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Ambición sin límites y trabajo basura: un periodista infiltrado en el delirante mundo de las ‘startups’

Por El Mundo  ·  02.11.2021

“Crecer rápido, perder dinero, montar una hermandad estudiantil, salir a bolsa, hacerse rico”. Ese es el modelo de éxito que ha triunfado en Silicon Valley, donde veinteañeros que sueñan con “cambiar el mundo” y “reventar Internet” fundan startups cada día con el verdadero objetivo de dar el próximo pelotazo y convertirse en el nuevo Jeff Bezos. Un mundo tan extraño y delirante como el del sector digital necesitaba un cronista a su altura y ese es Dan Lyons, periodista de la vieja escuela que acabó trabajando en una de esas empresas y ha sobrevivido para contarlo. Su ensayo Disrupción, publicado originalmente hace cinco años y que llega ahora a España de la mano de Capitán Swing, es “una visión humorística de mi propio fracaso personal y la cultura de las startups en general, más que un análisis sobre una compañía en concreto”.

Lyons, el mismo tipo cáustico e incisivo que había conseguido más de un millón de usuarios con el blog del Falso Steve Jobs y que tenía 52 años cuando fue despedido de Newsweek, decidió buscar trabajo en el departamento de marketing de alguna de esas compañías tecnológicas en las que “desde fuera, parecían pasárselo mucho mejor que nosotros, tenían supuestas ventajas laborales y parecían muy competentes”. La elegida fue HubSpot, una prometedora compañía de Boston centrada en el marketing online, pero la experiencia fue más bien deprimente. La Absolutamente Alegre y Formidable Secta de la startup, como la llama en el libro, es un lugar en el que reina la “pura palabrería idiota sin adulterar” y en la que el acoso laboral y el caos organizativo son la norma. “Gente que trabajaba en otras compañías similares me había advertido que podía parecer que tenían un plan, pero internamente eran un verdadero desastre. No supe hasta qué punto eso era cierto hasta que no empecé a trabajar en HubSpot”, cuenta por videoconferencia.

Esas prácticas que parecen una parodia sacada de Silicon Valley, la serie de HBO en la que el propio Lyons ejerció de guionista durante dos temporadas, eran reales como la vida misma. Dharmesh Sha, director tecnológico de HubSpot en aquel momento, escribió un artículo sobre la idoneidad de llevar un osito de peluche a las reuniones para que todos tuvieran en cuenta la visión de los clientes. Y lo llevó a la práctica. “Fue constatar que el emperador iba desnudo”, afirma Lyons. “Era algo obviamente ridículo, pero los demás se lo tomaban tan en serio que resultaba todavía más gracioso”. No fue lo único: en esas oficinas que parecían la escuela Montessori de sus hijos (“muchos colores brillantes, muchos juguetes y una habitación para echar la siesta con una hamaca”) , Lyons tuvo que asistir a charlas de orientación “en las que teníamos que decir cuál era nuestro superpoder. Es algo que oyes por ahí: ‘guau, fíjate en el superpoder de John’. No, déjate de chorradas, a John solo se le da bien la contabilidad”. También tenían los Viernes Intrépidos, “que se suponía que servirían para encontrarnos a nosotros mismos haciendo actividades de teambuilding. Básicamente, la gente acabó dejando de lado su trabajo para pintar cosas”.

Todo muy divertido, hasta que descubres que esa misma empresa que te invita a ser intrépido empieza a convertir tu día a día en un infierno hasta que decides dimitir por pura autoestima. No es algo exclusivo de la empresa para la que trabajas, sino que forma parte del ADN del ecosistema corporativo digital. “La riqueza está distribuida de manera totalmente desequilibrada. Por ejemplo, cuando Microsoft salió a bolsa en los años 80, a todo el mundo que trabajaba para la compañía le fue extraordinariamente bien. De repente, secretarias y asistentes eran millonarios. Lo que vemos ahora con esta deriva de la economía digital es que casi todas las recompensas van a un grupo muy pequeño de personas que están en lo alto: los fundadores y las firmas de capital riesgo que invirtieron en ellos. Y eso lo consiguen tratando fatal a los empleados. Jeff Bezos es el tipo más rico del mundo, su fortuna se estima en más de 200.000 millones de dólares, pero los trabajadores en los almacenes de Amazon sufren unas condiciones laborales que son el equivalente a las de una fábrica textil a principios del siglo XX”.

Ese aspecto, el de la degradación y la precariedad laboral, en el que Lyons centró un segundo libro, Lab Rats (inédito aquí), es el que más le preocupa ahora. “Siempre me alucina leer noticias en las que los empresarios no consiguen entender lo que está pasando. ¿Por qué hay escasez de trabajadores cualificados?, se preguntan. Al ser todos tan defensores del libre mercado deberían saber la respuesta: es una cuestión de oferta y demanda. Si no quieren trabajar para ti, tendrás que aumentar los salarios y mejorar las condiciones laborales hasta que la gente empiece a cambiar de opinión”. La uberización de la economía tampoco ayuda. “El argumento de Uber y otras compañías similares sobre lo ‘maravilloso’ que es ser autónomo cae por su propio peso. Oh, es genial no tener ningún beneficio laboral, ninguna seguridad o estabilidad y que tu horario lo maneja un algoritmo, hasta que la máquina un buen día te pone de patitas en la calle. ¿No es maravilloso? Piensa en la libertad, te dicen: trabajas cuando quieres, eres como un emprendedor, tienes tu propio pequeño negocio… Es orwelliano, algo realmente enfermizo”.

Más allá del relato de las locuras que vivió en HubSpot, de cómo las dinámicas de trabajo están cambiando o de los chascarrillos que salen de la sala de guionistas de una comedia de HBO, Lyons revela en Disrupción las grietas de una burbuja que no para de crecer y que tiene en las criptomonedas y los NFTs su última encarnación. La conclusión es amarga y el porvenir, distópico. Ese tipo que traía el osito de peluche a trabajar ahora es milmillonario. Así que, ¿quién ríe el último? Yo conseguí un chiste divertido sobre un oso de peluche y él consiguió 1.000 millones de dólares”.

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