A la intemperie

Por ABC De las Letras  ·  02.10.2010

A Cabrera Infante le regalé una vez una caja de cien tabacos de gran vitola, una mezcla exclusiva para él que lle­vaba en la anilla su propio nombre: tripa y capote cubanos. Vuelta Abajo, y capa clara y suave de Senegal; en esa ocasión, nos encontramos en el Wellington y le llevé a Miriam Gómez unjipijapa que muchos lla­man impropiamente Panamá ¡Con qué placer an­tiguo y señorial quemaba aquel tabaco Cabrera In­fante! Derecho y firme, con un placer vicioso que lo marcaba como el fumador que escribió Holy Smoke (Harper & Row), que nadie pudo traducir al español. sino el propio autor escribiendo un libro que no era exactamente el mismo: Puro humo (Alfaguara).

Durante un tiempo fumé. por razones literarias. un tabaco de vitola grande. Por Larrañaga, porque Caballero Bonald me descubrió que esa anilla era la preferida de Lezama Lima. El poeta Padilla. cuan­do aún no se habfa convertido en su propio «caso». amenazaba al autor de Paradiso con semanales ata­ques en El Caimán Barbudo, pero después le regala­ba un par de tabacos «revolucionarios», Como decía Gastón Baquero, en las enciclopedias del futuro la entrada «Fidel Castro» dirá: «Dictador que vivió en una isla del Caribe en tiempos de Lezama Lima». Lampedusa no paraba de fumar, mañana, tarde y noche, hasta que se asustaba de ver los hombros de su abrigo gris marengo albeados de la ceniza que, como el Etna iba echando por su boca.

Pensaba en todo eso en las treguas de la lec­tura del sabrosisimo Lady Nicotina (Capi­tán Swing, 2010), un libro presentado por Jesús Marchamalo. tremendo tipo, y com­puesto por textos de James M. Barrie (el autor de Peter Pan) e Italo SVevo, nada menos que el escritor de La conciencia de Zeno. Cuentos, relatos, cartas, documentos, comentarios que dicen del encuentro y la fusión entre la literatura yel tabaco. desde Faulk­ner hasta el mismo Svevo. Lady Nicotina es una de­licia que me ha hecho pensar mucho: cuándo em­pecé a fumar tabacos. cuándo dejé atrás el cigarri­llo y la pipa y me entregué a la cultura del tabaco cubano.

Leí hace bastantes años ya como se lee un poema interminable y lirico, Contrapunteo cubano del taba­co y el azúcar, de Fernando Ortiz. y en mis viajes a Cuba compré clandestinamente varios ejemplares de la primera edición de ese libro extraordinario. Uno de esos fetiches sacrales se lo regalé. en un ins­tante de debilidad fraternal, al ensayista y editor venezolano Gustavo Guerrero. pero los otros tres ejemplares que tengo, junto a otras valiosas prime­ras ediciones de ensayos de Drtiz, están en el altar mayor de los «santos». en un lugar secreto (elfam­bá) de mi biblIoteca. Ahí, encerrado con algunos de los tesoros que guardan los libros. fumo últimamente uno o dos Edmundo de Montecristo: Marchamalo, en su presentación de Lady Nicotina. cuenta la concesión de Dumas para que el gran tabaco llevara el nombre de uno de sus héroes de novela.

Sí. fumar tabaco es un placer y un vicio. Como placer es una maravilla; como vicio es sumamente peligroso, porque exige cada vez más, y no exacta­mente -según los científicos- por la nicotina, que tiene lo suyo, sino por la cantidad de elementos quí­micos y tóxicos con los que se fabrican los cigarri­llos. ¿Y el tabaco puro. lo que conocemos por «puro» en España, lo Que nombramos muchos «habano», aunque no siempre lo sea? Digan lo que digan, su uso es peligroso para la salud, y su abuso. una apuesta mortal. Pero la lista de escritores literarios que fuman en público y en privado es interminable, y la relación entre literatura y tabaco es parecida a la del alcohol con la misma escritura literaria: alti­sima y consanguínea.

En los días en que me sobra una hora de es­critura al final de la mañana. salgo de mi casa con un Edmundo encendido, tiro y chimenea perfectos (nunca quema torci­do), paso de puntillas, echando humo y sin querer provocar, por delante de la casa en la que vive la vi­cepresidenta Salgada y me instalo. minutos des­pués. en el interior del Chikito. Un dia de esos. se me acercó. casi con violencia y mostrando una pro­funda irritación, un cliente (argentino) que afeó mi conducta: ¡cómo podía fumar en público!, ¿no sa­bía que el año pasado habían perdido la vida gra­cias a tipejos como yo más de 50.000 personas en todo el mundo? Aturdido por el ataque, quedé en­tre sombras. avergonzado y en silencio ante el res­to de la clientela. ¿Ya toda esa gente contribuia yo a matar con mi Edmundo cotidiano?

El complejo de culpa me alteraba la respiración, hasta que una señora de más de noventa años. que ocupaba una mesa a mis espaldas, me tocó con suavidad un hombro y muy sonriente me dijo: «No se lo tenga en cuenta, yo vengo aquí todos los días precisamente a fumarme unos pítillos y siempre anda igual». Me calmé y seguí con el placer de mi Edmundo hasta los últimos suspiros del humo. El relato de Svevo titulado «Mi ocio», incorporado a Lady Nicotina. resulta una verdadera epifanía lite­raria. Es difícil para el lector elegir el mejor de los relatos de Barrie sobre el tabaco y sus relaciones humanas. Tal vez «Sin Arcadia»; quizás «Cómo fuman los héroes» o «Los peligros de no fumar». Y el texto que cierra la contracubierta dellíbro es un ejemplo más de la bondad, el talento literarío y la irónica generosidad del fumador llamado Mark Twain: «Al cumplir los setenta años me he impuesto la siguiente regla de vida: no fumar míentras duer­mo, no dejar de fumar míentras estoy despíerto, y no fumar más de un solo tabaco a la vez».

J.J. Armas Marcelo