Hablamos con la botánica sobre cómo una planta diminuta y resiliente puede inspirar una forma de vida sostenible y en sintonía con la belleza del mundo.
En 2021 vio la luz en español un libro importantísimo para el pensamiento actual en torno al cambio climático: Una trenza de hierba sagrada. Un ensayo inscrito en el género conocido como nature writing, convertido en best seller en Estados Unidos, que camina entre el conocimiento científico de la botánica y la reivindicación de la sabiduría de las comunidades indígenas sobre el mundo natural. Ahora el mismo sello editorial, Capitán Swing, edita de nuevo un libro de su autora, la botánica y docente Robin Wall Kimmerer, titulado Reserva de musgo.
Se trata de un texto publicado originalmente en 2003 en Estados Unidos, en el que Robin Wall Kimmerer vuelve a tejer, con una escritura particularmente bella y sensible, un relato en el que conviven sus conocimientos científicos con la herencia y la sabiduría de pueblos indígenas como el anishinaabe, del que ella es descendiente. ¿Y por qué el musgo? ¿Por qué es éste el momento de un texto sobre musgos escrito hace dos décadas? La razón estriba en la sencillez y resiliencia de una planta diminuta, sin raíces ni flores, capaz de crecer y expandirse sobre la roca, y de surgir en entornos que podríamos pensar que son más hostiles para el surgimiento espontáneo de vida natural.
En tiempos de emergencia climática, dirigir la mirada y la atención hacia los musgos, seres vivos en los que apenas reparamos en nuestro día a día, podría contener la inspiración necesaria para una vida no solo sostenible, sino en sintonía con el planeta. Hablamos con la escritora, científica y fundadora del Centro para los pueblos Nativos y El Medio Ambiente sobre la vigencia de este texto.
En tus libros, consigues hacer accesible para un lector no iniciado la biología y la botánica de una manera muy especial. ¿Crees que a veces la divulgación científica crea una barrera con el resto de la sociedad? ¿Es importante la intención de hacerse entender de la comunidad científica?
Robin Wall Kimmerer: ¡Lo es! Es la razón por la que ansiaba escribir este libro. Como científica, creo que es injusto que yo acceda al placer de observar a los musgos y aprender de ellos. Compartirlo con todos me parece una responsabilidad. Estoy de acuerdo, a menudo los científicos escribimos los unos para los otros en un lenguaje opaco, que crea una barrera, y es muy importante que nos ayudemos los unos a los otros a amar el mundo, a comprenderlo. Ése debería ser el oficio de un científico, deberíamos ser también narradores.
Reserva de musgo se publicó originalmente en 2003. En estos 20 años la emergencia climática se ha agravado. ¿Cómo crees que ha envejecido el texto en estas dos décadas?
Es cierto que vivimos en tiempos de emergencia. Cuando Reserva de musgo se publicó, hace 20 años, su mensaje, entender el poder y la belleza del mundo natural, no podía ser más relevante de lo que lo es hoy. Gran parte de la crisis que enfrentamos hoy es consecuencia de que no hemos estado prestando atención al mundo de los seres vivos. Ahora sí lo hacemos. Si este lanzamiento de Reserva de musgo dos décadas después puede ayudar a las personas a encontrar un camino hacia un respeto más profundo al mundo natural, doy gracias por ello. De haber escrito este mismo libro hoy, sin duda habría hablado del impacto del cambio climático en el musgo. De alguna manera fue lo que hice el año pasado, cuando escribí un artículo para una revista llamada Emergence Magazine, que versaba sobre lo que los musgos pueden enseñarnos en el contexto del cambio climático.
En el libro nos invitas a hacernos pequeños, un poco como un gnomo, y mirar las cosas que nos rodean a un nivel diferente. De estar dispuestos a escuchar, ¿qué puede enseñarnos el musgo?
