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Tenía razón Jane Fonda: el sexo tras la menopausia puede ser maravilloso

Por Vanity Fair  ·  16.02.2018

“El sexo mejora con la edad”, decía Jane Fonda a sus 79 años después de sacar del bolso uno de sus vibradores en el programa de Ellen Degeneres. En la otra punta del planeta y del deseo, la diseñadora española Agatha Ruiz de la Prada (57) aseguraba que tras su divorcio, pasa del sexo. Y ambas tienen razón porque si algo queda claro en Sin reglas: erótica y libertad femenina en la madurez (Capitán Swing, 2017) es que el abanico de opciones e intensidades sexuales de las mujeres cuando pasan de los 50 años existe y es muy variado.

En el libro, la doctora en Psicología y escritora feminista Anna Freixas desmonta algunas mentiras sobre la sexualidad de las mujeres durante y después de la menopausia. Lo hace con optimismo y rigor, empleando estudios científicos y el testimonio de 729 mujeres a las que ha entrevistado. El tema es todavía tabú, tanto que ni siquiera las universidades se han dedicado a estudiarlo si no ha sido para tocarlo desde el lado menos halagüeño: el de la enfermedad, el malestar o la disfunción.

Precisamente sobre el término “disfunción” Freixas es muy contundente: “Implica un concepto medicalizado de la sexualidad”, dice y aclara que las dificultades sexuales “no son parte intrínseca del envejecer”. Así lo demuestra un estudio de Leonor Tiefer, en el que explica que sólo el 7% de los problemas relacionados con la práctica del sexo en mujeres tienen un origen biológico o médico. Por contra, el 65% de los casos está relacionado con problemas culturales, sociales o económicos… y con la pareja.
¿A MÁS EDAD MENOS DESE0? NO NECESARIAMENTE
¿Y qué hay de la sequedad vaginal ¿No produce malestar? Sí, sobre todo si eres heterosexual y si la penetración es lo único que entiendes por relación sexual. Pero incluso en ese caso, Freixas rompe la baraja: sólo el 27% de sus encuestadas indicó la falta de lubricación como un problema, no porque no se produzca sino porque tiene fácil remedio. “Es una realidad, pero no un problema. Hay muchos productos en el mercado”, dicen algunas de sus encuestadas sobre este tema.

Freixas es clara y constructiva, pero en su libro no pretende dar pautas universales que sirvan a todas las mujeres. Tampoco es triunfalista, pero dice cosas que rompen muchas ideas instaladas en el imaginario colectivo y que son fruto de una sociedad con poca educación sexual y muy marcada por el catolicismo y el machismo. Todo eso ha afectado especialmente a las mujeres, a las que durante décadas se les ha inculcado que el sexo es reproducción, un deber, no placer.
Sobre el deseo, por ejemplo, la psicóloga aporta información que dice que la mitad de las mujeres sienten que aminora con los años, pero ella prefiere mirar el dato desde otro lado: que la otra mitad de las féminas sigue teniendo la libido, si no intacta, sí en muy buena forma hasta bien entrados los 70 años.

LESBIANA, ¿POR QUÉ NO?
Una de las cosas que explica Freixas de sus entrevistadas es que muchas están receptivas (o no cierran la puerta) a mantener relaciones lésbicas. “No sé qué me está pasando pero desde que cumplí 60 soy mucho más abierta”, declaró el año pasado Susan Sarandon a la revista ProudSource sobre su nueva “curiosidad sexual”. Lo que le ha pasado, según queda claro leyendo Sin reglas… es que se ha liberado, algo que según la autora del libro les ocurre a muchas señoras cuando enviudan o se separan y de descubren que han vivido un patrón de conducta sexual impuesto, no elegido. Por eso también las hay que optan por la asexualidad.

