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¡A vivir!

Por CTXT  ·  21.02.2018

El anuncio apareció en The New York Review of Books a principios de la década de 2000: “Antes de cumplir sesenta y siete años, el próximo mes de marzo, me apetecería tener mucho sexo con un hombre que me guste. Si necesitas antes hablar de…, por mí, podemos charlar sobre Trollope”. (Anthony Trollope fue un escritor inglés de la época victoriana, del que W. H. Auden decía que, comparado con él, hasta Balzac era romántico). Firmaba el anuncio Jane Juska, una profesora que publicó poco después su primer libro, A Round-Heeled Woman, que se podría traducir por “Una mujer fácil”, dado que, al parecer, Round Heeled fue, en los años veinte, una marca de sujetadores que se quitaba con facilidad. Maravillas del lenguaje.

¿Antes de cumplir los sesenta y siete? ¿Y por qué no después? ¿A los setenta o a los ochenta? ¿Acaso el deseo desaparece en las mujeres a una determinada edad? No, el deseo no se esfuma, lo que desaparecen son las oportunidades de llevarlo a la práctica, por múltiples razones, sociales, culturales, económicas, estéticas.

“Disfruto más, aunque practico menos” podría ser un buen resumen de la situación y de las conclusiones del estudio que ha llevado a cabo Anna Freixas, indagando en el testimonio de setecientas veintinueve mujeres, de edades comprendidas entre los cincuenta y los ochenta y tres años, heterosexuales, bisexuales y lesbianas, que hablan sobre sus deseos y evalúan su propia experiencia erótica.

La disminución del deseo en mujeres a partir de la menopausia o de una cierta edad ha sido siempre una cuestión discutible, difícil de determinar, porque hay muy pocos estudios sobre el tema y los pocos que hablan de la sexualidad a una edad avanzada suelen ser obra de hombres blancos que toman a su grupo como modelo. Se dice que los viejos no paran de hablar y de contar batallitas, pero, desde luego, en el caso de las mujeres, hay un tema en el que eso es radicalmente falso. “Si algo define la sexualidad de las mujeres a todas las edades es el silencio respecto a su sexualidad, silencio todavía más espeso en mujeres que han traspasado el misterio de la menopausia”, escribe Anna Freixas.

Romper ese silencio es el objetivo de este estupendo libro. Anna Freixas, profesora de Psicología Evolutiva, lleva mucho tiempo trabajando para explicar el envejecimiento en las mujeres, documentando y analizando lo ocurrido a lo largo de las últimas generaciones e iluminando áreas que permanecían totalmente ocultas, como las relacionadas con el lesbianismo en mujeres mayores. Sus estudios, desde la primera obra Mujer y envejecimiento, en 1993, hasta la última, Tan frescas. Las nuevas mujeres mayores del siglo XXI aportan información muy valiosa sobre qué pensamos y cómo nos sentimos las mujeres que hemos superado los sesenta. En esta ocasión, Freixas ha conseguido que varios centenares de mujeres de más de cincuenta años hablen de su propia experiencia erótica y ha logrado un conjunto de testimonios muy variados que ayudan a desterrar la noción de personas mayores asexuadas, tan arraigada en nuestra cultura.

No esperen ustedes noticias terribles; más bien la lectura de este libro produce una cierta alegría. Pese a todos los tabúes, problemas e inconvenientes sociales y culturales, las mujeres mayores se las arreglan, más o menos, para no aceptar la condena que se les quiere imponer: la mayoría ya sabe que disfrutar de la vida, incluso de lo que te queda de vida, incluye también disfrutar de la sexualidad y, en general, se puede decir que las mujeres que hoy tienen setenta años son más felices sexualmente que las que tenían esa edad hace treinta. La gran pregunta es si las que ahora tienen treinta años serán más felices que nosotras cuando lleguen a nuestra edad. Anna Freixas espera que, por lo menos, sean más capaces de incluir el sexo en las famosas conversaciones íntimas entre mujeres, cosa que nosotras, pioneras en tantas cosas, hemos sido bastante incapaces de hacer. El silencio sigue siendo opresivo.

Hablar de lo que algunas mujeres encuestadas denominan, con tanta belleza, el “deseo de piel”, dejar de avergonzarse y negarse a que los demás te avergüencen, abrir la puerta a otras dimensiones, con tal de que sean placenteras, sigue siendo una tarea feminista necesaria.

