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Perspectiva cabellera

Por Opinión de Murcia  ·  11.11.2017

¿Sentimiento de pertenencia? ¿Éxito social?¿Cuánto vale una ciudad? ¿Qué se inscribe en ella? ¿Qué uso tiene? ¿Cómo evoluciona? ¿Qué grado de importancia tiene el perfecto desarrollo de todos y cada uno de los factores que la conforman? ¿Por donde cojea el entramado de calles en las que vivimos? La respuesta a estas preguntas las tienes bajo tus pies, desempolva tus zapatos y pasea, pasea como si te fuese la vida en ello, al fin y al cabo el tejido urbano como algo físico y biológico que es ha de ser tratado como tal. Muchos escritores se dieron cuenta de esto y observaron las calles creando historias y teorías a modo de listines plagados de cosas por hacer. Todavía hoy existen algunos Flâneurs que se arriesgan a contar como Manuel Castell o Jordi Corominas ‘El último libro de la vieja Europa’. Pero nada de esto hubiese sido posible si no hubiese existido una base previa asentada sobre rígidos cimientos, uno de los cuales se permite en reeditar la editorial suicida Capitán Swing empeñada en devolverle al césar lo que es del césar mediante El derecho a la ciudad escrito el el XIX por Henry Lefebvre.

Estamos ante un manual político, teórico y práctico escrito para urbanistas, historiadores y gentes que profesen un apego especial por la belleza de lo aparentemente feo y/o sencillo. La obra de Lefebvre lleva desde 1968 haciendo una interesante crítica política de la ciudad. Este autor trata cual artesano todos y cada uno de los factores de esta realidad. Estos últimos son los responsables de que exista la necesidad intrínseca, proviniente de las ideologías de algunos poderes, de calcular los riesgos que puede correr cada uno de los espacios si se pusiesen más infraestructuras de la cuenta. A menos comodidad más contención ciudadana. Ideología de la seguridad contra el viandante y desde el pálpito de la prima de riesgo urbana.

Partiendo desde la urbe propuesta por Platón a lo largo de su obra hasta llegar a nuestros días, la metrópoli no ha parado de recibir derechazos dejando de ser del ciudadano para convertirse en mera moneda de cambio de los estraperlistas. Contra esto es contra lo que Lefebvre nos propone luchar, contra una urbe construida bajo escala in-humana; aunque de lo que realmente se trata es de una mera construcción radicada en el formalismo. Este marxista, nos insta a crear bajo diversos parámetros un nuevo organismo vivo que no sólo radique su existencia en las relaciones de inmediatez a las que nos tiene acostumbrados la práctica social adquirida, sino en la práctica creacional de una nueva ciudad que luche contra las frías áreas del valor de mercado. Quiere que instauremos la ideología de la prevención.

El espacio está enfermo, ¿hay cura para este? la respuesta es sí y reside en los distintos niveles de transparencia del lenguaje urbano y el uso de este para conseguir paisajes transversales y participativos como los que hayamos en las periferias, donde todavía choca lo industrial con lo tradicional y el amor por la forma avanza más despacio que en el centro. Todo esto para alcanzar una lógica constructiva mediante el rechazo de la teoría y la total entrega de nuestro todo a la utopía experimental. Este es el único camino por el cual podremos llegar a conquistar una idea que nos sirva para devolvernos el sitio en el que creemos vivir, debemos luchar contra la gentrificación y los acontecimientos que colapsan nuestros estratos.

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