Precisamente en el cine se fija la psicóloga para hablar de lo poco que se refleja en la gran pantalla el tema de Sin reglas… “La ausencia de imágenes culturales de todo tipo en las que se muestre explícitamente el sexo en la vejez es una pieza más del puzle del rechazo social al cuerpo de las personas mayores y más aún cuando se utiliza para mostrar el placer sexual”. Entre las cintas que cita está el documental de Deirdre Fishel, La vida sexual de las mujeres mayores (2003) o la película de Andres Dresen, En el séptimo cielo. Ninguna de las que comenta Freixas en Sin reglas… son fruto de Hollywood, principal factoría de ficción del mundo y emisora de modelos estéticos y de conducta.
Precisamente fue Jane Fonda la que abrió el tema de la sexualidad entre personas durante la promoción de Nosotros en la noche, película que protagoniza junto a Robert Redford. La relación entre un hombre y una mujer mayores que deciden vivir juntos para no estar solos pero acaban enamorándose incluye una escena de cama que hasta la propia Fonda considera insuficiente para abordar lo que ella llama “el sexo anciano”. “En mi opinión, el director cortó la escena de sexo demasiado pronto”. Efectivamente, se aborda poco y mal, pero si las protagonistas son lesbianas mayores, la filmografía se reduce aún más, como ocurre con los estudios universitarios que, según Freixas, se han centrado históricamente en el hombre mayor blanco y heterosexual.

En España cuesta encontrar a mujeres conocidas de la quinta de Fonda o Sarandon que saquen el tema con naturalidad. La última vez fue en un libro: Manuela Carmena en el diván de Maruja Torres (Planeta, 2015) donde política y periodista hablaban del punto G, de las satisfacciones que da el clítoris y de la estrechez de miras de los hombres que siguen tan centrados en la penetración.

EL PAPEL DE LAS FAMOSAS
Que celebrities como Fonda o Sarandon hablen abiertamente sobre su deseo y su sexualidad cuando llegan a cierta edad ayuda a visibilizar lo que Freixas considera “el gran secreto”, pero no siempre es bueno tomarlas como referente. La razón es sencilla: sus físicos forman parte de su modo de vida, responden al patrón que frustra a muchísimas mujeres que no son tan altas, tan bellas y tan ricas y es innegable que el aspecto físico tiene un papel fundamental a la hora de sentirse deseada o gustarse a una misma.

“Los estrechos modelos de belleza estigmatizan los cuerpos que no son jóvenes generando inseguridad”, expone la autora, que añade que en muchos casos no ajustarse a esos patrones provoca que la propia mujer no se sienta digna de ser deseada. De todas formas, entre las participantes de su estudio, sólo al 16% las ha inhibido eróticamente alguna vez la imagen que tienen de su propio cuerpo.
Como indica la periodista Soledad Gallego Díaz en el prólogo, Freixas es muy cuidadosa en “evitar que se levanten nuevos mitos sobre vejez y sexualidad”. La advertencia es clara: no hay que caer en el error de asociar el mantenerse activo sexualmente con la juventud porque supondría caer en la “tiranía del enmascaramiento”.

En ese sentido, Freixas se detiene en el concepto de “viejecita sexy” (la que intenta a toda costa parece joven) y critica que se inventen términos como cougar (puma) para describir a las mujer de cierta edad que busca sexo con personas más jóvenes cuando a nadie se le ocurre buscarle un término que se refiera a los varones que hacen lo mismo. “En el caso de los hombres lo suyo ha sido siempre la caza de jovencitas y eso no tiene un nombre específico porque se ha considerado una conducta natural”. Efectivamente, nadie ha bautizado nunca a George Clooney, ni a Mick Jagger con apelativos parecidos.

UNA PROLE MUY PURITANA
Freixas toca temas delicados: por ejemplo el de las ancianas que viven en residencias, compartiendo habitación, sin ninguna intimidad y la falta de formación o exceso de pudor de los equipos que las atienden y que prefieren obviar que siguen siendo seres sexuales. En ese sentido, también es dura con los hijos y les dedica un apartado titulado “nuestra puritana prole” donde habla de los vástagos que cuidan a madres y abuelas como si fueran niñas, no adultas con necesidades. “Habitualmente, hijos e hijas no se muestran muy favorables a que su madre se lo monte con algún señor o señora, por una mezcla entre un sentimiento de protección fatalmente entendido, el miedo a qué dirán y cómo no, a lo que pueda ocurrir con la herencia”.

En cualquier caso, lo que queda claro en este libro es que la sexualidad de las mujeres maduras es un tabú, “el gran secreto”, algo de lo que ni siquiera hablan entre ellas porque el cuerpo de la mujer, pasada cierta edad, sólo es decoroso que salga en la conversación para hablar de achaques o enfermedades. Y es triste, porque según uno de los estudios que aporta Freixas, “hay una relación entre actividad sexual en la edad mayor y satisfacción con la propia imagen corporal”. Un dato reconfortante si pensamos que tras la menopausia, a la mujer le quedan de media 30 años más de vida.

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