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“Al capitalismo verde y amable le viene muy bien que pensemos que somos buenos ciudadanos verdes”

Por eldiario.es  ·  12.09.2020

La ansiedad y la culpa son sentimientos paralizantes. Cuando aparecen nos bloquean, nos dejan en una fase rumiante que nos impide el paso a la acción. En los últimos años, los de la emergencia climática, se ha creado un tipo de ansiedad vinculada a la acción humana sobre el planeta. La huella humana es potente y, si no cambia nuestro modo de consumo, la infraestructura y la superestructura en términos marxistas, los problemas serán cada vez mayores. Andreu Escrivá, ambientólogo, divulgador, y exasesor en el comité de expertos contra el cambio climático acaba de publicar con Capitán Swing Y ahora qué hago, un ensayo a modo de guía para superar la “ansiedad climática” y pasar a la acción, individual y colectiva, que comenta con elDiario.es la víspera de llegar a las librerías.

El libro iba para abril y se retrasó a septiembre por la pandemia. ¿Cree que ha cambiado algo?

Sí y no. Al principio me dio un poco de rabia porque íbamos con los tiempos algo ajustados. Veía que el coronavirus tenía relación, que estaba en el ambiente la duda. Se empezó a hablar de que la pérdida de la biodiversidad es uno de los vectores de la pandemia. Se empezó a hablar de la contaminación, la semana de cuatro días laborables, de la necesidad de tener tiempo… Temas que había tratado en el libro. Había temas sobre la mesa que podían cambiar algo de lo que estaba diciendo. Pero desde hace un par de meses me he dado cuenta de que no han cambiado tantas cosas; estamos en una emergencia sanitaria con unos tiempos muy distintos a los de la emergencia climática y con prioridades distintas. Y lo que es el libro funciona por sí solo. Creo que es necesario recuperar el impulso de acción climática que había antes a nivel de movilizaciones, acción legislativa, movimientos de la sociedad civil… Han cambiado cosas, pero en lo fundamental, creo que el libro es más actual. La necesidad de cambiar de valores, tener más tiempo, las excusas, las estrategias de empresas para bloquear la acción contra el cambio climático siguen siendo las mismas. Si acaso, es más urgente aplicar estas cosas.

La pandemia parece que nos demostró que, si paramos un poco, al planeta le va bien. Pero con la desescalada y el desconfinamiento también ha habido una desescalada en las preocupación por estos temas.

En un primer momento que parecía que si la naturaleza renace, que si nosotros somos el virus, que si la contaminación la podemos parar… El día que más bajaron las emisiones fue el 7 de abril, que se emitieron más del 80% de emisiones del año anterior, así que parece que al planeta no le va tan bien. Seguimos estando a niveles de emisiones que son insostenibles y estructurales; es un problema del sistema, no es una cuestión de quedarse en casa. Además de eso, hay algunas lecturas que se han hecho después: que la deforestación aumentó en Asia, África y América Latina durante la pandemia. Esta visión de la pandemia como enseñanza creo que es muy negativa; nadie quiere que una tragedia le enseñe nada, hay que pasarlo cuanto antes con justicia social y salir con un sistema reforzado de salud pública y seguir afrontando los retos climáticos. Lo que sí que muestra no es lo fácil que es frenar las emisiones; claro que lo es, mañana cerramos las fábricas, la industria y prohibimos la circulación de coches y estamos genial de emisiones. Es simple, pero es muy complicado. Lo que nos ha demostrado la pandemia es que nuestras emisiones, nuestro modo de vida y producción de recursos, provienen de un sistema que es muy resiliente, al sistema le da igual que nos quedemos en casa porque sigue emitiendo el 80%. No comparto la visión esperanzada, aunque sí que la entiendo. Entiendo que la gente vea el cielo limpio en Madrid y no pueda evitar pensar que es bueno. Tenemos que quedarnos con aquello que pensamos que es bueno e intentar aplicarlo con otros medios que existen. El sistema tiene tanta inercia, nuestras emisiones, lo que hacemos, que un parón tan breve no se va a notar, no es el camino y no nos va a enseñar nada.

Me refería a una desescalada en la conciencia, en las preocupaciones. Pasar de valorar escuchar los pájaros en tu ciudad a tirar las mascarillas al suelo en el campo.