Una de las cosas que el musgo puede enseñarnos es que la belleza está en lugares inesperados, lo único que tenemos que hacer es prestar atención. Puedes sentirte arrollada por la belleza que te rodea y a la que nunca has dirigido antes tu mirada. Lo que los musgos pueden enseñarnos en este momento es su pequeñez, su simplicidad. La cual, vista desde las sociedades en las que vivimos (rápidas, en constante movimiento, con tendencia a hacerlo todo más grande, más productivo, más conspicuo), representa lo opuesto a los musgos. Nos enseñan el poder de la sencillez. En una época en la que la crisis del clima es una consecuencia de la extracción excesiva a la que sometemos al planeta, el musgo nos enseña que no tenemos porqué hacer eso para vivir una vida plena y equilibrada. Podemos vivir vidas bonitas desde una mayor simplicidad. Y otra cosa importante es que los musgos nos ayudan a reevaluar lo que significa el éxito. Los musgos perduran en el planeta desde que, tras su primera evolución, se trasladaron del agua a la tierra. Han sobrevivido todos y cada uno de los cambios climáticos que han sucedido en el planeta, y lo han conseguido por sus propios medios, dando más de lo que extraen, sin hacer demandas extremas a la Tierra. Para mí representan el modelo de vida sostenible que necesitamos hoy: vivir de manera más sencilla para que otros puedan vivir también. Nos enseñan esto de una manera bellísima.
En este libro nos hacemos pequeñitos y, sin embargo, en Una trenza de hierba sagrada, consigues lo contrario. Es como elevarse y observar a vista de águila, o desde las estrellas, el planeta en el que vivimos. Como Mujer Celeste, la leyenda indígena que abre la narración. Es una perspectiva amplia, generosa, inclusiva, que nos llena el corazón de belleza.
Me encanta esa observación, no lo había pensado. Una de las cosas que intento hacer como escritora es equilibrar las dos miradas. Observar por un lado el mundo con un microscopio, muy de cerca, pero, al mismo tiempo, mirar también desde un telescopio para ver el plano general, en expansión, y encontrar la relación entre lo diminuto y lo prácticamente celestial. Ese abrir y cerrar el plano para ver las maravillas grandes y pequeñas es lo que nos permite advertir su unidad.
Algunos musgos, después de un incendio, contribuyen a volver a llenar de vida el bosque. En España sufrimos incendios muy destructivos cada verano. La política de gestión en los parques nacionales de Estados Unidos ha sido la de aspirar a eliminarlos. Sin embargo, hay voces expertas que explican que los pequeños incendios forman parte de un ciclo natural de regeneración, y advierten los riesgos de erradicarlos. ¿Qué rol juegan el fuego y los musgos en estos ciclos?
En un clima mediterráneo los incendios en los bosques son comunes. Son bosques que prácticamente evolucionan para arder, de esta manera forman un ciclo natural de regeneración. Si no arden, acumulan demasiado combustible y se hacen demasiado inflamables, de manera pueden ocasionar unos incendios salvajes muy intensos, que son destructivos. Pero cuando los incendios se hacen más frecuentes son de baja intensidad, y de hecho ayudan a rejuvenecer el bosque y a mantenerlo sano. Estamos empezando a entender en Estados Unidos que la manera en la que las personas indígenas gestionaban los bosques, mediante reiteradas y frecuentes quemas de baja intensidad, era saludable para los mismos, y que la supresión total de los incendios no lo es. Y sí, los musgos son parte de esa recuperación. Cuando la tierra está cubierta de cenizas, existen unos musgos increíbles cuyas esporas se activan por el calor del incendio, y todos brotan a la vez y crean una alfombra de musgo en la que se acumula el suelo y sus nutrientes, y que permite que el agua de lluvia penetre suavemente en la tierra. Así que sí, los musgos son clave en este ciclo.
En las ciudades, el musgo está visto generalmente como algo negativo y la tendencia es a eliminarlo. ¿Qué beneficios podría aportar el musgo al entorno urbano?
