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«Vivir sin dinero», utopía individual, utopía colectiva

Por ABC Cultural  ·  24.01.2017

¿Se puede «Vivir sin dinero»? Mark Boyle lo ha conseguido durante un año y lo cuenta en un volumen que se titula precisamente así. «Otro mundo, más local, es posible», afirma

Ante el fin de las utopías colectivas, cobran fuerza las individuales. Y un ejemplo es el reto al que se sometió Mark Boyle, autor de «Vivir sin dinero». Un año libre de economía. Llevó sus convicciones hasta las últimas consecuencias y narra su experiencia, la que da título al libro, así como sus motivaciones y unos propósitos que trascienden lo meramente personal en un estilo ágil y muy cercano.

Cuenta Boyle cómo se preparó para ese año; cómo consiguió un alojamiento; cómo diseñó su ducha y su retrete para no producir CO2; cómo se las ingenió para calentarse en el invierno y para hacer acopio de comida durante esos doce meses; cómo intentó mantener sus relaciones sociales, pese a vivir lejos de los suyos y contar con apenas una bicicleta con la que desplazarse; o cómo inauguró ese año preparando una comida multitudinaria sin echar mano del vil metal ni tampoco del «gorroneo» a sus semejantes: la sociedad del despilfarro tira demasiados alimentos en buenas condiciones (no sólo los hogares, sino sobre todo las grandes cadenas de distribución), y la naturaleza pone a nuestra disposición tantos regalos que se desprecian porque no están recubiertos de plástico en un centro comercial, que lograrlo no le resultó difícil.

¿Que por qué quiso vivir sin dinero? Arranca con una disertación contra el dinero porque, argumenta, es el germen de la competencia frente a la cooperación entre humanos; porque reemplaza a la comunidad como garantía de seguridad; y porque, en forma de deuda, es una causa importante de la sobreexplotación de los recursos del planeta. Detrás de su planteamiento hay, pues, principios ecologistas, pero sobre todo humanistas y antropológicos: el dinero ha desequilibrado la relación de los seres humanos con la tierra y ha pervertido la que mantienen entre sí.

Por decisión propia

La que plantea Mark Boyle en su utopía individual es una vida llena de aventura y ocupada en la solución de las cuestiones más básicas de la supervivencia. La suya se convierte en una existencia más consciente de las necesidades que debe cubrir, de la violencia que se ejerce sobre el planeta para satisfacerlas. Propone casi volver al estado de naturaleza de Rousseau,a su buen salvaje desprendido de todo, pero por decisión propia y a sabiendas de los males asociados al modo de producción occidental y todas sus derivadas sociales.

Boyle consigue realizar su utopía individual, enlazar su cerebro, su corazón y sus manos para que operen en una misma dirección y se resuelvan de esta manera sus contradicciones. Pero su afán es que esa hazaña personal se convierta en colectiva. Desde el principio, emprende una labor proselitista sobre lo fácil que en realidad resulta vivir como lo ha hecho él. Incluso va sembrando el texto de «tips», de consejos prácticos y contactos de organizaciones que pueden ayudar a llevar una existencia más barata y menos destructiva.

Principios básicos

Su objetivo es mostrar que hay otro modo de hacer las cosas, para quizás construir una comunidad con otras reglas, en la que la cooperación y el trueque (de bienes y de trabajos voluntarios) sean los principios básicos de una vida más armónica tanto en el seno del grupo humano como en su relación con el medio. Su utopía individual quiere ser un ejemplo práctico para la utopía colectiva.

Pero la nueva organización social que propone tiene razones para ser cuestionada. Boyle reflexiona: «Vivir sin dinero nos obliga a obtener los materiales que necesitamos en el entorno local; nos obliga a asumir la responsabilidad de satisfacer las necesidades de nuestra comunidad; nos obliga a valorar más lo que utilizamos. También nos obliga a utilizar mano de obra local […] Cuanto más vivo de esta forma, más sé que otro mundo, más local, es posible».

¿Un loco, un «hippy»?

Aquí es donde aparecen los fantasmas: aunque la vuelta a lo local, al comunitarismo, a las sociedades cerradas del pasado tiene un indudable componente romántico e implica un modo de vida sostenible y comprometido con el entorno y sus gentes, con ello nos perderíamos la riqueza (la no monetaria, la puramente cultural) que siempre se ha derivado de los intercambios comerciales o de las migraciones. ¿Es lo que ahora necesita el mundo, un repliegue hacia lo comunitario, hacia lo más próximo? Ciertas propuestas políticas y algunas decisiones de electorados tan diversos como el británico, el alemán, el francés, el austriaco y el estadounidense… están retomando visiones comunitaristas y localistas frente a las cosmopolitas y suscitan más que reparos. Todo ello merece un análisis profundo y una pregunta si tuviéramos a Boyle frente a frente.

Al margen de estas suspicacias y temores, podríamos pensar que Boyle es un loco, un «hippy», pero en los tiempos que corren, más rígidos y normativos que nunca, también es un valiente que se sale de lo establecido y que a veces tiene que pagar un precio muy alto en lo personal (por ejemplo, perder a su pareja) por su coherencia y por haber salido de su «zona de confort».

Boyle es valiente, pero no inconsciente, y tampoco se encuentra muy alejado de debates quese producen en el mundo intelectual y académico.

Autora del artículo: Cristina Vallejo

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