Un concepto que usaba hace tiempo es el de la piscina de las finitas preocupaciones. Todos tenemos preocupaciones finitas y las podemos dirigir hacia determinadas cosas. El medio ambiente a menudo pasa a un plano secundario. Al principio valorábamos el aire limpio y el canto de los pájaros; ahora parece que como la prioridad era volver a la normalidad, por motivos evidentes, el resto de cosas han pasado a un segundo plano. Las mascarillas me preocupan, como el plástico, pero no es el gran problema ambiental; es enorme, pero el problema es el sistema, los recursos naturales y las emisiones. Lo que veo es una relajación de normas, costumbres, también en la propia emergencia sanitaria, pero que en la cuestión ambiental… Creo que no se tiene que ligar la pandemia con el cambio climático, porque entenderemos que dejamos la preocupación atrás. Creo que ahora debemos recuperar la preocupación que teníamos y ser capaces de sobreponernos al momento de ‘vale todo’. Por eso creo que el libro llega en un momento adecuado, porque tenemos un peligro muy serio de olvidarnos de la crisis climática y estamos en una década crucial. No da igual que este año lo perdamos, tenemos que tomar acciones decididas ya.

¿Qué peso tiene la acción individual en la lucha contra el cambio climático?

Lo único que transforma es la lucha colectiva. La acción individual suma, la colectiva transforma. Hay cambios que no pueden conseguirse por la simple agregación de acción individual, de nuestras parcelas. Aunque nosotros hagamos nuestra parcela, hay cosas que no van a cambiar si no cambiamos estructuras. La acción por el cambio climático es única: hay una parte personal y una colectiva, pero una implica a la otra. Necesitas implicarte a nivel colectivo, en redes, a nivel político, sindical, vecinal para obtener cambios.

En Valencia se ilustra con el carril bici. Coger la bici para ir al trabajo es una acción individual, pero necesitamos un marco colectivo que posibilite esa decisión: que haya carriles, conciencia en los conductores, aparcabicis… Necesitamos marcos colectivos para generar estas acciones que se retroalimenten. Pero hay una línea muy fina y muy difícil de explicar; al capitalismo verde y amable le viene muy bien que pensemos que somos buenos ciudadanos verdes, que sigamos consumiendo como siempre, con etiqueta eco. Una vida sostenible no está hecha de productos eco, está hecha de acciones distintas. No tenemos que comprar las versiones eco, la cuestión es que hay que ir a la raíz del sistema. Eso sí que nos lo ha enseñado el coronavirus, un experimento a nivel global, con el hecho de quedarse en casa; a nivel individual hace que cambiemos comportamientos. La acción colectiva empieza por la acción personal, que es valiosa por sí misma y puede llegar a transformar lo que hay alrededor. No cambias por ti mismo, cambias una parte de tu entorno. Como animales sociales, si vemos que a alguien le preocupa algo, también nos preocupamos.

La acción individual se ha denostado por algunos colectivos ecologistas porque algunas empresas se apropiaban de ella y la han utilizado como una especie de limpieza de conciencia.

Es el dogma neoliberal, ¿no? Diferenciarte como individuo para poder venderte algo.

Si te segmentan, cuánto más, mejor. Lo hemos visto con las mascarillas, que la gente que no se las pone dice que tiene la libertad para no ponérsela, que quién eres tú para decirle que se la pongan, que es su libertad. Ese culto a la libertad de las personas por encima de todo nos lleva a una atomización de la sociedad. Eso provoca que te preocupes sólo por tí. En el cambio climático, ensalzar al máximo la libertad individual no ha funcionado, aunque nos ha hecho sentir muy bien durante mucho tiempo. Claro, cuando tu reciclabas y ponías 4 leds en casa, te sentías muy buen ciudadano. Y eso previene que tomes decisiones realmente transformadores.

En el libro habla del concepto de ecoansiedad, ansiedad climática. ¿Qué significa?