Anna Freixas es muy cuidadosa también en evitar que se levanten nuevos mitos sobre vejez y sexualidad, no vaya a ser que primero se nos niegue y luego se nos obligue, construyendo nuevos estereotipos igualmente opresivos. La idea de que mantenerse activo sexualmente es señal de juventud y salud, igualando, además, coito a sexo, es una idea radicalmente masculina, que puede ser tan tiránica para la mujer como la negación de su deseo. El esfuerzo por aparentar juventud y atractivo, el trabajo extenuante de enmascaramiento del envejecimiento, implica un rechazo del cuerpo por temor a que no resulte ya atractivo. Las mujeres, afirma Freixas, necesitamos un nuevo lenguaje sobre la vejez que reconozca que el envejecimiento, obviamente, cambia y trasforma el cuerpo femenino, sin por eso dejar de poder experimentar placer sexual y sensual. Debemos recordar, nos apunta la autora, que cuanto mayores somos, más diferentes vamos resultando, porque acumulamos experiencias distintas, que nos hacen ser únicas, así que tan saludable puede ser practicar el sexo con regularidad como prescindir de él, según algunos de los testimonios que se recogen y analizan.

El trabajo de Anna Freixas ayuda a romper bastantes moldes, entre ellos el que fija que el deseo sexual disminuye progresiva o radicalmente desde la menopausia. Según su estudio, es verdad que se produce una disminución clara, pero de la actividad sexual, no del deseo, y a partir de los setenta años, mayor en mujeres heterosexuales que en lesbianas o bisexuales. Frente a la desagradable idea de “el deseo disminuye, qué horror”, el testimonio de las mujeres entrevistadas por la autora nos lleva más bien a la estupenda constatación de “el deseo no desaparece, qué bien”. Parece que algunas mujeres incluso “aprovechan el momento para replantear su erotismo”, bien descubriendo nuevos aspectos en sus compañeros habituales, bien buscando otros, bien reorientando sus intereses sexuales de manera que encuentran en otras mujeres la posibilidad de un nuevo desarrollo de su sensualidad. Incluso, quién lo iba a decir, bromea Freixas, recurriendo a Internet para tener más oportunidades de relación.

La noticia es que más del 50% de las mujeres mayores de cincuenta años se siente satisfecha de su vida sexual y que solo un 15% está claramente descontenta. No lo tienen fácil, pero incluso un 40% dice estar a gusto con su vida sexual después de los setenta.

¿Es una buena noticia o solo una regular? ¿Qué dirán dentro de cuarenta años las mujeres que hoy tienen treinta? Una buena manera de ayudarles sería incorporar el tema de envejecimiento y el sexo en el debate feminista y proporcionarles modelos positivos de mujeres mayores que han encontrado su propia manera de disfrutar del placer sexual y de la sensualidad, fuera de los roles obligados por una cultura aún masculina. ¿Qué tal, por ejemplo, si se empieza a hablar de estos temas con los responsables de las residencias geriátricas, para invitarles a que conozcan esas realidades tan ocultas, como pide Anna Freixas? ¿Qué tal si nosotras mismas nos atrevemos a hablar? ¿Qué tal si, por ejemplo, comentamos todo lo que Anna Freixas ha ido descubriendo sobre nosotras?

No resisto la tentación de recordar aquí la primera vez que leí en un periódico sobre las ventajas de la menopausia en relación con el sexo. No fue en páginas médicas, sino en una gloriosa columna de Maruja Torres, que en 1992, con motivo de los fastos de las Olimpiadas y el V Centenario del Descubrimiento de América, se proponía organizar su propio festejo: un cortejo con el que se deslizaría Ramblas arriba, vestida de Miss Al Fin Sola, hasta llegar al mar, donde botaría una carabela enana llena de compresas, tampones, cremas espermicidas, diafragmas, anticonceptivos del día después, mensuales y trimestrales. Con pulso firme, estrellaría una botella contra el casco, mientras una banda entonaría “Semper libera” de La traviata. Por supuesto, toda la ceremonia estaría dedicada a la Virgen de Regla, a cuyo santuario irían todos, más adelante, a hacer unos rezos. Maruja terminaba: “Hala, a vivir”. A disfrutar. Resulta que no estaba descaminada.

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