos para reducir el CO2. ExxonMobil, por ejemplo, era una empresa inicialmente negacionista y ahora dice que el Santo Grial es la captura de carbono. Eso es una estrategia de comunicación, porque no están invirtiendo mucho dinero, y es extremadamente dudoso que la captura de carbono funcione a gran escala. Pero lo que están haciendo es crear una imagen de sí mismos como empresa que apoya los esfuerzos para sacar el CO2 de la atmósfera. Eso es una forma de negacionismo, de mentira.
Explicas que el amor por la naturaleza siempre ha estado presente en el fascismo tradicional. Me pregunto si esto se puede transformar para implementar regulaciones climáticas o incluso desmantelar el ecofascismo desde dentro.
Mmm… Creo que las pocas tendencias ecofascistas que había cuando estaba escribiendo este libro [2019] han perdido fuelle desde entonces. El ecofascismo fue un intento de la extrema derecha de responder al interés climático de los jóvenes, pero ese interés está silenciado por diferentes razones. Por ejemplo, desde que comenzó la guerra en Palestina, ocupa un lugar secundario en la política; el foco está en Palestina. El ecofascismo está ahí, pero muy débil, y yo no diría que guarda ningún potencial para hacer nada bueno respecto a las emisiones o la destrucción medioambiental en general, porque ataca a las personas no blancas como (en teoría) el origen del problema, ¡y ellos no son el origen del problema! La idea de que si deportamos a la población musulmana de Francia mejorará la situación del clima es un disparate. No va a mejorar nada, ¡sería un crimen horrible! Deberíamos mostrarnos 100% vigilantes y hostiles frente al ecofascismo.
Creo que me he expresado mal. He notado ligeras conexiones entre grupos ecologistas de izquierdas y gente de derechas que tienen que ver con la preservación de la naturaleza, el amor a la tierra, cultiva tu propio huerto…
Sí, hay puntos de convergencia, similitudes, especialmente en lo relacionado con lo local: me mudo al campo y protejo mi finca, y la mantengo limpia y sostenible… Lo que hacemos en el libro es precisamente advertir sobre esa retórica ecofascista. Pretendemos crear conciencia dentro del movimiento ecologista sobre esta corriente política con la que no deberíamos tener ningún contacto ni convergencia retórica. Pero aún se puede encontrar, en los márgenes del ecologismo, a gente que piensa que la sobrepoblación es la fuente del problema.
Para terminar, ¿cómo crees que debería movilizarse la ciudadanía para evitar lo peor? Ya que te enfocas en los partidos políticos y las empresas… ¿qué debería hacer la gente corriente?
Deberíamos recuperar las acciones del movimiento climático que había en 2019, algo similar pero a gran escala, y con mayor diversidad de tácticas. Ahora mismo está todo muy tranquilo, pero los desastres climáticos nos van a golpear en un futuro próximo, en España, en Suecia, ocurre todo el tiempo en el sur global… En algún momento tendremos que responder con una lucha masiva, porque obviamente las clases dominantes y los gobiernos no van a hacer nada al respecto, no por voluntad propia. La gente común, por desgracia, tiene una gran responsabilidad y una gran misión histórica por delante.
Quizá las protestas por Gaza sean una buena señal. Ver a esos estudiantes movilizados, ¿no te da esperanza?
Sí, es fantástico, aunque no tiene mucho que ver con el clima, pero yo mismo estoy muy comprometido con esta causa [Palestina].
Pero tiene que ver con la protección de la vida, con no permitir ciertas injusticias, con romper con las generaciones anteriores en muchos aspectos, es antirracista…
Sí, sí. Hay muchos vínculos con el clima y, por supuesto, las voces contra el genocidio en Palestina expresan que no puede ser normal que decenas de miles de personas sean asesinadas únicamente porque no son blancas, son sólo gente pobre en Gaza, y ¿sabes?, esto tiene implicaciones respecto a la crisis climática, que es una máquina planetaria de matar a gente no blanca, y normalizar su muerte. Claro que es prometedor este movimiento, ojalá crezca.
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