Es un concepto relativamente nuevo. Creo que hay dos tipos. Una catastrofista, de ver que todo va a peor; los informes del cambio climático pintan negro y es agobiante, vemos noticias negativas, pensamos que el futuro va a ser peor… es un agobio a largo plazo. En los agricultores se ha detectado más; las condiciones cambiantes les afectan mucho y hay agobio por previsiones de futuro, si desaparece la playa, el tipo de cultivo, si no puedo dormir por el calor… La segunda, que es la que trato fundamentalmente en el libro, es la de no saber qué hacer, la de plantearse qué hacemos. Cuando nos lo planteamos, pensamos o que lo que hacemos no vale para nada o nos refugiamos en el individualismo verde y hacemos nuestra parcelita. Esa ansiedad creo que viene porque tenemos muchas soluciones que no atacan el problema base. Reciclando las latas o cogiendo la bici dos días por semana, es difícil parar el cambio climático. Hay gente a la que su modo de vida no se lo permite y te lleva a la mala conciencia. Al final tienes una ansiedad tan elevada que te lleva a no hacer nada. Que no puedes hacerlo todo o que después de reciclar coges un avión. Cuando lees que con lo que contamina un avión es como estar un año entero conduciendo… piensas que no puedes hacer nada. La gente coge la calculadora de carbono; vale, ayer me comí un trozo de carne, mañana ¿podré coger el coche? Se sienten mal todo el tiempo. Y hay gente que opta por eliminar estos pensamientos de su cabeza, por hacer lo que puedan. Si las 100 empresas que mas contaminan del mundo, lo hacen un 70%, qué mas da lo que haga. Escribo este libro porque creo que el agobio indica que se entiende qué es la crisis climática pero conduce a la inacción, que es el camino que no debemos tomar.

¿Cree que tiene que ver con cómo se hace la divulgación, con cómo damos las noticias los medios? Si decimos que a partir de mañana entramos en deuda climática, pero la semana que viene no ocurre nada… ¿Es un problema de percepción de tiempo?

Entramos un poco con la fábula del lobo, que viene el lobo. Durante mucho tiempo se han vendido mensajes catastrofistas que los negacionistas exageran. Hay cierto catastrofismo por parte del ecologismo y la prensa que vende más, que ha servido como hombre de paja para los negacionistas, para luego decir ¿veis? No pasa nada, estamos igual. La memoria meteorológica es corta, cada 5 años reseteamos la cabeza y entendemos que las condiciones que vivimos son las normales. El verano ahora dura cinco semanas más que en los ochenta, hay en Valencia el doble de días por encima de 32 grados; en mi vida, la mitad de los glaciales han perdido la mitad de su extensión, la vendimia se adelanta dos días cada año. Pues claro que pasa. No ha llegado el fin del mundo, pero claro que pasa.

En los medios ha habido una cobertura deficiente del cambio climático, pero creo que se está reflexionando sobre esto. En el congreso de Euskadi sobre medios y cambio climático se asumieron errores, como dar voz a los negacionistas, que hace pensar a la gente que tampoco lo tienen claro los científicos. Los científicos están absolutamente de acuerdo en que hay un cambio climático de origen humano. El catastrofismo es poco beneficioso, aunque hay tanto debate sobre el tratamiento… Hay periodistas que dicen que hemos llegado a tal punto que informar de ello con todas las consecuencias es simplemente informar. Pero, pese a las imágenes de inundaciones, no se habla suficientemente de algunos temas, de las energéticas por ejemplo, qué significa la pérdida de biodiversidad, ni se hace lectura crítica de los coches eléctricos, que tampoco es el modelo de movilidad. Hay sensacionalismo de catástrofes, pero no se habla lo suficiente de temas muy graves.

Dice que no hay que culpar al capitalismo de todos los males porque el modelo de la URSS tampoco era la panacea. ¿Pero el neoliberalismo es compatible con la vida sostenible?

No. Lo demuestran los estudios. Esta versión salvaje del capitalismo no es compatible con el medio ambiente. Cuando hablo de la URSS lo hago porque también tenia interés en el crecimiento contínuo, de una forma distinta, redistributiva, pero el objetivo era crecer. Este capitalismo que tenemos en la gran mayoría del mundo es absolutamente incompatible porque se basa en que los recursos son infinitos y no es así. Es imposible por definición propia que haya un desarrollo sostenible en el tiempo, que no es una etiqueta, que respete los límites planetarios si estamos actuando como si no hubiera límites planetarios. La economía engulle a la ecología.

