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Mohamedou Ould Slahi escribe su historia ‘desde su infierno’

Por Vanity Fair México  ·  06.06.2016

Fue raptado, torturado, violado; son ya 14 años que vive en Guantánamo sin una acusación formal.

“Aquella tarde estuvo destinada a abusos sexuales. ***** blusa y me susurraba en la oreja: ‘Sabes lo buena que soy en la cama’, y ‘a los hombres americanos les gusta que les susurre en sus oídos’, ***** ‘Tengo un cuerpo estupendo’, cada cierto tiempo **** me ofrecía la otra cara de la moneda. ‘Si empiezas a colaborar, dejaré de acosarte. De otra manera, seguiré haciendo lo mismo contigo y cada día irá a peor. Soy ***** y esa es la razón por la que mi Gobierno me asignó este trabajo. Siempre me ha salido bien. Tener sexo con alguien no se considera tortura’”.

“***** llevaba el monólogo *****. Cada cierto tiempo el ***** entraba e intentaba hacerme hablar, ‘No puedes vencernos; somos demasiados y seguiremos humillándote con ***** americanos’. […] ***** me mandó de regreso a mi celda, avisándome: ‘Lo de hoy es solo el principio, lo que viene es aún peor”.

La letra manuscrita parece atropellada, pero es clara. El inglés, más que bueno. La censura de los Estados Unidos, en forma de 2,500 barras negras, ominosa. No hace falta imaginación para oler, palpar y tragar lo que Mohamedou Ould Slahi, el joven de la foto que sonríe a cámara en otra vida, escribió a mano en su celda de aislamiento de Guantánamo en Cuba durante el verano y otoño de 2005, cuando ya llevaba preso cinco años. Conocíamos los uniformes naranjas, las esposas y los alambres de espino, pero desconocíamos cómo se ejecuta a diario la barbarie. Cómo se tortura y después se come. Hasta hoy.

Por primera vez un prisionero de guerra ha encerrado en 466 páginas el infierno. Diario de Guantánamo (Ed. Ágora/ Cap. Swing) es el primer testimonio escrito de lo lejos que llegó Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001 con su War on Terror.

El 18 de septiembre de 2001 un acuerdo conjunto del Congreso autorizó al presidente Bush a emplear la fuerza contra las “naciones, organizaciones o personas” que “planearon, autorizaron, perpetraron o ayudaron en los ataques del 11-S”. Se inició así una operación secreta cuyo objetivo era el secuestro, detención, tortura o asesinato de los terroristas sospechosos. Noventa y tres de ellos siguen presos.

“Mohamedou lleva 14 años detenido sin cargos. El Gobierno sabe que no tiene pruebas para acusarlo de ningún delito —explica por correo una de sus abogadas, Nancy Hollander—. De hecho, el coronel Morris Davis, el exfiscal jefe de Guantánamo, ha dicho públicamente que no hay evidencia de que Mohamedou participara en ningún acto contra los EUA. En 2012 un juez federal ordenó su liberación, pero el gobierno de Obama apeló y el Tribunal Superior ordenó una nueva audiencia. Aún estamos esperando”.

Las memorias de Mohamedou se entregaron al Gobierno estadounidense para su revisión. Al principio el texto se marcó como “secreto” y se depositó en unas instalaciones seguras cerca de Washington. Pero en 2012 Obama hizo públicos los informes sobres los interrogatorios en Guantánamo, incluidos los de Mohamedou y, por tanto, ya no hubo razón para que no se conociera su historia. “Aún así tuvimos que litigar seis años para que el manuscrito viera la luz, y se ha publicado con muchísimas palabras censuradas” (de ahí que en su texto aparezcan esos *****, que fueron las partes retiradas).

Fue entonces cuando Larry Siems, durante años director del Programa de Libertad para Escribir de la Institución Pen de Escritores, recibió de manos de los abogados del joven el encargo de editar su libro. “Cuando por fin empecé a leerlo una de las cosas que más me llamó la atención fue la gran capacidad de Mohamedou para los idiomas. El inglés era su cuarta lengua, prácticamente la había aprendido en la prisión y, sin embargo, era capaz de captar matices increíbles; si alguien era una persona culta, si no lo era…”, cuenta Siems desde Nueva York. E ironiza: “Vivió horas y horas de interrogatorio. Tuvo el curso de conversación de inglés más intenso que se pueda imaginar”.

Para Siems, Mohamedou preservó su humanidad (“¡Y la de sus torturadores!”) en medio un lugar inhumano “protegiendo su escritura. Demostró que el lenguaje, uno de nuestros mayores atributos, no se puede secuestrar”.

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