Los musgos se adaptan especialmente bien a las ciudades porque son capaces de crecer en la piedra. Si creamos un paisaje rocoso, de edificios que son como precipicios, los musgos crecerán en ellos. Por todo el mundo, la gente está comenzando a utilizar el musgo para crear tejados verdes. Con el cambio climático observamos el fenómeno de la isla de calor urbana, que hace que las ciudades se calienten. Pero cuando se emplea el musgo en un tejado éste almacena el agua y la devuelve a la atmósfera, creando un cierto efecto de aire acondicionado. Así que creo que tenemos que invitar a los musgos a entrar en las ciudades. Nos pueden ayudar en la gestión del agua de lluvia y también a limpiar el aire, ya que se les da muy bien eliminar la polución del ambiente. Incrementar los musgos en los paisajes urbanos hace que saquemos partido a todos sus beneficios.
En uno de los capítulos cuentas cómo recibes el extraño encargo de crear una pared de musgo en la casa de una persona con mucho dinero. Allí ves cómo esta persona está trasladando árboles centenarios de lugar para crear un bosque de cero, y en lugar de seguir tus consejos deciden dinamitar rocas con musgo existentes para trasladarlas a la pared, aunque esto implica la muerte de muchos de esos musgos. ¿Cómo te sentiste ante esa escena?
Estaba en shock por tanta arrogancia. Solo porque tengas dinero no puedes controlar la naturaleza. Eso fue lo que vi allí. La visión de esa persona sobre esos árboles y esos musgos, de todo ese paisaje, era la de un propietario. Él estaba a cargo de árboles con un siglo de antigüedad, y se creía con derecho a moverlos del lugar en el que estaban solo por y para su disfrute, a poner en peligro sus vidas. Era particularmente irrespetuoso. Para mí, la experiencia representó toda la toxicidad que encierra la manera en la que miramos la naturaleza, como si fuera algo que nos pertenece y que podemos manipular para nuestro beneficio, incluso en aquellos casos en los que supone un daño a los seres vivos. Esa vivencia supuso para mí un síntoma profundo de la ruptura de nuestra relación.
¿Crees que la de esa persona es una respuesta que encaja con nuestra tendencia habitual, o al menos de la gente con poder, de reparar el daño al planeta con más intervenciones artificiales, caras y megalómanas?
Sí, y tal vez ellos piensen que así están reparando su vínculo con la naturaleza, (y a lo mejor sí lo hacen, el suyo personal, ya que se rodean de su belleza), pero para mí el síntoma de ruptura está en que piensan que la naturaleza se puede poseer y controlar. Un enfoque mucho mejor para sanar nuestra relación y el propio mundo natural es darle la oportunidad de que se recupere de nuestra intervención. La idea de que si ayudamos a que se den las condiciones, si dejamos de molestar, de lanzar toxinas, el mundo se curará solo, es una idea que es cierta cuando se aplica a las plantas y al musgo. Solo tenemos que quitarnos de en medio, eso es lo que está detrás de un montón de trabajo de restauración ecológica. Creo que es muy importante que las lectoras lo sepan: la restauración ecológica es para nosotros, para que nosotros reparemos nuestra relación con los seres vivos, para que participemos en la curación de los parajes naturales. Se trata de una fórmula para que los humanos digamos que queremos ser fuerzas de curación en el mundo natural, en lugar de fuerzas destructivas.
Una de las cosas que se aprenden leyéndote es a reconsiderar la acepción habitual de ecología. Solemos pensar en ella como algo que se practica, pero gracias a tu escritura aprendemos que ecología es el estudio de la manera en la que todos los seres vivos se relacionan, esa simbiosis continua. ¿Sería útil que conociésemos más esta acepción?