A diario empleamos un montón de cosas de usar y tirar. La ensalada que comemos en el despacho, el café para llevar que tomamos corriendo. Cogemos un vuelo low cost para exprimir una ciudad un fin de semana, compramos fast fashion para estrenar algo cada dos semanas. Nuestro ritmo, modo, estilo de vida…¿Cuánto tiene que cambiar para que sea sostenible?

Mucho. Es muy difícil, no hay una receta clara de transición. El Green New Deal puede ser eso, nos puede ayudar a transitar hacia allí. Los límites de la sociedad occidental tenemos que replantearlos muchísimo. La economia lineal, comprar de usar y tirar; ahora pasa a la economía circular, que no es circular, es espiral; ningún material resiste un reciclado continuo. Tenemos que reducir la esfera de la economía y luego hacerla circular. No podemos hacernos ilusiones con que con procesos de reciclaje de todo vamos a poder llevar el ritmo de vida que llevamos. Lo hacemos a costa de la biodiversidad y de la vida de seres humanos que sostienen con su miseria el tipo de vida que llevamos. Todos tenemos incoherencias, momentos en los que no seguimos aquello que pensamos, pero es así. Tenemos que cambiar los valores, que en la ropa el valor no sea estrenar cada 2 meses, sino que te dure lo máximo. En el tema de viajar, es un tema delicado, pero tenemos que plantearnos si queremos coger la oferta de la compañía de a ver donde nos vamos por 10 euros, que debería costar mucho más por impuestos ambientales, pero deberíamos plantearnos prioridades y de ahí cambiar nuestro modo de vida. Estamos consumiendo muy por encima de lo que es sostenible. Es inviable de un día para otro decir que todo se ha acabado, es evidente que no se puede; por eso digo que el coronavirus no es una buena experiencia. Pero se puede empezar con tiempo, con valores distintos. Se puede viajar en tren por Europa, en lugar de avión. Necesitamos tiempo, valores, que el valor del viaje no sea trasladarse en 2 horas o ir al mayor numero de lugares, sino disfrutar de forma más lenta. Como es tan personal, enlazo con lo que comentabas del neoliberalismo, parece que nos metamos en la vida de la gente a decirle como viajar o comer. No es así, pero necesitamos cambios, los necesitamos rápido y tienen que poderse ejecutar. El café, el plástico que se tira… Mucho de esto lo compramos porque no tenemos tiempo, parte del gasto energético se debe a la falta de tiempo. Una forma efectiva es ir más lentos para poder hacer más cosas. Con este ritmo de vida tratamos de comprar más tiempo. Reclamo dejar de hablar de estilos de vida y empezar a hablar de condiciones de vida. Tiempo, condiciones laborales, humanas. Y lo que nos vende el capitalismo verde es cambiar de estilo de vida.

Es que estilo de vida suena más a revista de tendencias. Es algo crítico con el Green New Deal, tan actual en los programas de los partidos. ¿Por qué?

Hay un debate en el ecologismo. Algunos ven que el colapso es inevitable y otros que creen que es una herramienta útil. El problema es que vale para un montón de cosas: los Green New Deal neoliberales que quieren dar dinero a empresas energéticas para hacer medidas cosméticas o el que apuesta por una transición justa, de cambio en patrones de consumo y movilidad. No es la panacea, ni un estadio final; no queremos llegar a él, queremos transitar por el él porque nos permitirá llegar a espacios que no conocemos, muy difusos, a plantearnos decrecer. En aspectos materiales, pero crecimiento en otros aspectos. Hablamos de decrecer en el PIB, que es un mal indicador de bienestar humano. No es que sea crítico, me inclino por esa opción, pero tiene que ser algo rápido, no una discusión teórica constante, que escojamos bien un moedlo ambicioso. No podemos decir ‘paquete de medidas verdes’ y venderlo fantástico y en 10 años estar igual. Hay que apostar por elementos transformadores de verdad, como la de Emilio Santiago y Héctor Tejero -autores de Qué hacer en caso de incendio-. Es muy fácil ser un agorero y es muy difícil imaginar alternativas al capitalismo. Parece que no hay otra forma de organizar la economia, los estados, que no sea esta.

