Madrid, 21 oct (EFE).- Mientras las principales potencias alegan que «no hay dinero» para ayudar a los países pobres a lidiar con la crisis climática, «esas naciones más ricas han aumentado su gasto militar en un billón de dólares”, lamenta el escritor Amitav Ghosh, quien asegura a EFE que se está ante «un momento como ningún otro, en plena Tercera Guerra Mundial”.
“Toda la atención global está ahora centrada en los conflictos”, prosigue en una entrevista con EFE el novelista indio, a quien le cuesta ver que el movimiento climático pueda seguir “llamando la atención tanto como lo hacía antes”, y no augura un buen resultado para los partidos verdes en Europa.
Ghosh confiesa que ha perdido algo de esperanza en estos últimos años, desde que comenzó a escribir su libro ‘La maldición de la nuez moscada’ -una historia sobre la brutalidad del colonialismo pero con reflexiones finales más optimistas-, tras constatar que “el mundo avanza por una muy mala dirección”.
Este ensayo, que acaba de publicar la editorial española Capitán Swing, repasa la historia de la crisis ecológica y sus lazos con el imperialismo europeo, construido sobre una serie de intervenciones ambientales que impulsaron los colonos mientras arrasaban con los pueblos originarios de otros continentes, con su forma de vida y su manera de relacionarse con el entorno.
Ese proceso de colonización provocó un impacto a largo plazo en esos lugares, asevera Ghosh, y ahora «muchos de ellos son los más amenazados por la crisis climática».
Además, «el colonialismo sentó las bases de las enormes disparidades que hoy vemos», desequilibrios que se reflejan no solo en la diferente capacidad de los países en desarrollo de adaptarse a los fenómenos que son consecuencia del cambio climático -al que históricamente apenas han contribuido-, sino también en sus posturas sobre cómo mitigar las emisiones de CO2.
“Muchas de esas antiguas colonias se resisten a aceptar límites a sus emisiones porque consideran que el problema en realidad viene del mundo occidental”, incide el escritor indio.
Ghosh denuncia además que “muchos países coloniales están tratando de imponer al resto del mundo soluciones que al final tendrán consecuencias desastrosas para el Sur global” y así se perpetúa esa lógica colonial que perfila en su libro.
El autor argumenta que la ruptura con la cosmovisión de los pueblos nativos -en un esfuerzo por “desacralizar la naturaleza” que dio lugar a la idea de un “medioambiente” como algo “inerte” y ajeno a la vida humana- dio alas a la concepción mecanicista del mundo que legitimaba la colonización y el antropocentrismo.
“La idea occidental de “naturaleza” es, por tanto, la clave que confiere y al mismo tiempo oculta el verdadero carácter de la guerra biopolítica”, escribe Ghosh.
“Todavía se oyen ecos de esta historia, por ejemplo, cuando los negacionistas estadounidenses del cambio climático afirman que las fluctuaciones en el clima son ‘naturales’ y, por tanto, inmunes a la intervención humana”, agrega.
Así y todo, el escritor no ve únicamente oscuridad en el futuro: por ejemplo, valora los “pasos importantes” que ha dado el movimiento de defensa de los derechos de la naturaleza, que pide dotar de personalidad jurídica propia a ríos, glaciares o lagunas, como ha ocurrido en Nueva Zelanda, en la India o en España, donde se considera el Mar Menor como sujeto de derechos.
“La gente está empezando a reconectar con la Tierra de maneras muy importantes”, subraya Ghosh, que celebra que este movimiento haya empezado a cobrar fuerza “hasta el punto de que se habla de los derechos de los árboles y de los bosques”.
En todo caso, “teniendo en cuenta la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos”, Ghosh recalca que se debe «pensar en múltiples formas de abordarla”; sumando la vía legal a la de las protestas, entre otras.
Para Ghosh una pregunta importante es la que hay que formular a los escritores, “y especialmente a los novelistas”, a quienes insta a que se paren a reflexionar en “cómo hacer menos antropocéntricas sus historias”: cómo encontrar otras formas de escribir y de contar el mundo. EFE
Ver artículo original