Existe la idea de que la ecología es hacer lo correcto, tomar decisiones “verdes”, y no es así. La ecología es esta hermosa red de relaciones, es el estudio de la biodiversidad, de cómo funcionan las cosas, ¡es el estudio de cómo seguimos vivos! [Ríe]. Cuando usamos la palabra ecología en el otro sentido, lo que queremos decir es que queremos ser beneficiosos para el ecosistema. Si es una abreviatura para decir “quiero apoyar la vida en el planeta”, me parece bien, pero creo que tienes razón, hemos de aprender la otra, y más amplia, acepción de ecología. Como científica, una de las cosas más importantes que he aprendido es que los ecosistemas tienen reglas, leyes, que afectan a cómo funciona la vida. Como humanos, tendemos a olvidar que formamos parte de esos ecosistemas y que estamos sujetos a esas mismas leyes. Pensar en nosotros como miembros de un ecosistema tiene el beneficio de que, cuando entramos en contacto con esas leyes naturales, somos capaces de observar nuestro propio comportamiento y de saber cuándo estamos rompiéndolas.
Un primer paso puede ser aprender a nombrar los árboles que nos rodean, incluso a quienes vivimos en entornos urbanos. ¿Cuál es la importancia real de conocer esos nombres
Crea un enorme sentimiento de pertenencia. Lo contrario es similar al sentimiento de soledad que experimentas viviendo en un barrio en el que no conoces a nadie. Aprender los árboles y los pájaros de tu zona te hace parte de la comunidad. El otro día, una estudiante que estaba finalizando un curso de dendrología, para conocer los árboles, me contaba cómo le había cambiado completamente la vida. Ahora, cuando ve un árbol, sabe por qué está ahí, sabe lo que éste es capaz de proveer. Esto le hace sentir que el mundo es su hogar. Si conoces los árboles, los pájaros, las setas y los bichos de tu entorno es una alegría. Es una alegría sentirte parte de esa comunidad. El mundo no es arbitrario, todo tiene un sentido. Creo que a menudo la gente da por garantizado todo lo que ocurre en el mundo de los seres vivos, y no es así, hay leyes, hay patrones y, cuando los aprendes, experimentas un sentimiento de pertenencia. En un tiempo en el que sentimos tantísima alienación, todo lo que nos pueda proporcionar cierta afinidad es saludable.
En tus libros haces un llamamiento a esa afinidad valiéndote a menudo de las narraciones de las comunidades indígenas. ¿Qué sabiduría podemos encontrar en ese pasado?
Es una de las razones por las que me apasiona compartir la perspectiva indígena. Cuando atravesamos crisis como la actual, pensamos que tenemos que inventar una nueva forma de vivir, pero no es así. Esas formas de vida ya las conocemos, y no es solo un conocimiento de las personas nativas americanas. Todos nuestros ancestros, que vivían en contacto con la tierra, tenían este conocimiento, que luego fue desplazado por el colonialismo, el corporativismo y el capitalismo. Se trata de recordarlo. Siempre espero que mi escritura sea una invitación a la memoria. Un recordatorio de que no tenemos que inventar nada, como humanos ya tenemos estas capacidades, ¡démosle uso!
Otra característica de los pueblos indígenas que reivindicas en tus libros es la de la emoción de la gratitud ante todo lo que nos ofrece el mundo natural. ¿Qué cambiaría si la experimentásemos más a menudo?
Subestimamos la energía de la gratitud. En especial en los tiempos que corren, la gratitud mejora nuestra salud mental. Nos centramos así en las cosas que tenemos, y no en las que no tenemos, y esto nos hace más felices. Nuestro consumo desgasta la Tierra, y si la gratitud puede ralentizar ese consumo, alentando la sensación de suficiencia, se convierte en una emoción humana muy potente, capaz de contribuir a curar la crisis en la que estamos sumidas.
Es lo que explicas en un hermoso capítulo de Una trenza de hierba sagrada, titulado El don de las fresas.
Cuando pensamos en las fresas, el pescado, etc. como recursos naturales contribuimos a la idea de que nos pertenecen. Tal vez deberíamos empezar a pensar en términos de dones de la tierra, no en recursos. Eso lo cambia todo. Te hace vivir de manera muy diferente. Ahí reside el poder de las historias y del lenguaje, pueden hacernos cambiar de idea.
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