Crear una distopía es más fácil que pensar una utopía.

Exacto. Con el coronavirus hay mucha más gente que habla de distopías que de utopías. Creo que la literatura es una buena muestra: Zombies, virus, hecatombes… frente a la literatura utópica del siglo XIX. Es más fácil imaginar el fin del mundo que cómo cambiarlo, pero tenemos que ser capaces de pensar cómo transformarlo.

¿Tiene lógica seguir subvencionando industrias contaminantes con el argumento de no destruir empleo mientras gastamos cantidades millonarias en paliar sus efectos sobre el planeta?

No tiene sentido. Salva empleos, pero tenemos que pensar qué tipo de empresas tenemos que sin subvenciones no son capaces de crear empleo. Mucho libremercado, pero a la mínima que la cosa va mal, nos piden que les subvencionemos. Es un torpedeo de cualquier paquete verde. La Unión Europea lanza muchas proclamas verdes, las medias verdes se acogen muy bien por parte de la población, pero luego se subvencionan oleoductos, empresas de gas y carbón… El Banco Europeo de Inversiones ha cortado ahora con esa financiación. No se puede estar en misa y repicando. Tenemos que ser capaces de ofrecer una alternativa digna a los trabajadores de estas empresas.

¿Es tramposo contraponer empleo a medio ambiente?

Aquí en Valencia lo vimos con el proyecto Intu Mediterráneo. Un empleo ficticio frente a un paraje medioambiental. No es una dicotomia. Tampoco es cierto decir que la sostenibilidad crea empleo o mejora la economia, porque realmente pedimos que la economía baje. Tenemos que ser capaces de garantizar bienestar, cortar los lazos con ciertas empresas y a la vez conseguir una transición justa, nuevas oportunidades a los trabajadores.

Tenemos que empezar a dejar de gastarnos dinero en empresas, gastémoslo en lo que toca, en dar oportunidades a las personas. A las compañías de coches no habría que darles un duro, pero hay que ser justo y reconocer que las energias fosiles han permitido cierto nivel de desarrollo y hay que agradecer ese papel, pero hay que decir hasta aquí.

Hace unos meses, un tribunal británico declaró ilegal la ampliación del aeropuerto de Heathrow en Londres por no cumplir los Acuerdos de París. ¿La justicia está cambiando?

Sí. Confio en que sea capaz de ir sentando jurisprudencia e ir avanzando en esta transformación. En Holanda una ONG denunció al Gobierno porque los objetivos climáticos eran poco ambiciososo. Esto sienta jurisprudcencia para que haya compromisos que sean vinculantes. Si firmas el acuerdo de París, hay cosas que no puedes hacer. Creo que funciona para que veamos que la justicia está de nuestro lado más que para que pensemos que nos va a solucionarl la papeleta. Sus tiempos son lentos y necesitamos actuar pronto.

No nos vale nada que de aquí a 15 años la justicia nos de la razón sobre un pelotazo, un plan urbanístico, una ampliación… Tenemos que impulsar la acción legal, pero no confiarnos; Heathrow sigue siendo insostenible sin ampliación. Van a empezar a haber casos contra energéticas que han ocultado información, similar al tema del tabaco, que costó mucho. El problema es calcular los daños, pero que va a pasar, sin duda. Parte de la sociedad va a empezar a usar las herramientas legales de las que dispone y a presionar a los Gobiernos. Empieza a haber leyes, jurisprudencia. La ampliación de un aeropuerto es incompatible. Si volverian a hacer el aeropuerto de Fabra, probablemente habría un litigio ambiental.

¿Y el Puerto de Valencia? Parece que va por la misma vía: una infraestructura enorme abocada a una causa judicial por una Declaración de Impacto Ambiental.

Creo que es una cuestión puramente legislativa el de las declaraciones de impacto ambiental. Pero hay cosas que son incompatibles, como la ampliacion de la carretera V-21. Tendríamos que ser capaces de no hacerlas sin mediación de la justicia. Pero llegado el caso, es una alternativa más que válida y ejemplificante. Si has firmado esto -una DIA- es para cumplirlo. Y en esto la justicia tiene mucho que decir.

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